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Opinión | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

Hace exactamente una semana desde que Colombia inaugura una nueva era política no solamente por el cambio de gobierno, sino también por el cambio de tono, palabras, lenguaje y agenda que adopta el nuevo presidente Gustavo Petro.

Esto quedó más que claro desde el primer discurso de Petro, el de su investidura presidencial con el que inauguró su mandato de cuatro años, el pasado 7 de agosto, en la Plaza de Bolívar en Bogotá, la capital de Colombia. 

Estructura del discurso

De allí la importancia de analizar este discurso para ver su estructura y, de allí, sus alcances y límites. El discurso se estructura en tres grandes ejes que se puede sintetizar con la idea de que: a) Colombia está teniendo “una segunda oportunidad” y es necesario aprovecharla haciendo posible lo imposible, en concreto, la paz, la solidaridad, la igualdad, el futuro verde, la equidad de género, entre otras apuestas fundamentales del gobierno Petro/Márquez; b) lo imposible se volverá posible si se cumplen ciertas condiciones de posibilidad prácticas que llevan a acciones concretas, por ejemplo, en términos de reformas urgentes y estructurales del Estado en materia fiscal y de generación y redistribución de la riqueza; c) estas condiciones de posibilidad llevan a un decálogo de compromisos claros que le dan a este gobierno unas características diferenciales. 

Es un discurso poderoso que es fresco, en comparación con los discursos monótonos y tradicionales de los anteriores presidentes. Además, anuncia una nueva Colombia de una manera clara y convincente. Más adelante, trataremos de destacar estos elementos de esta nueva Colombia.  

Por ahora, llama tremendamente la atención una gran ausencia en este discurso que es sin embargo bien estructurado, articulado y con contenidos precisos: se trata de la migración, en particular, la migración de tránsito en la frontera colombo-panameña, que poblaciones haitianas, venezolanas, cubanas, brasileñas, africanas e incluso colombianas cruzan a diario en graves condiciones de desprotección, vulnerabilidad, inseguridad y crisis humanitarias, buscando llegar a Estados Unidos de América. 

Vale subrayar que gran parte de esta migración más o menos masiva, que se une en Centroamérica con la llamada Caravana, constituye un dolor de cabeza para la administración del presidente estadunidense Biden. Por lo tanto, es un tema muy sensible y preocupante que Biden, por medio de una delegación de altos funcionarios de Estados Unidos, ya había abordado con el equipo de transición de Petro en un primer encuentro que tuvo lugar el pasado 22 de julio. La idea del gobierno estadunidense consiste en pedir a Petro que, al igual que el presidente de izquierda mexicano Andrés Manuel López Obrador, colabore con el control de los flujos migratorios en particular en las fronteras del Sur; lo que se llama en términos técnicos “la externalización de las fronteras”. Se teme que esta solicitud que el actual gobierno mexicano considerado también de izquierda ha venido cumpliendo a la letra (con unas consecuencias trágicas en contra de los derechos humanos y las vidas de las personas migrantes) sea aceptada por el nuevo gobierno colombiano a cambio de otras ofertas y facilidades en materia económica, financiera y otras. 

Un poco de contexto de este discurso

Antes de presentar nuestro breve análisis de este discurso, hagamos un poco de contexto que servirá para ubicar, en términos técnicos, la “pragmática” de nuestro análisis. 

Lo que acabamos de mencionar cobra sentido cuando entendemos que por primera vez Colombia logra tener un jefe de Estado considerado “de izquierda” y una vicepresidenta negra afrodescendiente, feminista y medioambientalista Francia Márquez. Hay mucha esperanza, expectativas y alegría. Ambos ganaron la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que se realizaron el pasado 19 de junio de 2022 con un discurso bastante convincente, renovado y con contenidos sustanciosos sobre la economía (verde y anti-neoliberal), la protección del medioambiente y de las y los líderes sociales, la igualdad de género, la relación horizontal con las territorialidades negras, indígenas, campesinas. 

Ambos encarnaron una agenda política del cambio en todos los sentidos. Por lo tanto, Petro dio su discurso en una Bogotá y Colombia que estaban de fiesta. Hasta hoy día se sigue sintiendo este ambiente festivo en Colombia. Los ecos de las palabras del nuevo presidente Petro en su investidura presidencial siguen resonando en el país. 

Breve análisis 

Leyendo la totalidad de este discurso, uno se percata que, de inicio a fin, este está atravesado por la idea de que Colombia está teniendo una segunda oportunidad. 

Empieza Petro invocando la última frase de la célebre novela “Cien años de soledad” del escritor colombiano Gabriel García Márquez: «Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.» 

A la luz de esta frase, el nuevo jefe de Estado invita a comprender el inicio de su mandato: “Los colombianos y las colombianas hemos sido muchas veces en nuestra historia enviados a la condena de lo imposible, a la falta de oportunidades, a los NO rotundos. Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza Bolívar, en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior que hoy empieza nuestra segunda oportunidad.”

