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Opinión | Juan Bolívar Díaz

 Entre las múltiples felicitaciones con sueños navideños recibidas resalta la del hermano Avelino Guerrero, director del Colegio La Salle, quien nos invita a ver la Navidad “con los ojos del corazón”, que atribuye a Jesús un 25 de diciembre del año 1:

 “Si miro el pesebre y me ven ahí, sabiendo por el corazón que soy Dios-niño, que no viene para juzgar sino para estar, alegre, con todos ustedes;

“Si consiguen ver en los otros niños y niñas, especialmente en los más pobres, mi presencia en ellos;

“Si logran hacer renacer el niño escondido en sus padres y en los adultos para que surja en ellos el amor y la ternura;

“Si al mirar el Belén notan que estoy casi desnudo y se acuerdan de tantos niños igualmente pobres y mal vestidos, y sufren en el fondo de sus corazones por esta situación inhumana y desean que cambie verdaderamente;

“Si al ver la vaca, el buey, las ovejas, los perros, los camellos y el elefante, piensan que el universo entero recibe mi amor y mi luz, y que todos, estrellas, piedras, árboles, animales y humanos formamos la gran Casa de Dios;

“Si cuando miren hacia lo alto y vean la estrella con su cola recuerdan que siempre hay una estrella sobre ustedes, que los acompaña, iluminándolos y mostrándoles los mejore caminos;

“Sepan entonces que yo estoy llegando de nuevo renovando la Navidad. Estaré siempre cerca de ustedes, caminando con ustedes, llorando con ustedes y jugando con ustedes, hasta aquel día, solo Dios sabe cuándo, en que estaremos todos juntos en la Casa de nuestro padre y de nuestra madre de bondad, para vivir felices por siempre”

No hay manera de pensar en la Navidad, sin asociarla con la solidaridad, sin colocarnos sobre el bullicio, las comilonas y bebentinas para reinterpretar el mensaje contenido en el aterrizaje de Jesús en aquel pesebre, casi desnudo. Nos conduce directamente al planteamiento fundamental de amar a Dios en el prójimo, que no es una metáfora, sino una invitación a empoderarnos de las necesidades que nos rodean.

No hay manera de celebrar la Navidad sin renovar el compromiso de lucha por los excluidos del bienestar, tratando de aliviar su sufrimiento, lo que implica trabajar para crear condiciones de vida y desarrollo para todos, en base a los principios fundamentales de la solidaridad humana.

Nos lo recuerda el compañero Rafael Toribio en su tradicional reflexión navideña, que esta vez deplora que nuestros hijos y nietos recurran con más frecuencia a abandonar el barco nacional buscando lugares donde la vida digna no sea un privilegio. Lamenta que “ante la justificación de la partida solo pueda apelar a los sentimientos, no a certezas de lo que añoramos, hoy carencias, serán realidad en un tiempo razonable”.

El diagnóstico de Toribio duele profundamente: “los destructores de sueños parecen más eficaces que quienes los construyen”…”La honorabilidad es poca reconocida”…”La perversidad en la política se presenta como éxito y en la economía como capacidad de gestión y en ambos casos cuando la justicia debe actuar, dictamina un “no ha lugar” o archiva el expediente”.

El balance del año que termina no es alentador, pero el mensaje de la Navidad nos debe alentar a proseguir el camino que lleva a Belén. Por eso el politólogo termina planteando que “las adversidades nos deben motivar a continuar. Aún con las ilusiones maltrechas debemos evitar que nos quiten la esperanza. Resistir es una forma de luchar”.