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Opinión | Riamny María Méndez Féliz

Cada diciembre, vendedoras y vendedores de juguetes muestran su mercancía en el parque de Tamayo.

 

¡Qué ilusión descubrir las novedades y sobre todo ver a niños y niñas mirar con sorpresa los pequeños mundos de fantasía que representan las pelotas, los bates de béisbol, las cocinitas o los salones de belleza en miniatura!

Siempre me ha hecho más ilusión ver los juguetes en el parque que en los anaqueles de las tiendas, aunque en los centros comerciales hay más variedad. Así que fui a comprar un juguete para una niña que ya es de mi familia, una de sobrina del corazón y, ¿para qué negarlo?, también quería ver las novedades de este año, quizás encontraría un regalo que siempre anhelé mientras crecía: una astronauta en la luna.  Pensé que, a lo mejor, a mi pequeña sobrina le haría tanta ilusión como a mí imaginarse en el espacio.

Como ya intuyen, no encontré el juguete de mis sueños en el parque de un pequeño pueblo del Suroeste. Entonces pensé en regalarle una muñeca, solo una amiga que se pareciera un poco a ella, con su hermoso color de noche recién llegada, sus rizos, sus ojos negros como azabaches. Pero solo veía muñecas tan rubias y con ojos tan azules que no se parecían a nadie de nuestro barrio. Tampoco había juguetes educativos o rompecabezas. Recuerden que estamos en un parque de un pequeño pueblo del Suroeste dominicano.

Continué mi búsqueda un poco desilusionada hasta que encontré, por fin, una muñeca morena de pelo lacio. Una vendedora tenía dos de ellas en un mar de muñecas rubias, en un pueblo en el que hay cientos de niños y niñas negros y quizás unos pocos blancos o blanco mestizos.

 Compré la muñeca morena y se la llevé a la pequeña. ¡Estaba tan sorprendida y feliz! 

Luego pensé en Karma, la protagonista de una serie infantil (disponible en Netflix). Vive con su papá, su mamá de origen dominicano y su hermano, un gracioso inventor, en un barrio predominantemente negro de Estados Unidos. Su mejor amigo Winston y su mejor amiga Switch la acompañan en sus aventuras.

La vida de Karma y su entorno son muy distintos a la de mi sobrina y a la de muchos niños de Tamayo.  Sin embargo, creo que podrían ser grandes amigos porque tienen muchos temas en común. Como Karma, se educan en un lugar en el que la comunidad es importante y la familia incluye a mucha gente con la que no se comparte el techo.

También tienen algunos retos parecidos, como la aceptación de sus nombres, a veces ridiculizados por gente de afuera de la comunidad por ser muy distintos a lo “convencional”, es decir a lo europeo; sentirse a gusto con su pelo crespo o rizado a pesar de la presión por negarlo y, en general, la comprensión de su propia herencia cultural. 

A Karma le gusta el rap, música con la que expresa sus sentimientos y cuenta lo que ocurre en su barrio. Los niños dominicanos, como el resto del país, también viven rodeados de música. Como afrodescendientes podemos conectar rápidamente con ritmos cantados y bailados tanto por los afroamericanos como por pueblos afrodescendientes del Caribe y América Latina. Así que la complicidad está garantizada.

En una perspectiva más universal, que a todos nos hermana, Karma como mi sobrina y otros niños de todo el mundo, tienen el reto de aprender sobre la amistad, la autonomía, las estrategias para resistir la presión social en la adolescencia, y a gestionar los sentimientos de frustración ante las dificultades de ciertos aprendizajes, en fin, aprender a vivir. Es encantador como Karma y Switch navegan juntas la vida a pesar de sus diferentes orígenes sociales, étnicos y familiares desde la igualdad y el cariño.

Espero que el próximo año, en el parque de mi pueblo, entre los juguetes que nos recuerdan la ilusión por los Reyes Magos, tengamos más juegos educativos y más muñecas y muñecos que se parezcan a nosotros, a nosotras; y también a gentes de otros pueblos del mundo: asiáticos, africanos, árabes, pueblos originarios de América…. Un país de inmigrantes y emigrantes debe aprender a vivir y aceptar la diversidad desde la niñez.

Y quién sabe, si una astronauta como mi sobrina explore pronto el espacio, y las industrias culturales dominicanas trabajen para ilusionarnos con las ciencias, las artes y sobre todo con nosotros mismos y nuestras propias comunidades, que nos muestren posibles caminos desde nuestras fortalezas y contradicciones. ¿No sería genial mandarle a Karma una pequeña astronauta dominicana hecha aquí? Una astronauta como ella, como nosotras.