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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

La cultura es la parte más arraigada que tenemos los seres humanos, pues está atada a la identidad, creencias y costumbres que, con el tiempo, desarrollan y asumen los pueblos para garantizar la supervivencia y convivencia en comunidad. 

En función de ello, la misma cultura ha asignado funciones y roles específicos a los géneros, los cuales, en cierto modo, se convierten en patrones que se “supone”, en el constructo social, deben ser llevados o deben ser responsabilidad de un género u otro. 

Pero esa distribución de roles y responsabilidades no solo origina desigualdad y exclusión, sino que se convierte en un peso, una carga pesada para los géneros que precisan cumplir con los mismos para ser aceptados/as socialmente y formar parte de una comunidad. 

Estas “responsabilidades” o asignación de roles, van desde lo físico hasta lo emocional y esas, las emocionales, suelen ser las cargas más pesadas. 

En el caso de la mujer, históricamente se ha considerado la misma como el género salvador, como a pesar de ser catalogadas “el sexo débil”, son las que tienen que mantenerse firme a toda costa, las que deben con sabiduría, edificar el hogar (eso incluye dejar pasar o ignorar hechos bochornosos que vulneran su dignidad), las que deben de luchar por mantener las cosas, ser las comprensivas en todo momento, convertirnos en consejeras, aceptar traumas con promesas de que seremos las salvadoras y perdonar hasta la taza.

Con el pasar de los años, el aumento en los niveles de competitividad que demandan de mayor formación, capacitación y responsabilidad, han significado un aumento sinigual en las expectativas que tiene la sociedad para con las mujeres. 

Y es que, si bien es cierto que en este siglo XXI, la mujer ha alcanzado progresos importantes respecto al reconocimiento de sus derechos, también es cierto que alcanzar esos avances ha significado grandes sacrificios y la adjudicación de nuevas cargas para el desempeño social y personal de la mujer. 

No solo se trata de los estigmas y estereotipos de género, sino que para nuestra sociedad la mujer es una especie de superhéroe que como buena multitax, debe estar en todo al mismo tiempo y eso, ósea todo, debe hacerlo bien, porque si en algo no puede cumplir las expectativas de la sociedad, todo el resto del trabajo se hecha por la borda.

El empoderamiento de la mujer le ha costado mucho, pues si bien hoy día puede salir a estudiar, trabajar y tener vida social, cultural y política activa, también está el hecho de que todavía lleva a cuesta casi en un 80% la responsabilidad del hogar (labores del hogar como lavar, planchar, limpiar), atender los hijos, hacer las tareas, garantizar el entretenimiento de los hijos/as, estar pendiente de las actividades extracurriculares, llevarlos al doctor cuando están enfermos,  estar pendiente de sus emociones,  hacer la compra del supermercado, pagar los servicios y también cumplir con un horario de trabajo, entre una extensa larga lista más.  

Esta situación empeora en el caso de las madres solteras o madres de niños/as con condiciones de salud especial, quienes en muchos casos deben de postergar sus proyectos personales para dedicarse al 100% al cuidado de los hijos, mientras que el hombre continúa desarrollando su vida con normalidad. Con disponibilidad de tiempo para seguir capacitándose y con ello aumentando las posibilidades de acceder a mejores condiciones de empleo, continúa llevando una vida social, política y cultural activa y, por si fuera poco, goza del apoyo moral de la sociedad machista y paternalista. 

Las mujeres/madres quienes una vez les ha tocado esta etiqueta, deben olvidarse de sus otros roles vitales y necesarios para garantizar la estabilidad emocional, pues la sociedad espera que la misma debe asumir en su totalidad el compromiso y la responsabilidad de cuidar, educar y en muchos casos, mantener a los hijos, pues es básicamente una reprimenda o un castigo, (en el caso de madres solteras), por la decisión tomada, mientras se les exige el cumplimiento de otros roles y se les culpa de no seguir adelante a pesar de tener todas estas barreras, que si bien hay que tener un círculo de apoyo y voluntad férrica para derribar esos muros y seguir adelante, pero no todas somos iguales y eso no está mal. 

Lo que está mal y no es justo que la mujer cargue a cuesta y bajo sus costillas cada día más cargas ocultas en un “empoderamiento” tergiversado que nos aleja de nuestras cualidades naturales, con ello arrojando a toda luz la incoherencia entre lo que se dice y lo que se practica. 

Esta en una regla que no tiene excepción. 

La sociedad está cambiando y con ello la conciencia de las mujeres que cada día estamos más listas para desmotar esas asignaciones y abandonar cargas y responsabilidades que simplemente, no nos corresponden.