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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

A través de los años los conglomerados humanos que viven en un mismo territorio para poder subsistir de forma civilizada han tenido que organizarse bajo un orden mínimo de dirección que le permita la vida en colectivo.

 Los aspectos comunes que lo identifican como pueblo, tales como los usos, las costumbres, el idioma, la etnia, la cultura, la historia entre otros, son los elementos característicos que dan origen a sus leyes, la cual les permiten vivir bajo un mismo gobierno que lo convierte en una nación y forjar un Estado.

Si tomamos como parámetro el Éxodo  en el Cristianismo y en el Judaísmo  cuando narra  la liberación del pueblo Judío en su salida de Egipto bajo la dirección de Moisés,  vemos que fue  necesario para contener la desobediencia, la creación de normas en el pueblo de Dios, de ahí que, en la biblia Hebrea se hace referencia al decálogo de “Los Diez Mandamientos”, donde  se sindica que Dios le dio dos tabla a Moisés en el monte Sinaí, sellando el Pacto de alianza  y quedaron escrita las normas de vida para la posteridad.

El “Código de Ur”. de los Mesopotámicos es la ley más antigua que conoce la historia, escrito en el mandato del rey Ur. Nammu, en los años (2100 y 2050 a.C.), caracterizado por castigar la mayoría de los delitos con una amonestación monetaria; pasando por la “Ley del Talión” (El ojo por ojo y diente por diente), escrito por el Rey Hammurabi de Babilonia en el año 1750 a.C. mejor conocido como el Código de Hammurabi, donde casi todas las transgresiones a la ley eran castigadas con la venganza del delito, ocasionándole al agresor el mismo daño que había ocasionado.

Todas estas normas del sistema monárquico fueron reglamentando la existencia de sus habitantes y servían como decálogo moral y legal de convivencia y de conducta humana, sin que esto  significara lograr la igualdad, y menos  obtener el derecho de elegir a las autoridades democráticamente ni al del sufragio universal,  para esto fue necesario  mucha sangre derramada y no fue hasta el  año 1789 cuando el poder político comenzó a estar en manos de presidentes y cámaras de representantes que trajo consigo la regulación de un sistema de elección.

El voto  ha pasado por diversos sistemas como fue el Sufragio censitario (“o restringido”) ,  donde podían  votar  los hombres  que cumplían  ciertos niveles de instrucción, de renta y de clase social; El Sufragio masculino calificado (“ o Sufragio universal”),   donde solo  podían votar  los hombres que sabían leer y escribir; El Sufragio femenino que reconocía el derecho al voto de las mujeres, primeramente a las mujeres casadas que sabían leer y escribir y con propiedades,  y después llegó el voto de las mujeres solteras; El Sufragio sin discriminación racial, donde se consagro el derecho al voto de todas las personas , sin discriminar su raza, su pertenecía , etnia u origen nacional y por último El Sufragio sin calificación, donde se estableció el derecho a votar de todas las personas, sin discriminar su nivel educativo, incluyendo los y las analfabetas.

En los últimos procesos electorales ha sido muy marcada  la cantidad de ciudadanos y ciudadanas que no ha ejercido este derecho consagrado en nuestra constitución , hecho que ha llamado a preocupación, pero sin analizar las posibles causas y factores de las mismas, ya ciertos inmaculados e inmaculadas legisladores y legisladoras y elocuentes opinólogos y opinólogas están haciendo referencia como solución a la problemática el recurrir a la necesidad del voto obligatorio, todo esto sin antes la misma clase política revisar su accionar y ver cuanto incide  su conducta en el desinterés del electorado.

 Este derecho y deber es golpeado constantemente por el accionar del sistema de partido y por los políticos y políticas en sí misma, pues en su mar de promesas incumplidas, su desvinculación con la sociedad, su cambio constante de discurso, de ideas, de color partidario, de legislar en `provecho de sí mismo y donde se impone el que tenga más recursos económicos sin importan el origen, han ido socavando el interés del electorado por ejercer el voto y por la participación en la política.

En estos tiempos de “modernidad” los partidos, movimientos y agrupaciones políticas en su mayoría,  han sustituido el valor de la meritocracia, el ingenio , la capacidad , el talento, la ética, la decencia, la vocación de servicios,  por el nepotismo y  la avaricia, donde el mérito de subirse a una patana a “caravanear”,  allanar una vía publica haciendo un descenso al compás del alcohol en los odiados “bandereos”,   caracterizados por las nalgas y tetas voluptuosas  han creados un nuevos paradigmas en sustitución de los  establecidos  pues ahora son la “nalgacracia”, “bandereoscracia”, “tetacracia”, “patanacracia”, “carabananeocracia”,  “el tiguerajecracia”  y el “dame lo mío cracia”.

Exigir  la obligatoriedad del voto es la forma más simplista de decirnos que somos  los y las  causantes de la abstención electoral, bajo el cliché de que no apoyamos la democracia y como siempre tenemos que aplaudirle a los políticos y las políticas  del sistema  todo su accionar ,porque al final  somos  todos y todas los y las culpables , excepto ellos y ellas los y las  honorables, pero esperar otra forma de actuar de nuestra dirigencia  políticas es soñar, porque lograr  que  asuman parte de la culpa  solo sucederá cuando  se cumpla el adagio de una moderna canción, será posible  que ellos y ellas   se revisaren  ,si y solo si , “ cuando los sapos bailen flamenco".