El día 20 de noviembre hemos celebrado el Día de la Conciencia Negra, por primera vez a nivel nacional. Para la oportunidad escribí el presente texto como un homenaje a esta fecha.
La Pasión de Cristo continúa siglo tras siglo en el cuerpo de los negros históricamente crucificados. Jesús agonizará hasta el fin del mundo, mientras uno solo de sus hermanos y hermanas esté todavía colgando de alguna cruz. Con esta convicción, la Iglesia Católica, en la liturgia del Viernes Santo pone en boca de Cristo estas palabras conmovedoras:
“Pueblo mío, mi pueblo elegido ¿en qué te entristecí? Dime. ¿Qué más podría haber hecho por ti? ¿en qué te falté? Yo te hice salir de Egipto y te alimenté con maná. Te preparé una tierra hermosa; tú, la cruz para tu rey”.
Al celebrar el Día de la Conciencia nacional nos damos cuenta de que aún no ha sido completamente asumida. Hay mucha discriminación en la calle, en las redes sociales contra los afrobrasileros, alcanzando a muchas personas negras sencillas, trabajadores, jugadores de fútbol y hasta actrices y actores famosos. ¿Cuántos jóvenes negros son ejecutados por la policía en los cerros de nuestras ciudades? En una década, de 2012 a 2022, el 79% de las víctimas de homicidio del sexo masculino eran negras. El estudio divulgado por el Instituto Sou da Paz es atroz: 8 de cada 10 hombres muertos por arma de fuego son negros.
Estos datos nos revelan que la pasión de Cristo continúa en la pasión de este pueblo afrobrasilero. Falta la segunda abolición, de la miseria, del hambre, del desempleo, de la discriminación.
En solidaridad con todos ellos y ellas hice esta pequeña reflexión-poema, inspirada en la liturgia católica del viernes santo:
“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te entristecí? ¡Respóndeme!
Yo te inspiré la música cargada de melancolía y el ritmo contagioso. Te enseñé cómo usar el bombo, la cuica y el atabaque. Fui yo quien te mostró el rock y el balanceo de la samba. Y tú tomaste lo que era mío, te hiciste nombre y renombre, acumulaste dinero con tus composiciones y shows y nada me devolviste.
Yo bajé de los cerros, te mostré un mundo de sueños, de una fraternidad sin barreras. Creé mil fantasías multicolores y te preparé la mayor fiesta del mundo: bailé el carnaval para ti. Y tú te alegraste y me aplaudiste de pie. Pero pronto, muy pronto, me olvidaste reenviándome al cerro, a la favela, a la realidad desnuda y cruda del desempleo, del hambre, de la discriminación y de la opresión.
Mi hermano blanco, mi hermana blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te entristecí? ¡Respóndeme!
Yo te di en herencia el plato del día-a-día, el fríjol y el arroz. De las sobras que recibía, hice la feijoada, el vatapá, el efó y el acarajé: la cocina típica de Bahía. Y tú me dejas pasar hambre. Permites que mis niños mueran de hambre o que sus cerebros queden irremediablemente afectados, infantilizándolos para siempre.
Yo fui arrancado violentamente de mi patria africana. Conocí el navío-fantasma de los negreros en el que tantos y tantas murieron y fueron lanzados al mar. Al llegar aquí fui hecho cosa, “pieza”, esclavo y esclava. Fui la madre-negra para tus hijos e hijas. Cultivé los campos, planté el tabaco para el cigarro y la caña para el azúcar. Hice todos los trabajos. Ayudé a construir gran parte de lo que existe en este país, monumentos, palacios e iglesias coloniales en las cuales muchos se revelaron grandes artistas. Y tú me llamas perezoso y me arrestas por vagabundo. Me discriminas debido al color de mi piel y me tratas como si todavía siguiera siendo esclavo.
Mi hermano blanco, mi hermana blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te entristecí? ¡Respóndeme!
Yo supe resistir, conseguí huir y fundar quilombos: sociedades fraternales y sororales, sin esclavos, de gente pobre pero libre, negros, mestizos y blancos pobres. A pesar de los azotes en mi espalda, trasmití la cordialidad y la dulzura al alma brasilera. Y tú me cazaste como a un bicho, arrasaste mis quilombos y todavía hoy impides que la abolición de la miseria que esclaviza y de la discriminación que duele continúen como realidades cotidianas y efectivas.
Yo te mostré lo que significa ser templo vivo de Dios. Y, por eso, cómo sentir a Dios en el cuerpo lleno de axé y celebrarlo en el ritmo, en la danza y en las comidas sagradas. Y tú reprimiste mis religiones llamándolas ritos afrobrasileros o simple folclore. A menudo hiciste de la macumba un caso de policía.
Mi hermano blanco, mi hermana blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho yo, en qué te entristecí? ¡Respóndeme!
Cuando con mucho esfuerzo y sacrificio conseguí ascender un poco en la vida, ganando un salario com mucho sudor, comprando mi casita, educando a mis hijos, cantando mi samba, animando a mi equipo preferido y pudiendo tomar el fin de semana una cervecita con los amigos, tú dices que soy un negro de alma blanca, disminuyendo así el valor de nuestra alma de negros dignos y trabajadores. Y en los concursos, en igualdad de condiciones, casi siempre decides a favor de un blanco. Porque soy negro o negra.
Y cuando se pensaron políticas públicas por un gobierno que cuida del pueblo, para reparar la infamia histórica, permitiéndome lo que siempre me negaste: estudiar y formarme en las universidades y en las escuelas técnicas y así mejorar mi vida y la de mi familia, la mayoría de los tuyos grita: va contra la constitución, es discriminación, es una injusticia social. Pero finalmente la Justicia ahora nos hizo justicia y nos abrió las puertas de las universidades y de las escuelas técnicas.
Mi hermano blanco, mi hermana blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho yo, en qué te entristecí? ¡Respóndeme!
“Respóndeme, por favor”.
Y nosotros los blancos, los que disponemos del tener, del saber y del poder, generalmente callamos, avergonzados y cabizbajos. Es hora de escuchar el lamento de estas hermanas y hermanos nuestros afro-descendientes, sumar fuerzas con ellos y ellas y construir juntos una sociedad inclusiva, pluralista, negra, mestiza, fraterna, cordial donde nunca más haya, como todavía sigue habiendo en el campo y en las ciudades, personas que se atreven a esclavizar a otras persoas.
Ojalá podamos gritar: “esclavitud nunca más”. Y enjugando las lágrimas podamos responder a las discriminaciones con amor y comprensión como tantos y tantas afrodescendientes lo hacen. Y un día, que sólo Dios sabrá cuando, podremos decir todos juntos, como en el Apocalipsis, sin venganza y sin rencor: “Todo eso pasó”.
*Leonardo Boff ha escrito entre otros libros Tierra madura: una teología de la vida, Planeta, São Paulo 2023.
Traducción de Mª José Gavito Milano