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Salud y humanidad | Dra. Yocelyn Guerrero

Cada día que transcurre el término humanización de los servicios de salud toma tanta fuerza y tanta presencia en nuestro vocabulario, que probablemente termine convirtiéndose en una carrera universitaria dentro de este ámbito.

 Al analizar este tópico, parecería estar de más, ya que se sobreentiende que el servicio de salud a los seres humanos es humanizado, aun así, aplicar este tópico en el espacio intrahospitalario conlleva más factores a tomar en cuenta.

 Humanizar la salud se trata de considerar al ser humano en sentido global, general, en su dimensión física, intelectual, emocional, relacional o social y espiritual haciendo uso de una visión integral del usuario/a de los servicios de salud.

 Se hace pues necesario reconocer los avances y aportes positivos de la ciencia y la tecnología a fines de prevenir enfermedades, el abordaje de estas y su curación, sin embargo, no podemos dejar de lado el aspecto humano, cabe destacar que este último se ha venido debilitando en los últimos años.

  Cambian los tiempos, cambia el mundo, pero la condición humana sigue siendo la misma, hasta nuestros días no tenemos una máquina que logre reemplazar una palabra de aliento, una sonrisa, un trato humano y una atención de calidad.  Esto hace que la presencia humana sea indispensable a la hora de manejar los procesos de salud-enfermedad de las personas, sabiendo que este no solo constituye la pérdida de la salud física, sino que también implica múltiples pérdidas tanto emocionales, laborales, entre otras, la persona percibe inicialmente que ha perdido la sensación de armonía y el funcionamiento óptimo de su organismo, tiene que renunciar a estilos de vida y hábitos, y a depender de controles médicos y de medicamentos, implicando esto un proceso de duelo impactante en la vida del/la enfermo/a.

Por estas razones se solicita personal de salud con las siguientes habilidades y destrezas:

Sea servicial en vez de egoísta.  Optimista en vez de pesimista.  Sincero/a en vez de hipócrita.  Cariñoso/a en vez de frio/a.  Agradable en vez de desagradable.  Alegre en vez de aburrido/a.  Comprometido/a en vez de indiferente.  Respetuoso/a en vez de cínico/a.  Ecuánime en vez de emotivo/a.  Responsable en vez de irresponsable.  Seguro/a en vez de inseguro/a.  Decidido/a en vez de indeciso.  Valiente en vez de temeroso/a.  Tolerante en vez de intolerante.

 La preparación académica  y las habilidades prácticas y resolutivas del personal de salud es indispensable, pero deben ser adornadas y enriquecidas con valores que aporten al/la enfermo/a un ambiente agradable en el cual pueda ver recuperada tanto su salud física como emocional, social y psicológica.  Este es el reto que afrontan hoy día los sistemas que brindan servicios de salud.  Sus usuarios/as necesitan calidad, pero también calidez a la hora de recibir un servicio de salud.

Tal como dijeran nuestros estudiosos del tema: “El enfermo pierde sus rasgos personales e individuales, se subvaloran sus sentimientos y sus necesidades y se le identifica con sus rasgos externos: el que padece una determinada patología, el que se encuentra vinculado a un tratamiento” (Bermejo, 2003b; Bernal, 2001; Brusco, 1998; Gafo, 1994; Rojas, 2001). “La deshumanización y despersonalización en el contexto de la salud, hacen referencia, sobretodo, al grado de objetivación del enfermo en la percepción de aquellos que le atienden.” (Gironés, 1997).

Cada día que transcurre se hace más tangible la necesidad de tratar al ser humano como tal, de respetar su dignidad, su integridad, y su autonomía.  Brindar un trato excelente al/la usuario/a de nuestros sistemas de salud es contribuir a la buena evolución de la salud del/la paciente y, a su vez a convertir los centros hospitalarios en espacios de armonía y buena convivencia, lo cual no siendo una utopía, puede y debe lograrse con el aporte de todos/as y cada uno/a de sus componentes.