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Columnista Invitado/a | Por Jorge Cela, sj

4. Las torres gemelas son el símbolo de nuestra inseguridad. El terror nos puede sorprender en cualquier lugar. La inseguridad de las calles nos hace temer la soledad, lo desconocido. La violencia entra hasta en la intimidad de los hogares. El miedo se nos instala como compañero de camino. Y cuando no tenemos enemigos los inventamos, para justificar nuestra intransigencia y nuestra represión.

Aprendimos a protegernos aislándonos, alejando a los diferentes de nuestro entorno, buscando poder que nos proteja, que nos haga más fuertes que los otros, que nos defienda de los múltiples fantasmas enemigos.

La pandemia irrumpe en nuestras vidas creando pánico. Cuando muere el vecino. Cuando el amigo da positivo. Cuando se llevan toda una familia. Cuando las calles quedan desiertas, cuando en la televisión nos dan los números de los fallecidos, el pánico se apodera de nosotros.

Y descubrimos que cuando llega, no hay dinero ni poder que salve, solo el amor de quien sirve al enfermo, de quien entrega el respirador, de quien respeta las normas de prevención para protegernos, de quien nos acompaña cuando nos desplomamos agotados del encierro, de quien nos hace cantar, aplaudir, rezar para olvidar el miedo. Y descubrimos que sólo el amor salva. El amor de quien se arriesga a servir hasta la cruz.

Que la pandemia no nos enseñe a encerrarnos más en mi casa, mi círculo, mi clase. Que nos enseñe a compartir, a participar, a servir. Que haga del voluntariado la forma ciudadana de vivir.

5. Dicen que conocemos mejor al presentador de televisión o la cantante de moda que al vecino de al lado. Vivimos en un mundo de extraños, donde sospechamos de todos: de la que lleva la cabeza envuelta en un turbante, del que lleva un peinado punk, del que anda andrajoso por la calle, del que tiene ideas peligrosas, del que puede ser un pederasta.

Al conectarnos aprendimos a tener amigos de otros países, a comunicarnos con desconocidos, a descubrir que los diferentes son también humanos y sensibles, a desmontar prejuicios que llevábamos tatuados por generaciones.

Y de buenas a primeras percibimos en quien se nos acerca puede ser un portador del virus, y comenzamos a tomar distancia de todos. Hasta de los más cercanos. El abrazo efusivo se hace gesto distante. El beso se convierte en una mirada temerosa. Se evitan las palabras que pueden portar el virus al pronunciarlas.

Pero empezamos a fijarnos en los más ancianos, en los más débiles, en los más desprotegidos. Los hasta ahora desechables, que no eran el centro de ninguna mirada, son ahora sujetos de nuestro cuidado. La mirada, a pesar del miedo, se nos hace compasiva. Quizá porque sospechamos que, si ellos se salvan, nosotros nos salvamos. Y recordamos que lo que hicieron a uno de estos pequeños…

Que la pandemia ni nos haga más desconfiados, ajenos, sino que nos enseñe a construir relaciones desde la transparencia y la confianza, a dar los buenos días y una sonrisa a todos, a disfrutar del don de la vida que amanece cada día con cuantos nos rodean, aunque sean diferentes.

6. Las fronteras son una herida sangrante de nuestro mundo. Ellas representan el límite de nuestra libertad, el cierre del horizonte, la tierra prohibida, la condena a la exclusión. Para los que nacimos en una isla, la frontera es un mar que nos incomunica. El sueño está siempre más allá de esa frontera que nos retiene.

El mundo moderno ha ido rompiendo fronteras: geográficas, culturales, científicas, … Hemos llegado a tierras prohibidas, hemos transgredido fronteras saltando vallas, rompiendo prejuicios, cambiando culturas y leyes ancestrales. La creatividad y la innovación parecían haber deshecho todos los límites. Y aunque muy dolorosamente, los pueblos aprendimos a cruzar fronteras.

Pero vino el virus corona que transgredió todas las fronteras y se expandió rápidamente, con agresividad, por todo el mundo. No respetó naciones, culturas, edades, género, religiones. No pidió permiso, ni sacó visa.

Y pareció justificar las fronteras cerradas.

Pero en realidad nos reveló que, por más barreras que levantemos, somos uno, un solo cuerpo que responde al mismo virus. Somos del mismo barro, comemos el mismo pan y bebemos el mismo vino. Estamos llamados a ser un pueblo, su pueblo y que Él sea nuestro Dios. Necesitamos todos la misma vacuna.

Tenemos que repensar nuestros conceptos de nación y frontera y aprender a pensar en un mundo uno, en la gran familia de Dios.

7. El reto es aprender para no volver atrás, sino saltar adelante. Necesitamos reunirnos para juntos reflexionar esta experiencia y sacar conclusiones que nos ayuden a caminar hacia la novedad de un mundo mejor preparado para enfrentar las pandemias. Que las empresas, los centros educativos, las iglesias, los gobiernos, los medios de comunicación promovamos la reflexión compartida, la búsqueda colaborativa de nuevos caminos.

Que no volvamos a reconstruir los viejos modos de proceder. Que nos reencontremos para repensarnos, para innovar nuestras formas de relación.