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Opinión | Amy Goodman y Denis Moynihan:

Las palabras del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, no podrían haber sido más crudas:

“Estamos librando una guerra contra la naturaleza. Los ecosistemas se han convertido en juguetes para [obtener] ganancias. La actividad humana está devastando bosques, selvas, tierras de cultivo, océanos, ríos, mares y lagos que alguna vez fueron prósperos. Los suelos, las aguas y el aire están contaminados por químicos y pesticidas, y repletos de plásticos. Nuestra adicción a los combustibles fósiles ha sumido al clima en el caos. La producción insostenible y los monstruosos hábitos de consumo están degradando nuestro mundo. La humanidad se ha convertido en un arma de extinción masiva. […] Actualmente hay un millón de especies en riesgo de desaparecer para siempre de la faz de la Tierra”.

Con esas palabras inauguraba Guterres la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica —o COP15, como se la conoce en la jerga de la ONU—, una cumbre mundial que acaba de concluir en la ciudad de Montreal, Canadá. La convención tuvo su lanzmaiento en la conferencia conocida como Cumbre para la Tierra que se celebró en la ciudad de Río de Janeiro en 1992, encuentro en el que también se lanzó la más conocida Cumbre sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.

La Conferencia sobre la Diversidad Biológica es la mejor esperanza que tenemos para detener lo que se ha dado en llamar la “sexta extinción”, en referencia a la extinción de decenas de miles de especies producida por la actividad humana cada año. Las cinco extinciones anteriores ocurrieron entre decenas de millones a cientos de millones de años atrás. La más reciente ocurrió hace 66 millones de años, cuando, según estiman los científicos, un asteroide de unos diez kilómetros de ancho se estrelló contra las aguas de lo que hoy es la península de Yucatán, en México. El impacto causó grandes tsunamis, lluvia ácida y masivos incendios forestales. Los incendios y ácidos provocados por la colisión cubrieron la atmósfera de partículas de polvo que bloquearon el sol, lo que provocó un descenso de las temperaturas en todo el mundo y la extinción de los dinosaurios.

En esencia, los seres humanos le estamos haciendo ahora al planeta lo mismo que aquel asteroide. En su libro ganador del premio Pulitzer titulado “La sexta extinción”, Elizabeth Kolbert, redactora de la revista The New Yorker, describe de manera elocuente cómo los humanos nos hemos convertido en los mayores depredadores del planeta. La especie humana destruye hábitats de manera desenfrenada y provoca que otras especies desaparezcan por completo de la faz de la Tierra.

Los acuerdos clave forjados la semana pasada en Montreal fueron firmados por 196 países. Los únicos dos miembros que no firmaron dichos acuerdos son Estados Unidos y el Vaticano, ya que ninguno de los dos Estados es signatario de la Convención sobre la Diversidad Biológica.

Un logro fundamental de las negociaciones de Montreal fue el compromiso denominado “30×30”, que tiene como objetivo proteger el 30% de las tierras, los océanos, las zonas costeras y las aguas continentales del planeta para 2030. En la convención también se acordó la creación de un fondo para ayudar a los países en vías de desarrollo a proteger la biodiversidad, un fondo que se prevé que ascenderá a 200.000 millones de dólares anuales para 2030. Al mismo tiempo, se acordó reducir en 500.000 millones de dólares por año los subsidios a las iniciativas que generan daño a la biodiversidad. También se incluyó en el texto el requisito de la “participación plena y activa” de los pueblos indígenas en el proceso de implementación y seguimiento del acuerdo.

Eriel Tchekwie Deranger, directora ejecutiva de la organización Acción Indígena contra el Cambio Climático y miembro de la Primera Nación Athabasca Chipewyan, habló con Democracy Now! desde la ciudad canadiense de Edmonton: “Es absolutamente imposible crear un acuerdo sobre biodiversidad sin incluir los derechos [de los pueblos] indígenas, porque el 80% de la biodiversidad que aún mantiene el planeta se encuentra en tierras y territorios indígenas. […] Algunos de los mayores desafíos y riesgos que han surgido de esta COP es el hecho de que no existen mecanismos reales y efectivos —similares a los de la COP27, [la reciente cumbre sobre cambio climático de la ONU celebrada en Egipto]— que protejan nuestros derechos, nuestra cultura y nuestra capacidad para hacer valer nuestros derechos, para decir sí o no a este tipo de acuerdos”.

Eriel Deranger conversó por primera vez con Democracy Now! en 2009 mientras se encontraba en la ciudad de Copenhague participando en una COP15 diferente, la decimoquinta Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático. Cuando la entrevistamos, Deranger se encontraba frente a la Embajada de Canadá, donde había ido a entregar una cesta antes de que llegara el entonces primer ministro canadiense Stephen Harper para esas negociaciones climáticas fundamentales:

“Dentro de la cesta había copias de los tratados que están siendo violados por [los proyectos de extracción] de arenas bituminosas de Canadá y copias del Protocolo de Kioto, que [Harper] firmó, así como una copia de la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, para recordarle [al primer ministro] que tiene que firmar algo más para respetar real y plenamente los derechos de las comunidades indígenas”.

Fue en esa cumbre sobre el clima de 2009 donde los países ricos se comprometieron a crear un fondo de 100.000 millones de dólares por año para 2020, para ayudar a los países más pobres a adaptarse al cambio climático y mitigar su impacto. Hasta la fecha, el fondo ha quedado muy lejos de lo prometido y gran parte del dinero disponible se ofrece en forma de préstamos, no como subsidios. Es por esto que activistas como Eriel Deranger tienen razones para tener escepticismo acerca de la promesa de asignar 200.000 millones de dólares por año que se acaba de hacer en Montreal en el marco de la conferencia sobre la biodiversidad de la ONU.

En la entrevista que mantuvo esta semana con Democracy Now!, Deranger explicó: “Están poniendo los ideales económicos coloniales en el centro. Siguen otorgando a los Estados nacionales y coloniales el poder de determinar hasta qué punto se respetarán los derechos indígenas cuando se implementen estos acuerdos y en qué medida se desarrollarán, se dejarán sin desarrollar y se protegerán las tierras. […] En Canadá, nos hemos comprometido a aportar millones y millones de dólares para la protección de la biodiversidad, la protección indígena y las áreas de conservación en el marco del denominado acuerdo ‘30x30’, pero no hemos hablado de poner fin a la expansión de los proyectos de explotación de las arenas bituminosas de Alberta”.

La extinción masiva tendrá consecuencias de largo alcance y potencialmente cataclísmicas para la humanidad. António Guterres tiene razón: estamos librando una guerra contra la naturaleza. Respetar y seguir el liderazgo de las comunidades indígenas es el primer paso para hacer las paces con la Madre Naturaleza, mientras aún estemos a tiempo.