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Cultura y sociedad |

I. Si alguien quiere saber cuál es mi patria no la busque, no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.

(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)

No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.

Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque, no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguantadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos,
su siniestra figura de mujer
obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.

No, no la busque.
Tendría que pelear por ella...

II

Así vamos los pueblos de la América
en mangas de camisa. No pregunte
nadie por la patria de nadie.
No pregunte
si el plomo está prohibido,
si la sangre está prohibida,
si en las leyes está prohibida el hambre.
Si resulta la noche
y firmemente los labriegos saben }
el rumbo de la aurora,
el curso de la siembra. Si los sables
duermen por largo tiempo,
si están prohibidas las cárceles...
Porque apenas un crudo mozalbete desgranado
enarbola la paz como un fragante
pabellón infinito, en nombre del amor
o de la juventud en medio de las calles,
el litigo produce su rúbrica instantánea,
su bronco privilegio. Porque apenas
un escritor coloca sus telares
en la página blanca y teje un grito
y pide paz y pide voz o pide pan y luz
para las sombras populares,
para los barrios, para las niñas,
para las fábricas, para los matorrales,
cuando no es el ostracismo es el silencio,
cuando no es el olvido es el gendarme...

Y así vamos los pueblos de la América
tan numerosos y unos. No pregunte
nadie
por la patria de nadie.
Ni en los países del mar o los océanos
todos con sus hermosas capitales,
ni en las islas o los cayos
matinales.

No pregunte si hay minas infinitas,
todas inagotables,
y luchas por salvarlas del saqueo,
todas con cadáveres...

Un aroma común, un aire justo
de familia recorre nuestros ángeles,
nuestros fusiles, nuestras metonimias...
Un rostro amargo y una misma mano
y unas tardes melancólicas de nuestras tierras
crían los mismos sudores, los mismos ademanes
y la misma garra sangrienta y conocida.

Nadie pregunte por la patria de nadie.
Por encima de nuestras cordilleras y las líneas
fronterizas, más rejas y alambradas que carácter,
o diferencia o rumbo del perfil,
el mismo drama grande,
el mismo cerco impuro el ojo vigilante.
Veinte patrias para un solo tormento.
Un solo corazón para veinte fatigas nacionales.
Un mismo amor, un mismo beso para nuestras tierras
y un mismo desgarramiento en nuestra carne.

No, no pregunte
nadie por la patria de nadie.
Tendría que mudar de pensamiento
y llorar solamente por la sangre...

III

Si alguien quiere saber cuál es mi patria
se lo diré algún día.
Cuando hayan florecido los camellos
en medio del desierto. Cuando digan
que las mujeres bajan sus dos manos
de la cabeza y la alzan en la brisa,
cuando los trenes salgan a la calle
el día de la fiesta con sus vías
bajo el brazo y descanse el fogonero.
Cuando la caña se desnude y rían
los machetes en fuga hacia el batey
dejando en paz las manos sorprendidas.
Cuando todo milagro sea posible
y ya no sea milagro el de la vida:

Cuando empiece a bajar esta marca de ignominia
y deje al descubierto hacia la aurora
el fondo firme de los pueblos.
Día justo de enumerar las cordilleras
y decir cuáles son las siete risas
de la nueva semana y cuáles son
los meses que contienen alegría.

Entonces se sabrá cuál es mi patria
y mucha gente irá con sus camisas
de todos los colores y ciudades.
Llenarán sus costuras con la firma nuestra,
de nuestra libertad y entonces
irán a repartirlas.
La llevarán al viento por los valles
en todas las Antillas.

Dirán que somos libres y golosos,
que gozamos del pan y de la espiga.
Que cada hombre tiene dignidad,
cada mujer sonrisa.
Que tenemos la patria verdadera
y ésta también será la patria mía.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
se lo diré ese día.
Yo lo diré tocando la guitarra
con mi novia bordada en la camisa,
con botones de oro, blancos puños
y una gran amapola sonreída...