Así mismo, concluye su discurso con las palabras de una mujer indígena: “Termino aquí con lo que me dijo una niña arhuaca en la ceremonia de posesión ancestral que hicimos el viernes en la Sierra Nevada: ‘Para armonizar la vida, para unificar los pueblos, para sanar la humanidad, sintiendo el dolor de mi pueblo, de mi gente aquí, este mensaje de luz y verdad, esparza por tus venas, por tu corazón y se conviertan en actos de perdón y reconciliación mundial, pero primero, en nuestros corazones y mi corazón, gracias’.” 

Petro finaliza con estas palabras: “Esta segunda oportunidad es para ella, y para todos los niños y niñas de Colombia.”

Es un discurso que definitivamente mira al futuro, llamando a construir una Colombia que entienda que está teniendo una segunda oportunidad y que sepa aprovecharla. Quizás sea esta idea el hilo conductor del discurso. Entonces, si estamos en lo correcto, vale la pena indagar en el discurso dos cuestiones: cuál es esta segunda oportunidad y para qué. 

Desde un inicio Petro explicita claramente cuál es esta segunda oportunidad en una forma, por decirlo así, genealógica (tal como se utiliza en la Biblia, por ejemplo): lo que él llama sencillamente “el recorrido de una vida”. 

Empezó hablando de sus padres, de sus dos hermanos, de sus seis hijas e hijos y de su esposa, nombrándolas, nombrándolos. Luego de este recorrido “familiar” de vida, hace un recorrido, por decirlo así, “popular”, pero nombrando a las distintas categorías concretas de este pueblo para justamente no caer en un vulgar populismo: “Aquí está como en el recorrido de mi existencia, el pueblo. Las manos humildes del obrero, aquí están las campesinas y las que barren las calles. Aquí están los corazones del trabajo, las ilusiones de quien sufre, aquí están las mujeres trabajadoras que me han abrazado cuando decaigo, cuando me siento débil, el amor al pueblo, a la gente que sufre excluida, es el que me tiene aquí para unir y construir una nación.”

Esta idea concreta y aterrizada de pueblo le permite también a Petro no caer en el divisionismo político (por ejemplo, derecha versus izquierda) o regionalista (la capital Bogotá versus los territorios o regiones). Afirma contundentemente: “Y finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida. Los retos y desafíos que tenemos como nación exigen una etapa de unidad y consensos básicos. Es nuestra responsabilidad.”

Se trata de una segunda oportunidad que culmina todo un recorrido de vida “familiar” y “popular” y que sirve para unirnos como país, como nación, como sociedad e incluso como Latinoamérica. Esta idea central del discurso de Petro cobra todo su sentido cuando sabemos que Colombia ha sido dividida durante décadas (algunos dicen incluso durante siglos) por la violencia, la guerra, la exclusión. Sin embargo, esta unión no es abstracta, en la medida en que se va a hacer de una manera específica, luchando por la paz, la vida, la solidaridad, la justicia, el medioambiente: haciendo que lo imposible se vuelva posible.  Esta idea de hacer posible lo imposible articula el proyecto de nación que propone Petro a Colombia. Así es como esta segunda oportunidad se va concretando y decantando en la agenda presidencial de Petro. 

La paz y, en concreto, la paz posible, la posibilidad de la paz, la lucha por hacerla posible: es lo primero que Petro plantea en su agenda que podríamos llamar “la agenda de la segunda oportunidad”: “Que la paz sea posible. Tenemos que terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado. Se puede. Cumpliremos el Acuerdo de Paz, seguiremos a rajatabla las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad y trabajaremos de manera incansable para llevar paz y tranquilidad a cada rincón de Colombia. Este es el Gobierno de la vida, de la Paz, y así será recordado.”

La paz no es simplemente un eslogan, sino un proyecto de país y de futuro que implica unas condiciones de posibilidad concretas, tales como el diálogo, la participación democrática, el respeto a las diferencias: “La paz es posible si desatamos en todas las regiones de Colombia el diálogo social, para encontrarnos en medio de las diferencias, para expresarnos y ser escuchados, para buscar a través de la razón, los caminos comunes de la convivencia. Es la sociedad toda la que debe dialogar sobre cómo no matarnos y sobre cómo progresar. En los diálogos regionales vinculantes convocamos a todas las personas desarmadas, para encontrar los caminos del territorio que permitan la convivencia. No importa los conflictos que allí allá, se trata precisamente de evidenciarlos a través de la palabra, de intentar sus soluciones a través de la razón. Es más democracia, más participación lo que propongo para terminar con la violencia.”

