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Opinión | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

Leipzig (Alemania), 27 de enero de 2022. En estos inicios del 2022, la humanidad sigue enfrentando la pandemia del Covid-19, con todo lo que esta implica en términos de enfermedad, muerte, confinamiento, restricciones para la movilidad y pérdida de sentido.

Indudablemente, uno de los ejes fundamentales de la vida que ha recibido un duro golpe a raíz de esta pandemia es el lugar o, mejor dicho, nuestra experiencia del lugar.

¿A qué se reduce el lugar hoy día, con tantas restricciones que tienden a recluirnos en la inmovilidad física de nuestras casas? ¿Cuáles son los lugares que todavía podemos atrevernos a visitar para encontrarnos con amigos y familiares, frecuentar sitios, culturas y personas interesantes, tener nuevas experiencias estimulantes, “conocer mundo” y, en el caso de las personas migrantes forzadas, salvar sus vidas y buscar mejores condiciones de vida? ¿Qué significa actualmente la noción de lugar que se nos ha estado yendo de la mano, por culpa de la pandemia?

He allí un posible aporte de los Ejercicios Espirituales (1548) de San Ignacio de Loyola que nos enseñan a componer lugares desde la inmovilidad física, por ejemplo, la de un retiro espiritual en que el o la ejercitante como criatura se encuentra en toda quietud, cara a cara con su Creador.

Es increíble ver como este texto ha llamado la atención no sólo de religiosas y religiosos, personas interesadas en la espiritualidad y otras cercanas a los Jesuitas y al carisma ignaciano, sino también de intelectuales, quienes vieron en este opúsculo un tesoro para la literatura, la retórica y la filosofía, entre otros campos del saber.

Lo que más llama la atención es —mirando el legado intelectual del fundador de los Jesuitas en Francia, donde él realizó entre 1528 y 1534 su formación académica en la Universidad de París, más conocida como la Sorbona (principalmente por su Facultad de Teología “La Sorbonne”), y donde “reclutó” también a los primeros compañeros de Jesús, “los Jesuitas”—  como hallamos un buen número de estudios y comentarios acerca de sus escritos y, en particular, los mencionados Ejercicios Espirituales.

Podemos citar, entre estos intelectuales y escritores franceses, a Georges Bataille[1], Roland Barthes[2], Phillipe Roger[3] y Pierre-Antoine Fabre[4], quienes subrayan de distintas maneras la pertinencia de esta obra, escrita en español antiguo, pero con una gran elegancia literaria y una tremenda profundidad intelectual.

Esta pertinencia, la encontramos, entre otros aspectos del libro, en una de las poderosas fórmulas de los Ejercicios Espirituales que se cita en innumerables partes del texto y que se relaciona justamente con el tema del lugar, a saber: “la composición viendo el lugar”.

Esta fórmula podría dar claves interesantes para estos tiempos de Covid-19, en que estamos encerradas y encerrados entre las cuatro paredes y, en particular, nuestra movilidad se ha visto muy restringida o, en algunos casos, seriamente prohibida.

Por ejemplo, de allí podemos preguntarnos: ¿Qué tipo de lugares vale la pena ver y recorrer en estos tiempos difíciles de Covid-19?

Aparentemente, esta pregunta no tiene mucho sentido, ya que hoy día viajar constituye un tremendo dolor de cabeza, debido a tantas reglas impuestas por países de origen, tránsito y destino para salir de, cruzar por o ingresar a sus respectivos territorios.

Sin embargo, en el marco de los Ejercicios Espirituales, en particular los que se hacen en un retiro de un mes o de una o varias semanas, la “composición viendo el lugar” permite paradójicamente a las y los ejercitantes sentir, percibir y vivir —recorriendo, con ayuda de los sentidos y la imaginación— los diferentes episodios de la vida de Jesús, desde la decisión de la Santa Trinidad de concebirlo hasta su muerte y resurrección. Allí se realiza entonces una gran movilidad (dentro de y más allá del tiempo y del espacio, en concreto, los de aquel entonces) desde la inmovilidad del o de la ejercitante. El lugar que se compone se encuentra entre movilidad e inmovilidad, rompiendo las fronteras entre ambas.

