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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

En las elecciones presidenciales de 2012, Danilo Medina obtuvo 51% de los votos e Hipólito Mejía 47%. Es decir, el 98% de la población votante escogió uno de esos dos candidatos. El PLD y el PRD estructuraban en ese momento un bipartidismo, a pesar de existir muchas organizaciones políticas, en su mayoría aliadas al PLD.

 La división posterior del PRD, y la carencia actualmente de una organización opositora sólida, ha planteado la interrogante de cómo se comportará el electorado dominicano en el 2016. ¿Arrollará el PLD ante una oposición débil y fragmentada, o servirá la fragmentación partidaria como menú de opciones para concitar mayor votación hacia la oposición?

Señales claras hay de que el gobierno viene con determinación en busca de una victoria contundente. El objetivo del danilismo es coronar al Presidente Medina con una súper mayoría, que se asemeje a los niveles de aprobación que recibió en los primeros tres años de gobierno, y sobrepase los números de Leonel Fernández. Una victoria arrolladora es crucial para deslindar los territorios de poder en el peledeísmo.

El PLD cuenta con inmensos recursos de campaña para captar la mayoría del voto clientelar, y la interrogante es hasta qué punto las insatisfacciones del electorado y el cansancio con el gobierno socavarán significativamente su base de apoyo.

La coalición PRM-PRSC, de mantenerse, compactará el voto clientelar opositor. El perredeísmo, reencarnado en el PRM, está ávido de victorias para el reparto; y el PRSC, aunque muy disminuido electoralmente, utilizará sus recursos para reavivar su pequeña base clientelar.

Para el PRM, asegurar un importante caudal de votos en el 2016 es fundamental. Para el PRSC, la prueba de fuego es obtener mayor representación de que la que hubiese logrado en el bloque del PLD (más votos obtendrá porque nominalmente captará los perremeístas que marquen la casilla 3).

La alianza PRM-PRSC limita las posibilidades de crecimiento electoral del PRM porque reduce la posibilidad de otras alianzas, aunque al consolidar el voto opositor clientelar, facilita que las elecciones de mayo se polaricen una vez más. Es de interés tanto para el PLD como para el PRM-PRSC que se minimicen los votos de otras fuerzas políticas que competirán.

La conformación de esos dos bloques electorales-clientelares presenta retos especiales a las otras organizaciones partidarias que concurrirán a las elecciones. Tienen menos recursos económicos para competir por clientelas; además, si la población percibe en las encuestas que se produce una polarización, baja el interés por otras ofertas electorales que se perfilen perdedoras.

Por eso, con frecuencia, el multipartidismo dominicano se torna irrelevante. Hay muchos partidos, pero la mayoría se alían a las organizaciones de mayor fuerza electoral en busca de beneficios clientelares, y los que participan independientes obtienen pocos votos. Así ha sucedido siempre, excepto en la década de 1990, cuando se produjo un tripartidismo temporal por el ascenso del PLD en un contexto de declive del PRD por el descontento con sus ejecutorias gubernamentales, y el ocaso biológico de Balaguer.

No es posible hablar hoy de bipartidismo en República Dominicana por la desestructuración de los partidos, pero sí es posible la conformación de dos bloques electorales para el 2016 que articulen las masas clientelares ya anunciada la alianza PRM-PRSC.

En este nuevo contexto, la posibilidad de conformar un tercer bloque de impacto electoral requiere de alianza entre organizaciones con afinidad de objetivos. Es un asunto a resolver, por ejemplo, para Alianza País, APD y Opción Democrática. Sin alianza será muy difícil para las organizaciones partidarias pequeñas impactar de manera significativa el proceso electoral 2016.