Contáctenos Quiénes somos
Narrativas de hospitalidad y desarraigo… | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

En esta Semana Santa me nace escribir, para mi Columna “Narrativasde hospitalidad y desarraigo”,un artículo sobre la espiritualidad ignaciana, centrándome en el apasionado tema de la hospitalidad y, en concreto, lo que llamo el “mirar hospitalario”.

 ¿Qué pasa cuando abrimos los ojos? ¿Y, sobre todo, cuando abrimos los ojos del entendimiento?

Desde su experiencia,San Ignacio de Loyola (1491- 1556), fundador de la Compañía de Jesús,narra en su Autobiografía [#30] que “todas las cosas me parecían nuevas”. Que en esta experiencia no es “que viese alguna visión”, sino que “se me empezaron a abrir los ojos del entendimiento”, “recibí una gran claridad en el entendimiento” y “quedé con el entendimiento en tal grado ilustrado, que me parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto distinto que el de antes”.

Se suele llamar esta experiencia de San Ignacio de Loyola “la iluminación de Cardoner”, haciendo referencia al río Cardoner (en España), donde tuvo lugar.

¿Qué nos puede decir hoy esta experiencia de iluminación para el “mirar hospitalario”?

En primer lugar, las preguntas que surgen de este reto son las siguientes: ¿Miramos realmente? ¿Qué miramos cuando miramos? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué?

La hospitalidad, así como la mayoría de las cosas y actividades más bellas e importantes de la vida humana, empiezan con el mirar.La hospitalidad es, ante todo, un encuentro que nace del “darnos cuenta de” quienes están a nuestros alrededores. De las personas que nos rodean. De los rostros que nos circundan. De los ojos que nos miran.

La hospitalidad es la narrativadel encuentro en el que ya estamos. El encuentro del que somos parte, desde incluso antes de nuestro nacimiento. Somos un tejido de encuentros, una encrucijada por la que se entrecruzan personas, tradiciones, culturas, etc.Somos puntos de partida, llegada e intersección de encuentros. Por lo tanto, nuestra mirada es hija y cómplice de tantas miradas que nos antecedieron y a las que pertenecemos.

Las pautas del mirar hospitalario

Pero, ¿miramos en realidad? ¿Sabemos mirar?

San Ignacio de Loyola escribió un libro titulado “Ejercicios espirituales”, en el que invita al “ejercitante” (el que hace los Ejercicios y que puede ser cada uno de nosotros) a mirar. Todo el tiempo. Con todos los sentidos. E incluso con la imaginación. Los Ejercicios Espirituales constituyen una pedagogía del mirar.

Los Ejercicios Espirituales cristalizan un constante despliegue de la mirada, de dentro hacia fuera, del corazón al globo, del pasado (la historia de Jesús, por ejemplo) al presente y al futuro. En ellos el ver está en perpetuo desarraigo; no se detiene: se mueve todo el tiempo, de aquí para allá. El mirar que resulta de allí es complejo, dinámico y profundo.

En la anotación 106 de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola invita al “ejercitante” a “ver las personas, las unas y las otras”, “en tanta diversidad”. He allí la primera pauta de un mirar hospitalario: las personas están cerca de nosotros, a nuestro alrededor. Son próximos a nosotros. Nos son cercanos. Tocan constantemente a nuestras puertas.

Hay que aprender a mirar no sólo cosas, situaciones, problemas, preguntas o simplemente prejuicios, categorías mentales y estigmas que heredamos sobre determinados colores de piel, ciertos grupos sociales o “razas”, etc. No ver sólo lo que nos enseñaron a ver. Sino ver más allá.

De allí la importancia de esta pregunta: ¿Qué tanto vemos realmente a las personas, y no simplemente ideas y estigmas (aprendidos) sobre ellas, para dejarnos encontrar y sorprender?

San Ignacio de Loyola habla de “tanta ceguedad en la que viven todas las gentes”. En la que vivimos. La primera “ceguedad” es justamente la que consiste en no ver a las personas (lo que son), sino ver reflejados en ellos nuestros propios prismas deformados. Lo que dificulta el encuentro. Cualquier encuentro. Lo que imposibilita también la hospitalidad que es encuentro.

La segunda pauta del mirar hospitalario en clave ignaciana es la siguiente: lograr un mirar que reconoce la diversidad y, además, la acoge en su variedad, sus diferencias, sus peculiaridades.

San Ignacio de Loyola describe someramente esta diversidad: “unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos nasciendo y otros muriendo, etcétera.”Con el sencillo objetivo de deletrear esta diversidady, sobre todo, invitar al ejercitante a adoptar un mirar diverso, plural, caleidoscópico. Un mirar “arco iris”, capaz de abrirse al género humano y su complejidad.