¿Qué significa esta paradoja movilidad/inmovilidad?

Las y los ejercitantes están invitados en sus meditaciones y contemplaciones a caminar, recorrer e incluso volar alrededor del globo terráqueo, esto es, a “componer los lugares”, como si estos fueran una obra de arte, una pieza musical o de teatro. Es como si San Ignacio de Loyola dijera lo siguiente al ejercitante o a la ejercitante: si tú no te puedes mover físicamente, entonces crea tú mismo o tú misma el lugar o los lugares (aquellos que realmente te importen) con todos sus paisajes geográficos, afectivos, emocionales, espirituales, sensitivos. 

La pregunta de fondo que nos plantean los Ejercicios Espirituales en este sentido es qué es un lugar: ¿Algo que sólo podemos recorrer físicamente con los pies o ver con los ojos? ¿O una experiencia interior y espiritual a la que podemos acceder, incluso con la imaginación creadora?

Evidentemente, son dos concepciones, entre otras, que llevan a circunscribir o ensanchar nuestra propia experiencia del lugar, haciendo de este una frontera cerrada o abierta, un muro o un puente.

Por ejemplo, reducir el lugar a un sitio físico es encerrarnos y limitarnos en la muralla del tiempo y del espacio, esto es, esencializar nuestro espíritu, esclerosarlo, matarlo: dejar que él se “descomponga”, sobre todo, en el momento en que desaparezca este sitio o en que nos veamos obligados u obligadas a dejarlo (pensemos en las personas migrantes). Equivale, por ejemplo,  a perder la experiencia de los Ejercicios Espirituales que se desarrollan vivencialmente en la vida, misión, pasión, muerte y resurrección de Jesús, aunque geográficamente todo ello ya no “tiene lugar” en el aquí y el ahora.  

Al contrario, entender el lugar como una experiencia interior y espiritual nos convoca a abrirnos justamente al “más allá” del tiempo y del espacio, donde se vea rebasada toda vivencia que uno o una haya tenido en este mundo. Se trata de experimentar aquí y ahora algo nuevo o experimentar nuevamente algo que exige toda nuestra atención, intelección, voluntad e imaginación para dejarnos transformar y llevar por él: es el meollo de los Ejercicios Espirituales que recomponen el tiempo y el espacio (los de aquel entonces de Jesús que no están aquí y ahora), pero para ir más allá de los dos, esto es, para encontrarnos con un Jesús vivo quien superó todos los límites con su resurrección.

Así entendido, el lugar espiritual, podemos verlo sólo con los ojos interiores del espíritu y del corazón, crearlo con la imaginación, recorrerlo con los recuerdos de la propia vida, esto es, “el sentir y el gustar del lugar internamente”: he allí el sentido de la composición del lugar.

Por esta razón, los Ejercicios Espirituales se realizan en una especie de confinamiento físico: un retiro, en el que el o la ejercitante se confina para ir a los confines del tiempo y del espacio y, así, encontrarse con el Señor vivo de la historia. Es como si los Ejercicios Espirituales tuvieran lugar en un no lugar o un más allá del lugar (valga la redundancia), para hacer posible la “composición” de todos los lugares, reales e imaginarios, que sean importantes para el corazón y el espíritu.

El retiro es como un puente espiritual hacia el mundo —físicamente ausente, pero espiritualmente presente— de Jesús que los Ejercicios Espirituales hacen posible para ayudar al o a la ejercitante a lograr un conocimiento interno del llamado Hijo de Dios.

¿Qué sentido tiene esta diferencia entre lugar físico y lugar interior, concretamente para estos tiempos de Covid-19?

