Uno de los momentos más lacerante y difícil que puede tener ser humano alguno y donde más se procura la manifestación de solidaridad, es sin la menor de las dudas, la pérdida de un ser querido, lo cual conlleva el involucramiento en el doloroso, lastimoso y fatigoso proceso de la realización del velatorio en el proceso de las honras fúnebres.
Con el paso de los años, todo lo relacionado a los sepelios o velatorios, han ido sufriendo grandes transformaciones, pues, años atrás, el lugar predilecto por las familias y muchas veces determinado en vida por el fenecido, era la inclinación por su residencia, su hogar y con su gente, como el último destino para su partida, el cual, se convertía en un santuario durante todo el proceso, y por demás, si el exánime procedía o vivía en un pueblo del interior, se efectuaba una peregrinación desde la ciudad, hasta el lugar de nacimiento del extinto, de parte de sus familiares , allegados , amigos y vecinos, que se trasladaban para acompañar al finado a su última morada.
Los velatorios en el hogar eran muy peculiares y singulares, el fallecido estaba rodeado de sus consanguíneos más cercanos, que se resguardaban en la habitación principal de la residencia, donde se comandaba el departamento de dolientes, gritos y llantos; en la sala de la casa, en el centro, se colocaba el ataúd, ya sea en cuatro sillas o bases para tales fines, que dependiendo las casusas y las razones del deceso, se le colocaban bloques de hielos debajo del mismo, para su mayor conservación, ya que los cuerpos eran velados de un día para otro y abrazados del timbrado de la voz de la rezadora, la cual iniciaba su ritual para abrirles los caminos hacia el cielo al difunto, escoltado por cuatro velas que tenían como misión, iluminarle los caminos en el trayecto hacia el otro mundo.
Según pasaban las horas, las personas que permanecían en el interior de la casa , que por lo general , eran las más cercanas, se le mantenían los parpados humedecidos a través de diversas rondas de café, con lo cual garantizaban mantenerlos despierto durante toda la noche; fuera de la misma, se concentraba los vecinos, allegados y curiosos, a los cuales se le facilitaba el llanto al compás de una botella de ron, comandado por el grupo que, a través, de los cuentos e historia hilvanaba la oscuridad de los acompañantes, los denominados “busca muertos y asara vivos”.
Cada tiempo determinado la parsimonia del silencio era interrumpida por los llantos de los emparentados al reencontrarse con otros consabidos que llegaban a dar el pésame, y otras veces, era interceptado por los sollozos de las lloronas sin dolientes que siempre estaban participando de los velorios y los sepelios, conocieran el muerto o no, a las cuales, en la mayoría de los casos, recibían o solicitaban una gratificación por sus lagrimosos servicios.
Con la invasión de la modernidad, la cual nos ha saqueado el tiempo y minado de ocupaciones, en sus arcas trajo consigo la modalidad de efectuar las exequias a través de los servicios funerarios, que en su afán de minimizar el dolor y maquillar la ocasión, nos impuso, que ya no es necesario amanecer, que dé más esta contar cuentos, que hay que administrar el llanto y por demás solo pueden hacerlo y fingirlo “los dolientes”, hay que elegir bien el vestuario, pues, no estamos en el barrio, nos encontramos con personas que no conocemos y que nada tiene que ver con el desvaído, pues lo que importa es durar cinco minutos con los dolientes y el restante tiempo dedicado a la pasarela y socialización y dejar evidenciado tu paso a través de firmar el libro de presencia que después minuciosamente debe se verificado para medir el grado y nivel del afecto.
Ya la preocupación no es el fenecido, sino el salón funeral, las exequias fúnebres y que el nicho de reposo en la morada del sueño eterno, este digno y acorde a nuestro estatus y sobre todo, que nos represente, pues, ya no es necesario ir al entierro y llegar a la casa del fallecido, pues la presencia en la funeraria compensa y conforman los mejores versos metafóricos para alardear el alago de un gran cumplido.
Si bien han cambiado los tiempos y los velatorios en los hogares se han convirtiendo en algunos casos en actos indignos al dolor y al respeto del fenecido, no podemos obviar que había una cercanía, duelo, dolor y respeto por la partida de alguien con quien convivíamos, hecho que contrasta con la parcimonia y solemnidad del salón de la funeraria, donde hay en muchos casos una pasarela de desconocidos, afanados más que en el dolor por el fenecido , hay un afán en el cumplido con el vivo, porque al fallecido y su memoria solo le brindan la fragancia y esencia de su olvido.