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Opinión | Amparo Chantada/Arquitecta y analista social

Todos los cementerios del mundo tienen una fosa común. Es un lugar donde se entierran las personas que mueren sin ser identificadas o que no tienen familiares que los reclamen.Cuando ocurre una catástrofe, frente a la urgencia (ej. tsunami del 2004 en el Océano Índico/200,000 muertos) se improvisan fosas para evitar las epidemias como también, se hizo en la Edad Media con la peste.

 

Las dictaduras esconden sus crímenes diseminando fosas clandestinas en su país pensando que quedaran impunes: no ocurrió así en Alemania nazi, en España franquista y en las dictaduras de Varela y Pinochet en Argentina y en Chile.

El cementerio de la avenida Independencia tenía su fosa común. Fundado en 1824 y abierto hasta 1943, esa fosa común funcionó durante la Ocupación Haitiana (1822-1844) la Anexión a España, la Restauración, la República, cuando las enfermedades y epidemias de final del siglo XIX, el ciclón San Zenón, la dictadura de Trujillo y fue reabierta en 1965 durante la Revolución para enterrar combatientes que sus familiares no pudieron identificar. Nunca fue objeto de investigación científica de identificación, que sepamos. Pero está claro que en esa fosa común, descansaban muchos anónimos, no siempre héroes ni “soldados”. Investigando, en el Cementerio, determinamos que en 1965 fueron enterrados en tumbas propias o en tumbas compartidas 53 (cincuenta y tres) personas, hicimos un mapa que divulgaremos próximamente para que la Historia no los olvide. Por esos motivos, no podemos considerar como una “exitosa iniciativa” lo que el secretario general del PLD, Lic. Reynaldo Pared Pérez inauguró el 29 de abril.

Sepultó la fosa común, desconociendo que siempre puede ser reabierta para investigaciones de identificación, en caso de necesidad (más hoy con el ADN). Y para completar nuestra frustración, su equipo demostró que ni siquiera investigó el lugar, porque le hubiera dicho que exactamente en ese lugar, el 27 de febrero de 1845, se ejecutó a María Trinidad Sánchez: Esa “soldado”, esa “heroína”.

Camino, desde la Fortaleza Ozama (toda la calle de El Conde hoy) hasta el cementerio, donde había un famoso árbol, al pie del cual se fusilaban los condenados y donde ella murió. Leí que al pasar por la Puerta del Conde exclamó: “Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República”. Hoy al lado de la fosa común que fue disimulada, ni siquiera una tarja recuerda la muerte de esa “soldado de la República”.