San Ignacio de Loyola convoca al “ejercitante” a salir de su pequeño mundo para “mirar toda la haz y redondez de la tierra”. El ser humano no es el ombligo del globo: es una parcela diminuta de la tierra y del universo infinito. Es uno más. Es parte de un todo. La mirada que se necesita debe estar a la medida y la altura de la totalidad. Un mirar planetario, telúrico, global avant la lettre.

El mirar hospitalario permite conectarnos con la humanidad, sentirnos parte del género humano, vivirnos humildemente como algo más grande, entender que somos más de lo que somos: un pedazo de lo infinito en una vasija de barro. Que no existen límites para un ser humano que ha aprendido a miraren grande. Que las fronteras están adentro.

Pero, ¿para qué miramos?Las dos siguientes anotaciones 107 y 108 de los Ejercicios Espirituales nos traen una respuesta: “después de mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar…”, las personas divinas dicen “Hagamos redención del género humano”,

Miramos para contribuir a “hacer redención del género humano”. Nuestra divinidad consiste en ayudar a cuidar y curar la humanidad: cada uno es a la vez un ser humano concreto, particular y un pastor de la humanidad. Si bien este mirar da cuenta de la crudeza de los crímenes, injusticias, desigualdades, inequidades y de toda la maldad de lo que somos capaces (no es ingenuo), pero no se queda en el “amarillismo”, el pesimismo y el derrotismo. Invita a actuar, como las personas divinas. A contribuir a la gran obra divina de “hacer redención del género humano”. Por lo menos, a soñar con ser peón, obrero o capataz de esta grandiosa obra.

Sabiendo que es un compromiso que puede llevarnos a la muerte, pero convencidos estamos de que la muerte no triunfará sobre la vida, mientras existan seres humanos que miren. O que aprendan a mirar y así descubrir la belleza que hay escondida en el género humano y enamorarse de él, junto con y a pesar de la fealdad de sus actos. La humanidad es más que cada uno y no termina con él.

Tal vez éste sea uno de los mensajes centrales de la pasión y la resurrección de Jesús que celebramos en Semana Santa: la victoria de la belleza sobre la fealdad que hay en el ser humano. El rescatede lo bello del género humano en medio de su inmundicia. La salvación de lo humano a pesar del mismo ser humano. La salvación del género humano de sí mismo.

Sin embargo, la belleza del género humano se halla en cada persona, con la que nos encontramos a diario: en el autobús, en el trabajo, en el aula de clase, en la vecindad, en el mercado, en el hogar, etc. La tarea siempre pendiente es que nos dejemos encontrar y sorprender por ella, que acojamos su diversidad y en ella descubramos la diversidad del género humano y (junto con y a pesar de su fealdad) hacer lo divino -que es lo propiamente humano-, a saber: contribuir a “hacer redención del género humano”. Asumir nuestra humanidad.

Bien mirada, cada persona es un relato divino: un color en el inmenso arco iris en un cielo infinito. Bien mirado, el mundo es más que nuestro pequeño mundo: en él caben todos los mundos. Bien mirado, el género humano es a la vez una obra de creación y redención de lo divino: la continua creación de una obra inconclusa, que estamos invitados desde lo más alto a finiquitar.

El mirar hospitalario nos devuelve nuestra humanidad, al volvernos capaces de humanizar el encuentro con cada persona que es parte de nuestra historia, nuestra camino y nuestra vida. Al abrirnos a nuevos encuentros con personas desconocidas e incluso enemigas y al acogerlas de manera incondicional ya que, como lo dijeron los griegos, “los extranjeros vienen de Zeus”. O, como lo dice Jesús a sus discípulos: “Amen a sus enemigos.”

Los extranjeros son el rostro que lo divino toma para probar nuestra humanidad. La hospitalidad es el antídoto contra la guerra y todas las demás formas de hostilidad que nos deshumanizan.

La novedad del mirar hospitalario

Si bien la hospitalidad empieza con encuentros concretosvis-à-vis (cara a cara), pero culmina con el género humano que es el lugar de donde viene y el lugar adonde va. El encuentro con cada persona es también un encuentro con el género humano.Cada acto hospitalario contribuye a salvar a la vez a una persona en concreto y al género humano.

El mirar hospitalario es un mirar en profundidad: hacia la humanidad de cada persona. Esto es mirar con ojos de entendimiento o inteligencia: saber leer al interior de cada persona y no sólo su epidermis, su acento, su estatus social y migratorio, su estrato socioeconómico, etc.

 

Es también un mirar en el que no nos detenemos enla maldad, la crueldad, la indiferencia, las barbaries de las que los seres humanos somos capaces, sino ver las posibilidades siempre existentes de construir un mejor mundo y hacer mejor al género humano. Empezando con nosotros mismos. Es utilizar todas las cosas como medios para completar la  divina tarea de convertir la humanidad en obra de arte. Es ver todas las cosas bajo esta nueva luz.Es iluminación.