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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

Sin lugar a dudas una de la más arraigada tradición cultural de nuestro pueblo es la celebración de las festividades navideñas, una cofradía de religiosidad, rituales, costumbres e imaginación, que invitan al compás de luces y aguinaldos a darse un sorbo de alegría y una bocanada de positivismo.

Esta tradición llegada a nosotros como resultado de la colonización y evangelización de la isla. Conmemora la Natividad, el nacimiento de Jesucristo, donde la forma de conversión al catolicismo impuesta por los Españoles, es ilustrada por el poeta Pablo Neruda en su poema “Versainograma a Santo Domingo” cuando en uno de sus versos lo describe de la forma siguiente: “Enarbolando a Cristo con su cruz, los garrotazos fueron argumentos, tan poderosos que los indios vivos, se convirtieron en cristianos muertos”.

Al margen de esto y gracias a esa imposición, esta tradición se ha quedado estampada y forma parte de nuestras costumbres, siendo una de las manifestaciones culturales más hermosa y que más unifica a la familia, pues, no existe época alguna donde se haga un mayor hincapié en exponer la solidaridad, exhibir la amistad, publicar los lazos de afectividad, dejar evidenciado los sentimientos, manifestado en expresiones de amor e intercambio de afectos.

En mi entorno  de infancia  y adolescencia la  Navidad  se ejemplificó  en un árbol gigantesco, cuyas enormes raigones  violentaban todas las aceras de la calle principal del sector que  acordonaba el alma  de sus moradores y finalizado  el otoño,  sus hojas servían de tapiz  a toda la barriada, siendo el preámbulo perfecto para debajo de la mata de Ceiba, dar inicio a esta hermosa temporada, pues, aquel árbol no era solo un adorno, era nuestro limite, nuestra referencia , nuestra cobija y nuestro compinche de historias, donde  en sus grandes  y enorme raíces sentamos los soportes de nuestras apetencias, mitigamos el hambre y envolvimos  los desafíos, complotamos  para mitigar la ignorancia que nos liberaría de la oscuridad.

En esos tiempos no existía el GPS, Google Mapa, Geo Referencia,  a nadie se le ocurría pedir el  “Location” (La ubicación), pues la mata de Ceiba era la alusión  y eje del mundo en nuestro sector, el cual,  su ubicación ( calle teniente Amado García, esquina Rafaela Atoa, sector La Fuente, Mejoramiento Social, D.N.) servía de división de clases de miserias de nuestro entorno. Al Este de la Ceiba “La Miseria Alta”, compuesta por los y las  que vivían en los edificios o multifamiliares, al Oeste  “La Miseria Media”, compuesta por los y las que poseían sus viviendas en frente de la calle y más al fondo “La Miseria Baja” que éramos aquellos y aquellas  que en nuestras direcciones utilizamos el número de la casa con el prefijo” parte atrás”, los que vivíamos en  los callejones.

Pero las festividades de la Navidad borraba todo tipo de discriminación y exclusión, pues todos y todas nos concentrábamos en decorar las aceras, pintar los contenes  y los postes  del tendido eléctrico y con ellos irrigar  de alegría el barrio.  Salíamos en procura de madera vieja y un gran tronco,  que bajo la sombra de la de la Ceiba, permanecía toda la temporada cobijado y protegidos por sus espinas, y llegado el día de  Nochebuena y final del año viejo, se encendiera la fogata que iluminaba la Navidad, donde en cada sorbo del té de jengibre se sentía el picante del compartir.

Toda la barriada se concentraba debajo de la  Ceiba y al compás del destello del fuego se iluminaban los recuerdos que animaban la melancolía,  dando pasos a la tristeza al remembrar a los  y las que habían partido  y era la Ceiba su cobija, donde se sentía que Jesús le  brindaba su compasión, a través de su comunidad que lo abrigaba, y al compás del cañonazo, que daba inicio al nuevo año, se abrazaban las diferencias, nos embriagábamos de optimismo y nos  quedábamos resacado de esperanza.

Por eso la Navidad es y sigue siendo una fiesta del compartir, de reunificación familiar, de reencuentros, de volver a remembrar aquellos seres que nunca hemos olvidado y  sin nuestro permiso partieron y nos  dejaron  sumidos en el dolor. Es sinónimo de hacer grandes planes y de sentir que el mundo es pequeños para nuestras utopías, es saber que siempre hay un espacio donde la hermandad y familiaridad se erige y de saber que  Jesús busca la forma de manifestarse como en este caso,  a través de la mata de Ceiba, nos deja de manifiesto que  Él, es aquel  “que levantó su casa entre las nuestras”.