Si alguien quiere saber dónde está ella
yo lo diré ese día.
Ahora no la busque.
No pregunte por ella todavía.

Pero el día fragante que lo sepa
procure estar bien cerca y bullicioso,
porque habrá patria grande para entonces
y no habrá ni un silencio de rodillas...

IV

Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
lo diré en una tarde americana.
Cuando el mundo se quite la cabeza
y le arranque la espina innominada.
Cuando el hilo de todas las fronteras
teja como una alfombra todas las patrias.
Y una risa inmensa
recorra las montañas
y haga huir como murciélagos despavoridos
a los acorazados con sus arrogancias,
con su larga cadena de oprobio
que une nuestras gargantas
y nos saca en sangre y pulpa
las tierras perfumadas...

Y empiece entonces a inundar las calles
tanta gente escondida dentro de su casaca,
y las imprentas salgan a ver
con el vientre lleno de libros y de portadas
todos nuestros suburbios desde sus páginas
y las madres alcen sus hijos hacia la luz
de la aurora, sin guerra y sin amenazas...

Día justo y solemne de contestar
de cuánto goce se compone una patria.
Cuáles son los veinte ruidos de la nueva batalla.
A quién le corresponde cl apetito,
a quién el gesto copioso y la guirnalda,
qué colorido el del más ancho traje,
qué ritmo el de la más noble carcajada.
Cuáles bueyes y cuáles sementales
en la exposición donde las frutas y las canastas...

Pero ahora
nadie pregunte por la patria de nadie.

Y el día en que estalle
la libertad suprema y soberana,
procure estar bien cerca y bullicioso
porque habrá una gran patria,
una grande, inmensa, inmóvil patria para todos
y no habrá ni un país para estas lágrimas...


La vida manda que pueble estos caminos

Vienen las horas, horas de cielo azul,
y de verano, sobre la copa verde.
Vienen sobre las velas de la mar
del sur y luego sobre los hombres vienen.
Crujen al paso del timón y saltan,
y desde entonces saltan sobre los meses.
Y un caracol de manos entre la espuma
coge su mes de plata y lo desenvuelve.

Por estas horas vienen estos caminos
de sangre, temblorosos hacia la gente,
traen su viejo bulto de sudor, su angustia,
sus jornales de luto sobre las sienes;
traen su vieja rabia de color y el último
recio lenguaje de color y su fiebre;
traen sus brazos torcidos como la brisa
de las banderas, el sudor asustado
como el brocal de un pozo y el viejo paño
de lágrimas y el puñal de cruz y la muerte.

Estos viejos caminos cruzan las horas
largas, vienen hacia los hombres, los vuelven
amargos, los hacen madurar en ácida
madurez de fruta cálida y agreste,
y a veces les distribuyen horizontes
rojos de espinas y amapolas rebeldes.

Vienen las horas y yo quería un rápido
florecimiento de amor, una inminente
paz cuajada bajo los techos. ¡La vida
manda que pueble estos caminos oscuros!

Yo quería una verde provincia de pan
y frutas erguida sobre un mapa reciente,
junto al agua de piedras que el puño alcanza,
y el afán alcanza y el sudor contiene.

La vida manda que pueble estos caminos:
manda que pueble estos caminos y entonces
sale esta voz de sombras y de raíces
amargas y de mariposas de fiebre,
de esta garganta tupida de raíces
amargas y de encendidas mariposas de fiebre.


Evocación del ruido

Cada cabeza llevaba con soltura su pedazo de cielo
completamente propio, por la quebrada esquina.
Pasaban cielos claros y mocetones de cielo,
ligeramente solos, con un aire contiguo a la adolescencia.

Cada cabeza arrastraba su ámbito de cielo.
A veces, en la quebrada esquina,
perseguido de breves remolinos azules,
se detenía un cielo juvenil que apenas reposaba
como un beso sobre una piel secreta
oculta en una red de bucles dolorosos.
Probaba su equilibrio hecho de venas blandas
y músculos de rosa,
y seguía la ruta necesaria,
el breve sur que levemente mancha el este,
en la presente rosa de los vientos de verano.
O quizás desembocaba el último cielo
en la esquina quebrada,
con su nube final, su azul definitivo,
y seguía un rumbo ignorado por su dintel de sombras
permanecidas de intimidad encadenada.

