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Historia de vida… | Graciela Azcárate/Especial para Espacinsular

“Algún día, en alguna parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y ésa, solo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”, Pablo Neruda.

 El domingo 22 de agosto del 2010, tempranito, mientras tomaba mate, regaba las plantas y daba la última mirada al texto que envío  a los periódicos digitales donde colaboro, descubrí en el macetero del balcón una tomatera. Una plantita fragante, vigorosa, repleta de tomates. Me emocioné. Un milagro. Como esas campanadas que tocan arrebato cuando algo maravilloso llega, como la llegada de un hijo,  o el amor  de puntillas y por sorpresa… eso  que nos estremece cuando aparece alguien que es un bálsamo para el corazón.

Un año antes, un 22 de agosto del 2009, igualito que esa mañana,  a tres meses de haber perdido el empleo, triste y en duelo, mientras tomaba mate, regaba las plantas y recordaba el sueño donde Emilio me preguntaba si era alondra o colibrí, recomponiéndome de las heridas de guerra  descubrí,  ¡oh milagro de la naturaleza!  Una  planta de ají preñada de frutos.

Tres meses antes, a días de haber vuelto a casa, como un alma en pena, recorrí la casa, regué las plantas, puse abono, dispuse que, para recomponer “mi corazón partido”  iba a darle de comer a la nenita que albergo en mi osamenta de señora mayor.

Esa niña que las mujeres llevamos dentro y que  Jose Martí decía que bien tratada es el pasaporte para  una anciana feliz.   En una entrañable carta a su hija clandestina María Mantilla, desde Cabo Haitiano  le dice: “Mira a una mujer generosa: hasta de vieja es bonita, y niña siempre, - que es lo que dicen los chinos, que solo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño”.

A esa, a la niña mía le encanta comer. Le gusta y come de todo es una nena gratificante. Las mesas con manteles, velas y   bandejas  llenas de comida  la hacen levitar. Es adicta a las naranjas, a los caramelos de leche Cremalin y a los vasos de avena con leche  helada, esos que le preparaba la tía Flora en las tardes de verano y bicicletas.

Como en esos días la niña mía interior  y yo andábamos  de capa caída,  decidí levantarle el ánimo y sobornarla con frijoles y un arroz con coco que sé que la desquician,  así es que en algún momento después de un sofrito eché los restos de un corazón de ají al macetero del balcón.

Vagué sin horarios y  en duelo por lo perdido hasta que unas semanas después, como el milagro del domingo  pasado aparecieron esos brotes  de ajíes pequeños, pintados con  el verde  de la esperanza.

Recordé a mi amigo cubano, que en  sueños  me preguntaba cosas en la madrugada  y el milagro de la plantita  me hizo que le respondiera y de  “una sola sentada” como diría Juan Bosch, escribí  un cuento en su memoria. 

Si. De pronto, como el retoño del ají  escribí “Querido Emilio” de un tirón,  de golpe y de un solo  pujo. Y cuando lo terminé, lo leí y me gusto, cuando volví a mirar la plantita altiva  preñada de ajíes me acordé de Jorge Luis Borges cuando dice: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es”.

Desde entonces, no he parado de escribir, como si la pena, el duelo y la plantita de ají me hubieran extendido ese documento de identidad, ese pasaporte que es el don con el que he sido bendecida: escribir es eso que me hace saber quien soy o por lo menos para lo que fui destinada.

 

Como si hubieran quitado el obturador de una fuente de agua desde entonces manaron Querido  Emilio, Estrictamente personal, Como la marea, Silencio roto, El silencio de los buenos, Herta Muller o esas cosas de las que no se pueden dejar de hablar, Se que aun me queda una oportunidad, Como Bola de Nieve y un largo texto- rio traducido a historias de vida.

Ocurrió eso que reflexiona la investigadora norteamericana Gina Herrmann cuando entrevistó a las viejas republicanas españolas, ex presas del franquismo: “En la teoría de la psicología narrativa existe el postulado  de que articular una identidad  íntegra depende de la capacidad de dar sentido a nuestras vidas por medio de la narración, del relato de historias. O sea, la narración es esencial para forjar una identidad”.

Sacudí la pena, la incertidumbre y después de hacer el duelo me tiré al agua de las palabras   para que como a la austríaca las palabras me salvaran.

