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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

En este país, de alto desempleo y bajos salarios, la política es una industria siempre floreciente: es la más subsidiada y menos regulada. Es un negocio redondo, y más en época electoral.

Aquí se engancha a la política partidaria quien quiere un empleo, una tarjeta de solidaridad, o hacer riqueza rápido; quien necesita entretenimiento; quien busca seguidores y aplausos, se cree líder, o quiere sonar en los medios; y de vez en cuando, aparece alguien con algún ideal pendiente. La política aquí cura la pobreza, la inflación, la deflación y la depresión. Y cualquier propósito, por impúdico que sea, se adorna de buena intención. Todos luchan (así dicen) por el bienestar del pueblo.

En las elecciones de 2016 se elegirán candidatos para unas 4,200 posiciones, incluyendo la presidencia-vicepresidencia, los legisladores y todos los puestos municipales. Si al final se presentan, digamos, cinco candidatos presidenciales con sus correspondientes 4,200 candidaturas legislativas y municipales, serán unos 21,000 candidatos tirados a la calle con caravanas, carteles y anuncios.

Hay que prepararse para la lluvia de mentiras.

Para subsidiar todas esas candidaturas está el presupuesto nacional, el apoyo de los empresarios, las rifas (hasta Danilo anunció la suya), y las fuentes ilícitas.
No todas las nominaciones se cotizan igual en el mercado político. Por eso hay pugnas, deserciones y enganches (transfuguismo). Quienes no consiguen el puesto deseado en un partido se marchan a otro; y además, se declaran éticos y democráticos como si nunca hubieran sido parte de la comparsa. Una rabieta o malcriadeza se eleva a postura ideológica, y se acude a Bosch, Balaguer o Peña Gómez para justificar el cambio de chaqueta.

Esta campaña de 2016 será un espectáculo del absurdo. El absurdo puede producir mal humor o carcajadas. Las huestes gobiernistas estarán en las calles repartiendo y anunciando de todo. Quieren un triunfo arrollador. Los oposicionistas, con las manos casi vacías, proclaman que ni todo el dinero del mundo detiene el deseo de cambio del pueblo dominicano (¡oh pueblo dominicano!).

Gobierno y oposición serán cómplices del espectáculo. Y al final, siempre habrá una explicación para los perdedores: dirán que los venció el Estado (el mismísimo Estado del que muchos son o han sido parte).

En este país no hay condiciones para celebrar elecciones competitivas. ¿Recuerdan el matadero electoral de la era de Balaguer? No hay la represión de antes, pero el PLD controla casi todo el dinero de campaña, y también las instancias administrativas y judiciales del sistema electoral. Por otro lado, la oposición (débil y fragmentada) va dividida, y cada bando oposicionista apuesta a que el pueblo, harto del PLD, le dará la victoria. El PRM ya anuncia triunfo en primera vuelta; y los demás, rezagaditos, abrazan como oxigenación la segunda vuelta.

En este matadero electoral hay que considerar lo siguiente:

Primero, todas las posiciones electivas, excepto la presidencial-vicepresidencial, se eligen en primera vuelta. Hablar de segunda vuelta puede servir para aupar candidaturas presidenciales no punteras, pero no es consuelo para los otros candidatos que sólo tienen un chance.

Segundo, los nominados a posiciones legislativas y municipales de partidos pequeños no compiten realmente porque sus partidos no podrán acumular votos suficientes para ganar escaños. La primera y segunda fuerza electoral obtienen prácticamente todas las posiciones. Y si la distancia en votos entre la primera y segunda es grande, entonces la primera fuerza se lleva casi todo.

Tercero, la oposición dividida brinda al PLD la posibilidad de arrasar en el Congreso y los municipios porque el voto oposicionista se fragmenta. Es simple matemática electoral que no debe encubrirse con mentiras políticas.