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Cultura y sociedad | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Voces calladas, sonrisas cercenadas por comentarios sagaces, dolorosos como espadas por la espalda, rumiante bochinchera que dispara cual letal arma ante  muchedumbre;  unas dóciles, otros  empoderados, orgullosos, enaltecidos, satisfechos, inmejorables, con aires de supremacía. 

Pululan por las calles,  exhibiendo con orgullo aquella arma que sin méritos ni medida les otorgó la sociedad para cubrir muchas historias de opresión y dolor. 

Se mofan con osadía, justificando, en ocasiones, acciones crueles, viles  y denigrantes, que en vocablos de especialistas de la psicología, no son más que múltiples muestras y características de mecanismos de compensación de sentimientos que buscan ser indemnizados con quienes se les enseñó son el blanco. 

La sociedad cada día menos calmada, más confusa, conmocionada, pero menos idílica, se enlútese, impaciente busca respuestas, hace llamado a gritos con insignias color morado, al ver caer entre sus brazos, unos sobre los otros, los pétalos de sus rosas, se analiza y pregunta, en qué fallamos? 

¿Cómo fueron a parar todos los huevos en la misma canasta? 

Mientras crecen las interrogantes, surgen de los sepulcros los testimonios de aquellas VOCES SILENCIADAS, aquellas víctimas de violencia brutal, cuyas palabras no fueron escuchadas en su momento. Sus brazos se desprenden en busca de auxilio y libertad y en espera de que un día ya no sea necesario el tan sonado, YA NO MÁS! 

Entre la búsqueda de razones, y un falso llamamiento al “empoderamiento”, la sociedad se embulle  cada vez que hay una de nuestras corolas caídas. 

Mientras la generación espera ser sanada,  prejuicios e ideas mal concebidas, interpretadas e infundadas, doctrinas que se normalizaron, se asumieron y generalizaron sin medir las consecuencias a futuro, mientras todos y todas lo sufrimos. 

Sea cuestión de cultura, ideología o creencia, pero es preciso hacer una pausa, analizar los contextos y cambiar la perspectiva. 

La violencia NO se resuelve con más violencia, al contrario, atrae más, por ello es fundamental educar. Educar es prevenir!  

La educación no es solo una institución social, también es un arte. 

¿Por qué? 

Porque con metodologías y técnicas pedagógicas basadas en el amor así mismo y a los demás,  se pueden modificar conductas pre- existentes, re-definir patrones y referentes sociales.  

 Trabajar desde el punto de vista social y psicológico, permite unir dos grandes elementos de las relaciones humanas, los cuales garantizan resultados en las generaciones venideras. 

Ello sumado a la promoción de hábitos de humildad, cooperación, identidad e igualdad, podremos decir que hemos aportado una gota de agua para que nuestros jardines no se sigan feneciendo de las formas más tristes, más inhumanas e indignas.  

Este escrito nació de una alma nostálgica y apenada por todas aquellas mujeres cuyas voces han sido calladas por manos llenas de ira, odio, por estereotipos y dones de superioridad. 

Aquellas almas cuyos ojos brotaban de miedo, sus corazones palpitaban de llanto, sus manos sudaban de angustia, sin embargo no fueron entendidas, comprendidas, porque sus VOCES fueron obligadas a ser CALLADAS. 

Todas aquellas que no tienen una voz, un apoyo que vele por ellas. 

Por aquellas que se miran al espejo y no se encuentran, que sienten sobre ellas el gran peso del escudo que la sociedad ha interpuesto.

Aquellas cuyas fuerzas a veces sienten se les agotan, cuyos deseos ciertamente son órdenes, no decisiones. 

 A todas ellas,  esto está dedicado. 

Esperanzas muertas, ilusiones fallidas,  VOCES CALLADAS

Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.