El domingo del 22 de agosto del 2010, como una vuelta a la semilla, después de enviar la Historia de vida , el editor me respondió el relato como si mi madre, mis tías y mis maestras no se hubieran muerto.  Como si mis abuelas, la española y la argentina todavía me protegieran con esa resolana de la solidaridad femenina que viene de muy atrás, tal vez de un ancestro matriarcal.

 Y cuando me devolvió publicado el escrito, sugerido, mejorado, enriquecido y editado como una mamá diligente que corrige lo deberes de sus criaturas pensé que,  como mi tomatera preñada de frutos las mujeres de la casa  me seguían alimentando,  despidiendo  y cuidando en el aeropuerto de Ezeiza, en las vísperas de un 22 de agosto de 1978. Rumbo a Managua. Sola pero acompañada por ellas en el pensamiento. Con una torta especial de esas que horneaba la tía Flora y una maletita con gubias, pinceles y pinturas. Aunque tuviéramos  mucho miedo a la despedida, aunque pensáramos, sospecháramos y no lo dijéramos de que me iba para siempre y que no nos volveríamos a ver.

Llegué a Managua un 22 de agosto de 1978, el mismo día que Dora Maria Téllez y Edén Pastora tomaron el Palacio presidencial y encerraron a diputados y senadores somocistas en lo que se llamó Operación Chanchera. 

(…) “El 22 de agosto de 1978 se llevó a cabo la toma del Palacio Nacional en Managua, Nicaragua. Este operativo llevó por nombre "Operación Chanchera" y fue planificada y ejecutada por un comando guerrillero sandinista. En ese momento se encontraba la Cámara de diputados en pleno discutiendo el Presupuesto Nacional. Era la lucha a muerte en contra de una de las dinastías más crueles de Latinoamérica, la de Anastasio Somoza Debayle. La dictadura de Somoza se caracterizó por la opresión al pueblo nicaragüense y el enriquecimiento ilícito de la familia Somoza y sus allegados. Una dictadura cien por ciento apoyada por los Estados Unidos. El comando sandinista "Rigoberto López Pérez" estuvo integrado por veinticinco guerrilleros con tres responsables: Edén Pastora Gómez (Comandante Cero), Hugo Torres Jiménez (Comandante Uno) y Dora María Téllez (Comandante Dos)”

Treinta años   después,  traicionada  la revolución sandinista aquella Operación Chanchera  es un triunfo de la decencia y gallardía de algunos nicaragüenses. Cuando busqué a Dora María en la red la encontré  madura, canosa, vertical, con los mismos ojos hermosos de hace 30 años cuando la vi con un barbijo rojo y negro que le tapaba la cara, con una boina, con 22 años apenas,  subiéndose al transporte que los llevaba después de torcerles el pulso a los somocistas.

 Estaba recostada en una hamaca, linda, magra, austera, más vieja pero siempre gallarda, en huelga de hambre para resistir a los traidores de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

De pronto, me di cuenta que esa fecha, ese 22 de agosto se constelaba. Repetía en mi vida un símbolo, un guiño, un alerta,  un ojo que parpadea  para señalarme algo importante en la vida.

Si me iba más  atrás,  otro 22 de agosto de 1972 me cambió  la vida.  Tenía 24 años, trabajaba en el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y mis compañeros y yo nos quedamos helados de espanto la tarde que anunciaron que habían matado diecinueve  jóvenes de nuestra edad.  Me cambió la vida para siempre.

Era Argentina. Era el sur. Era la Patagonia. Era Trelew. Como esa historia que cuenta Tomas Eloy Martínez de la masacre.  A él, también eso que le pasó  un 22 de agosto de 1972 en la Patagonia argentina  le cambió la vida para siempre.

(…) “El 15 de agosto de 1972, en la postrimería del gobierno dictatorial del General Alejandro Agustín Lanusse, veinticinco presos políticos pertenecientes al PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo); las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, se fugaron del penal de Rawson en la provincia de Chubut. Seis de ellos lograron llegar al Chile de Salvador Allende. Diecinueve no alcanzaron a subir al avión. Se entregaron luego de acordar públicamente garantías para su integridad física.

 

El 22 de agosto los diecinueve prisioneros fueron fusilados a mansalva con ráfagas de ametralladoras en la base naval Almirante Zar. Como antes había sucedido en la masacre de José León Suárez, algunos sobrevivieron para contar la historia, para mantener viva la memoria, para no olvidar, ni perdonar”.

