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Opinión |

Hace cien años, en la ciudad de Tulsa, estado de Oklahoma, una violenta turba de personas blancas incendió por completo el próspero barrio afroestadounidense de Greenwood, conocido como el “Wall Street negro”, por ser sede de una gran cantidad de prósperos comercios dirigidos por personas de color.

La violencia surgió tras un enfrentamiento que tuvo lugar frente al tribunal de Tulsa, donde una multitud de personas blancas se había congregado para secuestrar y linchar a un hombre afroestadounidense que estaba allí detenido y que había sido acusado injustamente de agredir sexualmente a una mujer blanca. Un grupo de residentes negros de Greenwood llegó al lugar para detener el linchamiento. Se produjeron disparos y, tras ellos, la turba blanca procedió a devastar Greenwood. Fueron 18 horas de asesinatos masivos, incendios y saqueos que luego se conocerían como la “Masacre Racial de Tulsa de 1921”.

Se estima que alrededor de 300 afroestadounidenses murieron y más de mil resultaron heridos durante los trágicos hechos. Asimismo, se calcula que 10.000 personas se quedaron sin hogar tras el terrorífico ataque de la turba racista contra la población negra. Algunos integrantes de la turba contaban con apoyo y armamento de las propias fuerzas del orden de Tulsa y otros eran miembros del Ku Klux Klan. Se utilizaron aviones para lanzar dinamita y bombas incendiarias sobre Greenwood, lo que provocó que 35 manzanas del distrito quedaran completamente destruidas por el fuego. Más de 1.250 viviendas y una infinidad de negocios fueron arrasados. El número real de muertos de esta terrible matanza nunca se sabrá, ya que los cuerpos fueron enterrados en fosas comunes o arrojados al río.

La Masacre Racial de Tulsa de 1921 fue uno de los mayores actos de terrorismo racista en la historia de Estados Unidos. La población blanca de Tulsa hizo todo lo posible por ocultar la verdad de los hechos y se intimidó a los afroestadounidenses para que guardaran silencio. Los esfuerzos realizados en las últimas décadas para que este terrible evento sea recordado como corresponde en la historia de Estados Unidos están dando sus frutos, y la conmemoración del centenario tal vez logre, por fin, que estos trágicos incidentes formen parte de los currículos escolares y universitarios, así como de la conciencia colectiva estadounidense. Este centenario sucede apenas una semana después del primer aniversario de la muerte de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis. Las dos fechas marcan hitos dentro de una cronología de violencia que, como sociedad, ya no podemos seguir tolerando.

Recientemente, un subcomité judicial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos se reunió en la ciudad de Washington D.C. para abordar el perdurable impacto de la masacre de Tulsa. En esa ocasión, una de las oradoras fue Viola Fletcher, una mujer afroestadounidense de 107 años, aún sumamente lúcida y vivaz, que es la sobreviviente de mayor edad de la masacre.

Fletcher expresó ante el comité: “Nunca olvidaré lo que vi cuando salimos de nuestra casa. La violencia de esa turba de racistas blancos. Todavía veo a esos hombres negros cayendo abatidos por los disparos y a sus cuerpos negros tirados en la calle. Todavía huelo el humo y veo el fuego. Todavía veo cómo se queman los negocios de la comunidad negra. Todavía escucho los aviones volando por encima. Escucho los gritos. No hay un solo día que no reviva la masacre”.

Viola Fletcher continuó explicando el impacto que la tragedia tuvo en su vida: “Cuando mi familia se vio obligada a abandonar Tulsa, no pude seguir estudiando. No pude terminar la escuela, no pasé de cuarto grado. La mayor parte de mi vida trabajé como empleada doméstica al servicio de familias blancas. Nunca gané mucho dinero. Hasta el día de hoy, apenas puedo cubrir mis necesidades diarias”.

Los otros dos sobrevivientes de la masacre sobre los que se tiene noticia y aún viven son el hermano de Fletcher, Hughes Van Ellis, de 100 años, y Lessie Benningfield “Madre” Randle, de 106 años, quienes también testificaron ante el Congreso. “Madre” Randle expresó: “La mayor parte de mi vida he sido pobre. Me quitaron las oportunidades [de progresar]. Y mi comunidad, la comunidad negra del norte de Tulsa, aún está devastada. No la reconstruyeron. Está vacía. Es un gueto”.

Greenwood y el Wall Street Negro demostraron que los descendientes de las personas esclavizadas podían prosperar si solo se les daba la oportunidad. Tras huir de la violencia supremacista blanca que se desató en el sur profundo de Estados Unidos en los años posteriores a la época de la Reconstrucción, los descendientes de esclavos pudieron acceder a algunas tierras en el estado de Oklahoma y formaron más de una docena de poblaciones negras a principios del siglo XX. Cuando Oklahoma se convirtió en estado en 1907, la primera ley que se aprobó fue una legislación que impuso la segregación racial en todos los viajes en tren. A ella siguieron más leyes segregacionistas, conocidas como “leyes de Jim Crow”. A pesar de ello, el barrio de Greenwood se convirtió en un próspero centro comercial afroestadounidense, lo que permitió a los descendientes directos de esclavos desarrollar negocios y acumular riquezas. Un estudio de la organización Human Rights Watch realizado en 2019 concluyó que la tasa de pobreza de la comunidad negra en Tulsa es del 34%, casi tres veces mayor que la de la población blanca. El estudio también encontró que el índice de pobreza es aún más alto en el área norte de Tulsa, donde se encuentra el barrio de Greenwood.

“Ninguna persona blanca fue condenada por ningún delito relacionado con el asesinato de personas o la destrucción de la propiedad en el distrito de Greenwood. Ninguna”, señala el investigador y ensayista Hannibal Johnson en “Tulsa Burning” (Tulsa en llamas), un nuevo documental sobre la masacre lanzado por el canal de televisión History Channel, que cuenta con la dirección de Stanley Nelson y la producción ejecutiva de la estrella de la NBA Russell Westbrook, quien jugó durante años para el equipo Oklahoma City Thunder.

Los cimientos de ladrillo de la Iglesia Episcopal Metodista Africana Vernon en la avenida Greenwood es la única estructura previa a la masacre de 1921 que aún perdura. Aún continúan los esfuerzos para localizar las fosas comunes donde fueron enterradas las víctimas. La Masacre Racial de Tulsa comenzó el 31 de mayo de 1921, hace un siglo. Las reparaciones a los sobrevivientes de la matanza y a sus descendientes están aún pendientes.