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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

A medida que iniciamos nuestros vínculos sociales,  y nos interrelacionarnos a través de los familiares, los centros de estudios, la vida comunitaria, las actividades deportivas, recreativas o laborales; vamos recibiendo como resultados de estos contactos, distintas influencias que al final nos crean un gran impacto en el moldeamiento de nuestra conducta y nuestro proceder.

Fruto de esos nexos, nos encontramos con discusiones, argumentos e ideas que van ahormando nuestro carácter, con los cuales nos vinculamos y quedamos estampados  para toda la vida.  En mi caso, fue una frase segregacionista y discriminatoria  del folclor popular, la  que,  en aquel entonces, me dejó impactado. Era la etapa donde se profesaba los principios de la  Teología de la Liberación, el postulado de” ver, juzgar y actuar” y es  allí cuando tomo como estandarte la frase que constantemente escuchaba y con la cual me sentía identificado, aquella que rezaba “algún día ahorcan blanco”, la cual la tome como mi insignia de barricada sobre la cual abrigaba todo mi esfuerzo y sacrificio en el afán de robustecer mi mundo de mantener la esperanza.

Ese enunciado lo convertí en mi rosario y lo colgaba en mi pecho cual si fuere Jesús en mi crucifijo y siempre ansiaba buscar conversaciones y esperar el momento oportuno para sacar mi frase de parapeto, cuál si fuera mi bandera, pues, fue en una conversación  en mi hogar,  en aquella casucha de madera de múltiples colores, pintada por una radiante luna, cobijada de zinc y revestida de un sol de concreto, fruto de un  diálogo  con mi padre, aquel chiripero y trabajador portuario de arrimo, que apenas había llegado a un 8vo.Grado de primaria, pero que tenía una habito descomunal por la lectura, hecho que sumado a su intachable  conducta,  le granjeó el respeto en la barriada y le trajo consigo el sobre nombre  de “El Doctor”. Allí fue donde consideré que era  el momento oportuno, para enarbolar mi frase amurallada.

En esa conversación con ese carpintero y muellero de la  moralidad, fue que redescubrí el significado de aquella expresión que cambió mi forma de pensar y de  accionar en mi vida. Ese diálogo fruto de la desesperación, característicos de aquellos días, donde no había para el sustento diario, ya que su turno en el muelle estaba anclado en el desahucio y la suerte escaseaba, me indicaba mi padre, que debía recurrir a los artículos “compraventables” y  por ende me  dirigiera a la casa de empeño “La Cariñosa”, lugar  donde en los momentos de dificultad, resguardábamos ciertos utensilios como garantía a cambio de un préstamo, lo empeñábamos. Ahí aproveché, ese momento difícil para mirar a la cara a mi viejo y con la mano en su hombro acuñé mi frase célebre, tranquilo  mi viejo,  “algún día ahorcan blanco”,  el cual con su mirada taciturna y con su parsimonia característica me respondió  con una sarcástica sonrisa,  “esos es verdad hijo mío, pero para que eso suceda, el verdugo debe de ser negro”.

Allí en el frío y la soledad del silencio, faltó de una bocanada de aire fresco, fruto del estrago que me había dejado  aquella respuesta. Me compuse y tomé los caminos angostos de aquellos callejones sin encontrar el rumbo hacia la salida que me condujera a la casa de empeño, y en ese trayecto  pasé los capítulos de mi corta vida y  comprendí  de una vez y por toda la reflexión de  “El Doctor”, entendí que estaba viviendo del conformismo y  que con esa acción no me estaba esforzando por seguir adelante,  solo me estaba dedicando a vivir de la esperanza , pero no estaba haciendo nada por producir los cambios, si no aupando para que los otros lo hicieran, que fuera proactivo y que me esforzara por hacer mis aporte a la solución del problema y no conformarme con aceptarlo. 

Y, fue fruto de esta acción que  pude conocer entonces otra forma de pensamiento y más lo pude entender cuando conocí a través de “El Doctor” los escritos del poeta nacional Don Pedro Mir, con aquel poema que aun gravita en mi cabeza denominado “Concierto de Esperanza” y no hay día que no me acuerde de mi viejo, cuando leo este poema y me detengo en la estrofa “La esperanza es la esperanza, convertida en ley de los pueblos, el pueblo convertido en ley y la esperanza convertida en gobierno”.

Gracias infinitas mi viejo, Atanacio. Donde quiera que esté, o donde le haya colocado el Creador, imploro por su bendición y le dejos saber que aun sigo en la lucha, pero no esperanzado en que algún día ahorquen blancos, si no luchando para que el verdugo sea negro.