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Entre tú y yo… | P. Regino Martínez Bretón, sj

Somos un cuerpo espiritual y hemos visto cómo alimentar el cuerpo y fortalecerlo. Tal parece que lo único importante es cuidar y proteger el cuerpo. Sin embargo, al final de cuentas lo que permanece es el espíritu.

El cuerpo llega hasta la tumba. El cuerpo es arropado por la tierra o por cemento y se convierte en polvo…

            Nuestro espíritu conoce inicio pero no conoce fin… Y por dónde se manifiesta mi espíritu? Recordemos los componentes de la persona: la vida y la fe son componentes trascendentes…; son componentes inmanentes: la racionalidad, la afectividad y las relaciones. Nadie puede tocar, ver, oler un pensamiento. Sin embargo, no lo podemos negar. Negar el pensamiento, los afectos por igual y las relaciones…, sería negarme a mí mismo.

            Con la racionalidad pertenecemos a un nivel, estadio determinado en la vida: el humano. La racionalidad nos sirve para llegar a descubrir la raíz de los hechos. El por qué de los acontecimientos y la trascendencia que adquiere el YO en las relaciones con el Otro. Si me relaciono de YO a YO adquiero mi identidad y doy identidad al Otro. Nos necesitamos mutuamente. Yo sin Ti y Tú sin Mí: Qué somos? Aquí está la base del Reino de Dios: “…al otro como a ti mismo”, La única ley, Mc.12, 28-34.  Ya esta ley se venía practicando desde mucho antes de la venida de Jesús. Lev.19,1-37.

La afectividad nos hace vivir los momentos más profundos, sabrosos, confortantes, desafiantes,  de nuestra vida: amar. Racionalidad y afectividad se encuentran en el cuerpo humano para definir la persona, que en relación con el otro llega a descubrir su identidad y puede formar la comunidad familiar compartiendo la vida y comunicando vida. Así hace divino a lo humano porque en la entrega mutua, hombre-mujer, se colabora con la divinidad compartiendo la vida y/o en la nueva criatura que aparece…. O entregándose al servicio solidario a todos: hombres y mujeres para formar la comunidad apostólica., haciendo lo divino humano. Aquí tenemos los tres componentes inmanentes, que fortalecen el espíritu con la oración y el discernimiento.

La oración no es “estar metíos en la Iglesia mañana, tarde y noche”. No. La oración no es “andar con una Biblia debajo del brazo”. Ni tampoco “prender velones”, ni poner la cara como un machete. Oración es una actividad que me une permanentemente en la cotidianidad al Ser Trascendente y al Otro, que me da un estilo de vida y genera en mí una personalidad: EL SIERVO. EL SERVID@R, ver Is.42,1..

            Podrá existir violencia personal o institucionalizada si hacemos oración? Es la oración cosa de curas y monjas, solamente? Ves dónde está la raíz de la des humanización, de la degradación de la humanidad de hoy? Comprendes, ahora, el por qué de la corrupción, la impunidad, el clientelismo politiquero, el narcotráfico, la violencia personal e institucionalizada, el dejarse llevar de la vida fácil, hedonista, yoista? El yoismo es “yo primero y el otro después”; es decir, “algo pa mí y un chin pa ti”. El egoísmo es “to pa mi y na pa ti”. El Reino de Dios es “al otro como a mí”; lo que yo no quiero para mí no quererlo para el otro y lo que quiero para mí buscarlo con la misma intensidad para el otro. Es por eso que Jesús dice el que pierde la vida la gana y el que quiere ganarla la pierde… Cfr.: Mt.16,24-25. Si mantenemos el comportamiento que generan la fidelidad creativa a los valores ¿podremos transformar la sociedad? ¿Qué esperamos para comenzar? Esa es una tarea personal, no depende del Otro, sino de Mí mismo…

 

            Para fortalecer el espíritu tenemos ejercicios y técnicas  especializadas que debemos conocer. El menú balanceado para mantener el cuerpo ágil y con un “filin” admirable, codiciado, tiene sus exigencias y con gusto nos sometemos a ellas cual sea el status social de la persona… El fortalecer el espíritu está al alcance de cualquier persona por sí misma o apoyada en recursos adquiridos, aprendidos. ¿Quieres aprender cómo cultivar el espíritu?