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Opinión | Alicia Méndez Medina

El gagá del batey Los Jovillos, perteneciente a Yamasá, cruza a Guanuma a bailar, cantar y darse la mano con sus hermanos y hermanas de resistencias.  Avanzan por la calle principal de Guanuma, se desplazaban ante la mirada de los transeúntes, que observan el baile, los cantos, el embotellamiento en la calle, el jolgorio y la explosión del encuentro, los brazos y saludos señoriales

Guanuma, Monte Plata- El gagá de Guanuma irrumpe en las calles calurosas y rompe la tranquilidad del Viernes Santo. A ritmo de tambores y voces, se mueven los cuerpos de la gente de la comunidad, y de quienes han llegado desde lugares distantes para ponerse en contacto con las tradiciones que mantienen viva una espiritualidad centenaria y, a la vez, siempre nueva. 

Ubicado en Monte Plata, una de las diez provincias con mayores índices de empobrecimiento, de acuerdo con los datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE), Guanuma resiste a través de la música y las costumbres ancladas en las raíces afrodescendientes.

En medio de la calle, en el bullicio de la alegría de la gente del pueblo, el gagá tocaba a ritmo de fotutos, movimientos y colores evocadores de la siembra, el corte y la resistencia en los cañaverales.

 “La cosa está difícil, los muchachos querían salir a tocar gagá, lucharon bastante  y lo importante fue que pudieron salir a tocar , dijo un colmadero destapando una cerveza que ayudaría a mitigar el calentón de uno de los ejecutantes, que llevaba  horas cantando y bailando con  devoción y apego a un tiempo que les sobrevuela. Un tiempo que sobre sus cuerpos se impone.

Según la investigadora June Rosenberg, gagá es el nombre que se le da a los rará en República Dominicana. Para esta autora, la tradición tiene su base de operaciones en los bateyes, comunidades de trabajadores de los centrales azucareros en las que históricamente han vivido los haitianos que fueron empleados en el corte de la caña, dominicanos descendientes de haitianos y otros dominicanos que tuvieron contacto con los centrales azucareros.

El gagá de los Jovillos

En un tránsito lento pero contundente, rompiendo la maleza, avanza el gagá del batey Los Jovillos. La muchedumbre se mueve con coros en creole y español, dos de las lenguas de la isla, con cantos profundos y colores. Parten desde la calle Juliana Deguis Pierre, dominicana de ascendencia haitiana a quien durante mucho tiempo se le negó el acceso a la nacionalidad, como referencia de habitar el limbo. Llevaban días cantando, bailando, viviendo en dos lugares al mismo tiempo, evocando la multiplicidad de experiencias que definen el ser afrodescendiente. 

Los jovilleros cantan en dos dimensiones, tratan de vencer la marginalidad y el estigma de vivir sin documentos que acrediten su nacionalidad dominicana (en el caso de muchos dominicanos de ascendencia haitiana), o la residencia regular en el país, si se trata de migrantes. Este estigma significa negación de derechos tan básicos como el acceso a la salud, la educación o al empleo. Todavía luchan por legitimar su presencia en esta tierra.

El gagá del batey Los Jovillos, perteneciente a Yamasá, cruza a Guanuma a bailar, cantar y a darse la mano con sus hermanos y hermanas de resistencias.  Avanzan por la calle principal de Guanuma, se desplazan ante la mirada de los transeúntes, que observan el baile, los cantos, el embotellamiento en la calle, el jolgorio y la explosión del encuentro, los brazos y saludos señoriales. 

El recorrido continúa por la sabana hacia el Batey Yaco, que recibirá al gagá con júbilo, como la fiesta de todos y todas, con alegría en los cuerpos, en las miradas.

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