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Columnista Invitado/a | Marcio Veloz Maggiolo

Sorpresivamente recibí una llamada de Esteban Guillén, cuya labor, conjuntamente con la de sus hermanos en Yamasà es bien conocida.

 Los Guillén han perseverado en crear expresiones de la cultura taína ciñéndose a modelos de la misma. Han usado de una bibliografía rica en imagen y de copia hechas “cara a cara” en los diversos museos donde se exhiben los productos de la cultura taína.

En Yamasá y en el amplio taller de artesanías que Esteban y Juan dirigen, nos topamos con una hermosa realidad: artesanos jóvenes aprenden el uso del barro y del fuego para quemar en hornos ideados por los propietarios, las piezas que irán a un mercado turístico nacional e internacional.

Visité hace muchos años las tierras de Yamasá donde los hermanos Guillén mantienen viva la devoción por San Antonio, la que tiene aproximadamente unos cien años y ha sido el mecanismo de cohesión de una familia creada por un viejo militar y una mujer a la que la vida la hizo dar tumbos hasta tener otros hijos, y sin embargo regresar a la hora de su muerte a su nicho original, mientras el padre, rígido en sus consejos y buscador de placeres, engendraba otras herencias.

Esteban cree que su vida y la de sus hermanos alcanzarían los rubros de una novela. No es de dudarlo. Las vidas se cruzan, se alejan, se confunden según los momentos en los que la familia se hace inestable, y se busca un camino para la supervivencia.

En los talleres de Yamasá la permanencia taína parece un ritual. El barro con el que se hacen las piezas cerámicas está amontonado y cubierto para que se mantenga su frescura. Es un barro, vivo, casi palpitante que aspira a las formas. Manos femeninas y masculinas elaboran los temas y modelos comunes a los indios de hace quinientos años. Los propietarios de los talleres se han ocupado de entrenar a sus empleados, sacando de ellos verdaderos conocedores de lo que hacen. Cuando hacen surgir a Boinayel, con sus lágrimas y su aspecto llovedor, conocen la leyenda de Pané y han sido informados de cuál es la característica de éste y los otros.

En el patio los dioses que fracasaron en el horno, y aquellos que por algún accidente se resquebrajaron, se juntan y dan la impresión de ser enfermos que esperan el behique para contarle sus penas. Allí están las esculturas de Opiyelguobiran, el dios perro que se perdió entre las montañas en cuanto llegaron los españoles. Pronto, tras la restauración estará listo para su vida en algún jardín, en alguna sala elegante, o en un museo de réplicas. Los creadores de las estatuas han también participado en los moldes que reproducen sus creaciones.

Dentro, en un recinto que es casi un almacén, miles de réplicas bien logradas esperan llegar ilesas al mercado.

Firman siempre sus producciones. La cultura taína para los Guillén me dice Esteban “es nuestro empeño principal”.

Su voz es firme y el deseo de la comunidad amplia que circunda los talleres Guillén, es tener más noticias sobre los pobladores prehistóricos de Santo Domingo. De pronto, casi llegando al sitio una cámara de filmar me acorrala. Me siento en una mecedora artesanal hecha en algún campo de Moca, y hablo de los primeros pobladores de las Antillas y de la isla, desconocedores de la agricultura, y llego a los dioses, a la lluvia que ellos prodigan, y le coloco la mano derecha en la cabeza a un Boinayel que parece moverse cuando le toco, es el dios de las lluvias, y de pronto, como quien quiere mostrar su poder hídrico, comienzan a caer las gotas del chubasco que nos obliga a buscar techo en el almacén, desde donde nos miran pobladores de barro con el alma llena de vida y de recuerdos.

Ahora los jóvenes camarógrafos colocan detrás de mí a un inmenso ídolo de la cojoba. ¿Por qué no fumas, donde está tu cojoba?, le digo por lo bajo. Puede ser que hubiera sonreído, y en ese momento, coincidencialmente llega el café humeante, y pienso en un tabaco Aurora Cuatro, el de mi gusto, para animar al personaje que tanto ayudó a que los dioses taínos bajaran a la tierra y dictaran predicciones, consejos y sentencias. Sin pedirlo, alguien me preguntó si deseaba un cigarrillo, creí que el ídolo me hablaba de algún modo y contestaba mis preguntas interiores.

Ya no fumo, dije, y rompí el hechizo con otro sorbo de café caliente mientras pasé a admirar las nuevas formas de orden cotidiano de los escultores, o sea, la creación diminuta de conjuntos en los que el tema dominicano es fundamental. Mi sorpresa se centró en un conjunto de “perico ripiao” y el investigador José Gabriel Atiles, quien me acompañaba también soñoliento, se prendó de una pasión merenguera cuando vio el acordeonista, el hombre de la gu¨ira, el tamborero, el marimbero y algo novedoso, el bongosero.

Liliputh con la infancia de fondo. Una vez fueron ordenados en espacios parecidos a los naturales, pensamos en la música de estos modernos y distantes habitantes de una región taína. Me dije, como siempre, que Guandulito es como un santo del acordeón diatónico, y lo imaginé como parte del conjunto que silencioso hacía murmullos rítmicos en nuestra mente.

Esteban tuvo la gentiliza de venir con nosotros hasta la capital. El nublado avanzaba y ya no tuvimos dudas de que Boinayel nos seguía. Los caminos que van a Yamasá y que conectan con Villa Mella, son modernos. Casi autopistas.

Acompañados de algunas copias de ídolos pequeños, nos sentimos protegidos.

Además de los ídolos de barro actual, la imagen de Antonio, divino y santo, como reza el merengue, nos acompañaba y recordaba su fiesta de cada año en Yamasá. En llegando a casa, y al bajarnos de la camioneta la lluvia cayó de modo impertinente. Tal vez Boinayel se despedía. Se lo comenté a Esteban y a Gabriel, y ellos sonrieron con una duda sobre el más allá taíno, al que creo de alguna manera pertenecer.

Texto publicado en Lístin DiarioEsteban Guillén y los taínos de Yamasá el 30 de julio de 2010

por considerarlo importante para el reconocimiento de la comuna de Yamasá, sus tradiciones culturales expresadas en el realce que hacen los hermanos Guillén lo publicado en Espacio de Comunicación Insular.

 Fotografía de Miguel Enrique Soto García 

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