Porque, eran muchas cabezas
y todas de sangre viva, de movimiento vivo,
y cada una entonces arrastraba su cielo...

Fue por aquel momento por donde vino el gran ruido.
Surgió de las sombras, del fondo de sus caminos
negros, del terrón escondido,
y emigró a los ladrillos bermellones,
llenó todo el día, repercutió
en el último rincón donde descansa el último
pensamiento, silenció toda boca,
designó un gran olvido que borré todo olvido;
y el odio y la esperanza,
y quedó palpitando, completamente solo
cayendo como un hongo ilimitado,
el último pensamiento cautivo de la nada,
cogido en su propia malla de cordones severos.

Después circuló la vida de repente
con nueva sangre y corazones nuevos.
Hizo un extraño día de grandes ojos celestes
y un cielo inmenso de tacto cristalino
se derramó en silencio por todas las cabezas...

Azul de un solo cielo.
Razón de un miedo antiguo.
Recuerdo haber querido un amor sin tropiezos.
El aire estaba limpio como llovidas hojas.
Nos dimos la misma mano,
medimos la distancia,
pasaron nuestras venas precipitadamente
en pos de un lejano poro.
Un tosco jirón de cielo tembló sobre tus rizos,
y en el fondo del alma nos sobrecogimos de miedo.
Un miedo interminable que rompía los cielos en fragmentos azules...


Plática del pozo

Me abrí como un jacinto por el rumor del agua
y mi redonda entraña se pobló de luceros.
Desde entonces la isla se detiene en mis labios,
viene a besarme la tierra, viene el cielo
apoyado en la lluvia, viene la paloma apenas,
y apenas la oblicua garza por la orilla
del sol, viene un sueño por las sienes,
que vacían en mí sus rotundas pupilas,
y vienen breves páginas de sonrisas morenas

Ahora vibra el contorno adormecido y verde,
los jacintos cancelan su leche perfumada
y se aproxima el trébol a mi brocal de luto;
ahora el cielo palpita su corazón morado
de sostenidos frutos. Inminentes luceros,
en mi piel desenfadan su chal de regocijo;
ahora tira una moza su derredor soluble
y suscita en mi sombra la amargura y el miedo;
ahora el susto, las horas y la cifra enlutada,
el amor sin palabras, el metal diluido
y la planta desnuda y el sueño retirado,
ahora el aire y la tierra y el metal de los pocos,
y la luz y el reposo y el coral retenidos;
ahora tira una moza su material humano
y sus ojos contienen el esquema del mundo.

Pero viene la aurora y su mansa cuadrilla
de gallos y cencerros y la sed se levanta;
a lo lejos el mapa se llena de molinos
de tréboles crecidos y de móviles manchas
de perros y caballos de la lengua ganosa,
y en el árido instante de la sed desplegada,
de cáñamos y cubos se puebla mi reposo
y parezco una lluvia de regreso hacia arriba,
por donde busco el árbol y la torpe simiente
y el surco resignado y la resistida arena
para un nuevo retorno de la herencia de mayo.
Pero llega la aurora y la sed se levanta
y mi piel se destina a aliviar el trabajo.

Me abrí como un jacinto hacia el sol y estoy abierto.
Veo los brazos marcados y el silencio,
de rostros retorcidos y la risa tronchada,
y los doblo en las ondas de mi piel detenida,
porque éste es el destino del mundo que me toca;
para el mal encendido tengo fresca la entraña,
tengo el instinto del celeste azul, y estoy abierto,
siempre abierto con un estremecido corazón de agua

Que el nimbo nuble con su gris mi pupila,
que entre los hombres cruce un frenesí de enojo
y de orgullo y el malestar agoste la ternura,
que en los párpados caigan las cenizas del sueño,
que falte la llovizna y la savia disloque
su tránsito de aromas al estival racimo.
Tengo mi cielo propio y mi corazón de agua, d
el agua azul, mi corazón de espejo sumergido.

