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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Vivir en sociedad es un reto que demanda de mucha empatía, identificación y afinidad con las demás personas a los fines de poder lograr establecer parámetros de convivencia, que nos permitan desarrollar relaciones primarias y secundarias satisfactorias con los individuos que cohabitamos. 

Desarrollar esa destreza, es todo un trabajo social y humano que ejecutan nuestras madres y padres, quienes fungen como el patrón de referencia que nos extrapola a la realidad social, permitiéndonos aprender formas en cómo vamos a relacionarnos con los demás. 

En muchas instancias, estos patrones de socialización no son adheridos correctamente o son alterados por creencias que atañen costumbres arrastradas de generación en generación y que afectan directamente el comportamiento y conducta humana. 

Y es que, la convivencia en una sociedad, no es meramente un hecho sociológico, de psicología social o antropológico, sino que es una acción, un hecho que va más allá, que involucra las emociones, los sentimientos, nuestras pasiones, sueños y acciones humanas que nos permiten identificarnos con nuestros pares y conformar los grupos sociales. 

Es en sociedad, ya sea con nuestra familia o nuestro entorno, donde aprendemos comportamientos de amor, de rencor, de aceptación, rechazo, apatía, empatía y otras que nos caracterizan como personas.   

 Aunque como bien es sabido, la familia es el núcleo y origen de los valores, desde donde obtenemos información para desarrollar y reafirmar el sistema de creencias, costumbres y bases sociales que fundamentan los estados sugestivos del hombre, también está comprobada la influencia del medio y el entorno externo en la conducta y el comportamiento que asumimos. 

Jim Rohn dice que “Nos convertimos en una combinación de las 5 personas con las que pasamos más tiempo. Podemos adivinar la calidad de nuestra salud, actitud e ingresos con tan solo mirar a las personas que nos rodean. Con el tiempo empezamos a comer lo que comen, hablar como hablan, leer lo que leen, pensar lo que piensan, ver lo que ven, tratar a la gente del mismo modo o incluso vestir igual que ellos”.

Esto no es sólo por la influencia que ejerce el entorno sobre nosotros, sino que, además, los seres humanos aprendemos por modelado, es decir copiando el comportamiento de los demás, de manera que las conductas se constituyen en una construcción social.

Si bien, la construcción social puede enriquecer la cultura, no es menos cierto que detrás de esta realidad, hay una serie de conductas y comportamientos que se han normalizado, generando la sensación de que son adecuadas por el hecho de que se han expandido.  

Este Fenómenos que construimos en base a nuestras creencias, lo utilizamos para poder interactuar entre nosotros y gestionar mejor la realidad y el mundo en el que vivimos, aunque en muchos casos, no nos identifiquemos con esos elementos o simplemente no represente nuestra naturaleza como personas.

Es un constructo social que constituye una idea o una noción que parece ser natural y obvia para los individuos que la aceptan, aunque no personifique fielmente la realidad. 

Te preguntas, ¿en cuáles acciones o conductas puedes identificar estos nuevos constructos sociales? 

Identificarlos podría resultar fácil, sin embargo, actuar contra esa ola se convierte en un reto desafiante, en una cultura que induce las acciones y comportamientos en manada, mientras censura lo contrario. 

Simples acciones se convierten en actos que impactan, incluyen y transforman la concepción social.   

• Está sobredimensionado, valorar los procesos que conllevan las experiencias, ya que prevalece la inmediatez de tener y hacer las cosas rápido o para “ayer”, sin mayor esfuerzo.

• Preocupación generalizada en transmitir que en experimentar, disfrutar y vivir las experiencias de las cosas.

• Cooperar se encuentra en un segundo plano, anteponiendo la competencia como vías de consecución de las cosas. 

• Estamos en la era del yoìsmo como el culto al ego. La presuntuosidad ha dejado de estar estigmatizada. 

• Vivimos inmersos en la era del éxito social, reflejado en la belleza exterior, la popularidad y el acceso a los signos de riqueza material. 

• La sociedad está centrada en los deseos propios e ignora los de los demás.  

Es innegable que el desarrollo y el crecimiento social traen progreso, cambios y transformaciones de la cultura que pueden ser favorables, sin embargo, en el camino no podemos olvidar nuestra condición de seres humanos. 

Es esa condición que nos conecta con nuestros orígenes, nuestra esencia, lo que verdaderamente somos y porque estamos aquí. Ahí radica el sentido de todo.