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Opinión | César Pérez

Enredado en la telaraña de la nefasta sentencia 168/13, el Gobierno dominicano ha incurrido en muchos y graves yerros tratando de sortear los graves problemas que la misma le ha causado al país. Sin embargo, haber falsificado o no entendido la esencia de las últimas declaraciones de Luis Almagro, Secretario General de la OEA, relativas a las diferencias dominicano-haitianas sobre el tema migratorio, constituye el más grotesco de sus errores de su política internacional.

 

Que este gobierno haya incurrido en la falsificación de un documento, una declaración o cualquier cosa, para justificar una posición no debe sorprender a nadie, eso y más se puede esperar de una administración dirigida por alguien que acaba de comprar el apoyo de decenas de congresistas para su repostulación y cuya honestidad fuera cuestionada recientemente por el presidente de su partido.

Se ha documentado por escrito y por grabaciones lo que realmente dijo Almagro, demostrándose fehacientemente que este no dijo lo que dice el Gobierno, a través de su Canciller, que él dijo. Ni siquiera hay que recurrir a la lectura comprensiva para darse cuenta de que él no ha hablado de fusión ni que en esta isla “sólo debiera haber un país”. Incluso, aún omitiendo la palabra “generalmente”, cosa que no hizo, es totalmente inteligible el espíritu de su declaración: resaltar las diferencias entre Haití y la RD, las cuales nos hace dos países diferentes, pero con imperiosa necesidad del diálogo para entenderse, que es lo que aquí siempre se ha dicho.

 
 

Cualquier alegato de un Estado, cimentado en la falsificación de los hechos, cuando distorsiona lo dicho por un representante de un conjunto de estados del cual es soberanamente miembro, lo descalifica, lo ridiculiza y obscurece su imagen internacional. Por eso, resulta insólito que pocos se refieran a esa cuestión, que es esencial. Con la falsedad y banalidad de su alegato, este gobierno ha puesto en cuestionamiento la credibilidad del país y resulta inexcusable no solo que se siga atribuyéndole a Almagro algo que no dijo, sino que pocos se refieran al aspecto antiético y de las implicaciones de esa acción.

Es inconcebible que gente solventes intelectual y profesionalmente, delirantes algunos por los efectos de ese opio llamado nacionalismo cerril, otros del cinismo y de la ingenuidad no pocos, insistan en limitar cuestión en si fueron prudentes, correctas o no lo que dijo Almagro, sin referirse a su aclaración ni a la actitud del gobierno no rectificar su soberano disparate.

A las corporaciones económico/políticas que gobiernan aquí y en Haití hay que obligarlas a que enfrenten con seriedad el tema migratorio, rescatando los aspectos positivos del Plan de Regulación, pero siendo inflexible en que se respeten los derechos adquiridos de quienes los tengan y concertando las formas en que se realizarían las eventuales deportaciones. Pero, para eso es imprescindible plantarle cara al chantaje, a la violencia verbal, al clima de nacionalismo cerril que propician esas corporaciones para agenciarse apoyo a sus proyectos continuistas de poder. Es necesario rechazar las manipulaciones de la verdad, como el disparate de respuesta a Almagro, que se convierten en daños de efectos múltiples a la imagen del país.