Tomas Eloy Martínez escribió para el diario La Nación esta crónica: “Dos veces viajé a Trelew, pero muchas más he escrito, y acaso siga escribiendo, sobre los hechos que investigué y presencié allí durante la primavera de 1972. Esos hechos me cambiaron la vida”.

“Trelew ya no se parece en casi nada a lo que era hace treinta y siete años, cuando la vi por primera vez. El aeropuerto se ha mudado; el viejo, preludio de la tragedia, se ha convertido en un Espacio de la Memoria. La población se ha multiplicado por cuatro: los habitantes son casi cien mil ahora. En el centro abundan los cafés, los negocios atareados, los turistas que tratan de acercarse a las ballenas en el océano próximo. Pero, como reconstruye Susana Viau, las marcas del 22 de agosto y del levantamiento de octubre han quedado para siempre”.

Tomas Eloy Martínez se exilió en 1975, en Venezuela, perseguido por La Alianza Anticomunista Argentina. La famosa  Triple A. Fundó una revista, conoció a la que fue su segunda esposa,  Susana Rotker,  después se fueron  como profesores a trabajar a  la Universidad de Rutgers. Viudo y enfermo  regresó a Buenos Aires en 2007. Tenía un tumor cerebral y los días   de vida contados. Se apuró a escribir los libros pendientes.  Se dio cuenta que “La pasión de Trelew” tenía otras  lecturas, había que reescribirlo porque  “estaba ocurriendo todo, todavía”.  Como le quedaba poco tiempo de vida le pidió  a la escritora Susana Viaux que reescribiera el final de esa historia que vivió treintaisiete años atrás.

El domingo 22 de agosto del 2010, cuando recorrí este continente nuestro al que le siguen “ocurriendo cosas, todavía” ,  recuperé una frase que él cuenta  en un encuentro de estudiantes de periodismo la actitud que tomó con el diario La Nación que quería obligarlo a escribir crónicas de cine de determinada manera.  El dijo: “Mi trabajo está en venta, pero mi firma no”

Esas historias de un 22 de agosto son como esos momentos puntuales,  esos instantes que se vuelven umbrales.  Umbrales que  una vez traspuestos te dan vuelta como un guante, te convierten en otra persona, te cambian la vida para siempre.

Pensé en Ana Arendt y su madre presas en el campo de concentración de Gurs, y como ella repiensa y reescribe  esa experiencia de ser judía alimentada por el apoyo de su madre treinta años después en Nueva York, en Emilio que vuelve un año después, en Tomas Eloy Martínez, en Dora Maria Téllez, en las cartas- poemas que escribía Holderlin para “contarnos  todo nuestro pasado…”

En el macetero no solo hay ajíes, ahora también hay tomates y desde aquel 22 de agosto en que de una sentada le escribí  a Emilio, hay una larga historia rio sin principio ni final porque  los 22 de agosto me siguen cambiando la vida…

Heredera de mis muertos, en esa frontera sin tiempo donde las mujeres, todas, sin distinciones somos avanzada, pioneras, cautivas cautivadas, roturamos tierras, plantamos cereales, hortalizas, flores, frutos, fundamos ermitas, hospitales, alquerías, traemos hijos al mundo, bautizamos hijos, nietos, bisnietos, despedimos hijos, amantes, maridos, seguimos abriendo nuevas fronteras, espacios distintos y mejores no importa que sea una frontera visigoda entre moros y cristianos, una Patagonia de ovejas, viento y fusilados donde  un periodista comprueba cómo le  cambió la vida porque eligió la decencia, en una isla caribeña entre mulatos, negros y blancas cautivadas y cautivas de sol y guarapo.

  Porque en definitiva  con cada vuelo rasante de alondra mañanera, como diría Emilio, como en una máquina del tiempo  se vuelve atrás,  se regresa a lo más amado,  se trasponen umbrales, una se tutea con el  pasado sin resentimiento, vuelven otros 22 de agosto, una no se arrepiente de nada, se vuelve a encontrar con lo más querido, también con lo mas abyecto, se mira atrás sin culpa y aunque duele, sonríe.

Santo Domingo, domingo 21 de agosto 2016.