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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

Los valores son parte de la cultura, se transforman o se mantienen, no se pierden. Los valores forman parte de un sistema de creencias y prácticas sociales. No se “enseñan” discursivamente, por el contrario se aprenden en la convivencia cotidiana y en el modelaje social.

 La solidaridad es un valor en la sociedad dominicana sobre todo en los estratos pobres, no está escrito ni se enseña en discursos, se aprende en la convivencia cotidiana. Por ejemplo cuando una mujer está de parto las vecinas le preparan sopa y se trasladan a su casa para apoyarla en las labores domésticas, esto se reproduce continuamente.

Nuestra sociedad tiende a mostrar resistencia al cambio de algunos valores. Uno de estos cambios es el de la participación activa de la mujer en su vida sexual y en el placer. Esto se sanciona con juicios como que ya “las mujeres no son serias”, expresión discriminatoria que no tiene el mismo significado para los hombres. Las mujeres y jóvenes están rompiendo con los tabúes que la mantenían en relaciones desiguales con el hombre frente al sexo y al placer. En este plano se produce un cambio de valores que no es positivo porque plasma un proceso hacia la igualdad.

Otros valores encuentran contradicciones en nuestra sociedad. Los grupos pobres tienen una vida basada en mucho esfuerzo para sobrevivir. En campos y barrios la gente se levanta a las 5:00 a.m. para salir a buscarse alguna forma de sobrevivencia en los conucos o en el chiripeo, sus hijos e hijas tienen que caminar muchos kilómetros para llegar a la escuela.

Este esfuerzo es desigual y entra en contradicción con las prácticas de enriquecimiento fácil y rápido presente en figuras públicas, dirigentes políticos y funcionarios.

El logro de un rápido ascenso social con prácticas de corrupción mantenidas en la impunidad genera la visión de que el quehacer político y las acciones delictivas son opciones de enriquecimiento. Estos elementos entran en tensión con valores como la honestidad y el esfuerzo.

El ejercicio de la corrupción y la delincuencia convive en forma ambivalente con valores como la seriedad, la honestidad y el esfuerzo. Las mismas personas que cometen grandes robos y acciones de corrupción se venden como personas serias y honestas afectando notablemente las prácticas sociales de las nuevas generaciones.

Los valores que se muestran en la convivencia cotidiana se aprenden del modelaje social no de discursos. No vale la pena hacer campañas de enseñanza de valores basadas en la prédica, estas no generan ningún aprendizaje, menos aún si existe un reforzamiento de la incoherencia y la corrupción como modelo social.