En esta agenda que quiere “hacer posible lo imposible” figura, en segunda posición, la problemática de las drogas que se viene planteado equivocadamente (según Petro) en términos de “guerra contra las drogas”. Petro invita a comprender que esta guerra ha fracasado y, por lo tanto, se debe de replantear la problemática en términos de paz no sólo para Colombia, sino para América Latina: “Que la guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes y ha evaporado el horizonte de la democracia. ¿Vamos a esperar que otro millón de latinoamericanos caigan asesinados y que se eleven a 200.000 los muertos por sobredosis en Estados Unidos cada año? O más bien, cambiamos el fracaso por un éxito que permita que Colombia y Latinoamérica puedan vivir en paz.”

De allí otro elemento clave de la agenda presidencial, además de la paz en contra de la guerra (sea en Colombia o en América Latina): la igualdad. El discurso de posesión de Petro fue una apología de la igualdad en contra de la exclusión y a favor de la justicia y la solidaridad, pero siempre en clave de hacer posible lo imposible a partir de condiciones de posibilidad aterrizadas, con estadísticas en mano y con un lenguaje claro: “Que la igualdad sea posible. El 10 % de la población colombiana tiene el 70 % de la riqueza. Es un despropósito y una amoralidad. No naturalicemos la desigualdad y la pobreza. No miremos para otro lado, no seamos cómplices. Con voluntad, políticas de redistribución y un programa de justicia vamos a hacer una Colombia más igualitaria y con más oportunidades para todos y todas.”

Evidentemente la igualdad exige también algunas condiciones de posibilidad que Petro aclara convincentemente: “La igualdad es posible si somos capaces de crear riqueza para todos y todas, y si somos capaces de distribuirla más justamente. Por eso proponemos una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento. Y es por ello por lo que proponemos una reforma tributaria que genere justicia. El llevar una parte de la riqueza de las personas que más tienen y más ganan, para abrirle las puertas de la educación a toda la niñez y la juventud., no debe ser mirado como un castigo o un sacrificio. Es simplemente el pago solidario que alguien afortunado hace a una sociedad que le permite y le garantiza la fortuna. Si somos capaces de llevar una parte de la riqueza que se crea, a los niños y niñas desnutridas a través de algo tan simple como pagar los impuestos de ley, seremos más justos y estaremos más en paz. No es un asunto solo de caridad, es un asunto de solidaridad humana. La solidaridad es lo que ha permitido que los pueblos sobrevivan y logren las máximas conquistas de la cultura y de la civilización.”

La posibilidad de la igualdad pasa por la solidaridad con grupos vulnerables específicos y por medio de reformas urgentes y estructurales del Estado: “La solidaridad está en el impuesto que paga el que puede pagarlo y en el gasto del estado que va a quienes lo necesitan por su infancia, por su juventud, por su vejez.” 

Esta solidaridad no es un simple valor o virtud etérea ya que exige “una reforma tributaria, una reforma de la salud y de las pensiones, una reforma del contrato laboral, una reforma de la educación. Por eso hemos priorizado en el presupuesto la infraestructura de la educación, de la salud, del agua potable, de los distritos de riego y de los caminos vecinales.”

Esta agenda posibilitadora se extiende hacia un gran plexo de posibilidades, entre otras: una educación pública de calidad y al alcance de todas y todos, la soberanía alimentaria, la igualdad de género (contra el patriarcado), el futuro verde (contra el cambio climático y a favor de la protección de la Selva amazónica, el pulmón del planeta), la descentralización (contra la ausencia del Estado en muchos territorios del país) y la integración regional como Latinoamérica en proyectos concretos (redes de energía eléctrica para generar energías limpias y transmitirlas a escala continental).

La novedad de esta agenda se palpa también en la manera como se plantea la política internacional, en concreto, la relación con el Caribe o, de manera más específica, con las Antillas, los pueblos afros e incluso con África: “Buscaremos mayores alianzas con África de donde provenimos, buscaremos una alianza de pueblos afros en américa, buscaremos que San Andrés sea un centro de salud, cultural y educativo del Caribe   antillano;   de   allí   saldrán   todos   los   embajadores   y embajadoras de Colombia para las Antillas.” 

Es evidente el peso de la propia agenda política de la vicepresidenta Francia Márquez en este giro africano y afro de la política internacional que Petro plantea.

Con base en estas grandes líneas, Petro trata de concretar aún más su agenda, definiendo un decálogo de compromisos que desarrollará durante su mandato. En pocas palabras, será un gobierno que tendrá estas características: un gobierno de la Paz; sensible al dolor ajeno; paritario en términos de género; que dialogue y escuche; conectado con las realidades y problemas del país; que salve vidas; de cero tolerancias contra la corrupción; que promueva “la ciencia, la cultura y el conocimiento” como combustible para la industria y la generación de riqueza; y que cumpla y haga cumplir la Constitución. 

Evidentemente a través de este discurso es toda una nueva Colombia que se está dibujando, pero de lo dicho al hecho nos falta un largo trecho de cuatro años de mandato presidencial para que esta segunda oportunidad sea real y lo imposible se vuelva posible.