Significa, antes que todo, entender que cualquier lugar que realmente nos importe —que este exista o que deje de existir como algo físico para nosotros y nosotras— sigue estando allí interiormente y que no necesitamos de nuestros ojos y pies físicos para verlo y recorrerlo porque ya está donde debe de estar, de modo visible o no para nuestros ojos: se encuentra dentro de nuestras vidas.  

Esta realidad espiritual se parece a la situación concreta de las personas migrantes que cargan a cuestas sus vidas, donde está todo lo que les importa, incluso lo que dejaron atrás en sus países de origen: familias, amigos, paisajes, historias, relaciones, amores, penas, sufrimientos. Se trata, en ambos casos, a la vez de una ausencia rebosada de presencias y de una presencia llena de ausencias.

Uno de estos lugares que debe importar a las y los ejercitantes es donde nació, vivió, sufrió, murió y resucitó Jesús, tal como lo plantean los Ejercicios Espirituales que invitan a estos y estas a recorrer internamente estas experiencias, pidiendo a Dios el conocimiento interno de su hijo para “más amarlo, servirlo y seguirlo”.

Otros lugares que deben importarnos pueden ser, por ejemplo, los muchos mundos posibles —hospitalarios, justos y en paz— con que soñamos y por los que luchamos, o también los países donde las personas migrantes aspiran a llegar y hacia los que caminan con fe y esperanza, enfrentando todos los peligros humanos y naturales para ello.  

Otro lugar puede ser nuestra propia casa, desde donde contribuimos, con nuestras oraciones, pensamientos y acciones familiares, sociales y políticas, virtuales o no, a ampliar el campo de lo posible, dando fe y constancia de que otra Colombia, otra América Latina y Caribe, otro mundo, otra humanidad es posible.

Otros lugares pueden ser incluso los rostros de tantas personas que extrañamos porque murieron por culpa del Covid-19 o de otras causas o porque simplemente aún no las podemos ver para darles un abrazo, debido a las restricciones.

En conclusión, los lugares que realmente nos importan, los vamos “componiendo” con el pincel de nuestros sueños, lágrimas, desvelos, corazón y espíritu. Son lugares físicos o simplemente recordados e imaginados, esto es, lugares donde se va manifestando la salvación y redención del género humano en medio de tanto sufrimiento causado por el mal, donde la resurrección va abriendo camino en medio de la pasión, donde la consolación va luchando con la desolación y donde la vida se va afirmando en contra de la muerte.

La “composición viendo el lugar” es definitivamente un ejercicio creador de cuidado, amor, ternura, compasión. En un sentido profundo, es un ejercicio espiritual que, como todo lo espiritual, parte de lo real, pero para ir más allá de él, con la ayuda de la imaginación creadora, esperanzadora y llena de fe en el Dios de la vida.

La “composición viendo el lugar” consiste definitivamente en poner el corazón, el espíritu y la imaginación a recomponer nuestro mundo en descomposición —tal como Dios lo vio y por lo que decidió salvarlo encomendando esta misión a su propio Hijo—: allí es donde empieza creativamente el verdadero cambio que seguramente se verá reflejado en nuestro compromiso social, político, cultural, ecológico, humanitario concreto.  

[1] Bataille, G. (1943). L'Expérience intérieure. Paris : Gallimard.

[2] Barthes, R. (1971). Sade, Fourier, Loyola. Paris : Éditions du Seuil

[3] Roger, P. (1993), P. « "Une fidélité particulière à l'infini" (De Barthes et des mystiques) ». En Barthes après Barthes. Une actualité en questions: sous la direction de C. Coquio et R. Salado, Publications de l'Université de Pau.

[4] Fabre, P-A. (1993). Ignace de Loyola: le lieu de l’image. Le problème de la composition de lieu dans les pratiques spirituelles et artistiques jésuites de la seconde moitié du XVIe siècle. Paris:  Éditions de l’École EHESS & Vrin.