Es que la sal a veces renueva su avenida
y en mitad del reposo me voy poniendo amargo;
entonces la elegía de marfil apagado,
entonces el vacío, su puente de recelo,
y del níquel sufrido el color de la mano;
entonces el jacinto que salva la aguadora
y la llama florida que redime al herrero
y la voz de rocío del vigilante oscuro
y el pastor vespertino que me asoma su pecho
y la nodriza joven que me da su equilibrio;
todo tiene sabores de raíz apretada.
Es que la sal a veces recoge su sonrisa
y va amargando entonces mi lívida cabana.

Pero no se detiene mi primera alegría,
y declara la uniente claridad de mi vena.
Piedra caída, arrebatada firma del vuelo,
ruta de la sonrisa o el recelo hacia el semblante,
todo azul o materia que ama la caída
tiene en mí su secreto y su iluminado apoyo.
Copio el mundo, lo calco en mis entrañas,
luego lo distribuyo por el alto contorno.

La reciente pupila que visite mi labio,
recogerá un aspecto viril y momentáneo,
un jacinto variable, un ala retenida,
un instante abolido, una cifra celeste,
y quedará en la sombra mi fiebre sumergida
y abierto al sol mi estremecido corazón de agua.
Soy un pozo sencillo y verdadero
que define la urgente claridad de su alma.


Caminos

Vienen las horas, horas de cielo azul,
y de verano, sobre la copa verde.
Vienen sobre las velas de la mar
del sur y luego sobre los hombres vienen.
Crujen al paso del timón y saltan,
y desde entonces saltan sobre los meses.
Y un caracol de manos entre la espuma
coge su mes de plata y lo desenvuelve.

Por estas horas vienen estos caminos
de sangre, temblorosos hacia la gente,
traen su viejo bulto de sudor, su angustia,
sus jornales de luto sobre las sienes;
traen su vieja rabia de color y el último
recio lenguaje de color y su fiebre;
traen sus brazos torcidos como la brisa
de las banderas, el sudor asustado
como el brocal de un pozo y el viejo paño
de lágrimas y el puñal de cruz y la muerte.

Estos viejos caminos cruzan las horas
largas, vienen hacia los hombres, los vuelven
amargos, los hacen madurar en ácida
madurez de fruta cálida y agreste,
y a veces les distribuyen horizontes
rojos de espinas y amapolas rebeldes.

Vienen las horas y yo quería un rápido
florecimiento de amor, una inminente
paz cuajada bajo los techos. ¡La vida
manda que pueble estos caminos oscuros!

Yo quería una verde provincia de pan
y frutas erguida sobre un mapa reciente,
junto al agua de piedras que el puño alcanza,
y el afán alcanza y el sudor contiene.

La vida manda que pueble estos caminos:
manda que pueble estos caminos y entonces
sale esta voz de sombras y de raíces
amargas y de mariposas de fiebre,
de esta garganta tupida de raíces
amargas y de encendidas mariposas de fiebre.


Pedro Mir: Poeta Nacional Dominicano. Nació en San Pedro de Macorís el 3 de junio de 1913 y murió en Santo Domingo, 11 de julio 2000. También fue narrador, ensayista y profesor universitario. Por su profunda voz poética se le considera como uno de los grandes bardos de la poesía hispanoamericana con tema de compromiso social, a favor de los explotados. Su poema “Hay un país en el mundo” es considerado como uno de los poemas más emblemáticos de la dominicanidad. Publicó entre otros los libros Contracanto a Walt WhitmanPoemas de buen amor y a veces de fantasía, Amén de mariposasViaje a la muchedumbreHuracán NerudaPrimeros versosLa gran hazaña de Limbert y después del otoñoCuando amaban las tierras comunerasBuen viaje Pancho ValentínTres leyendas de coloresEnsayo de interpretación de las tres primeras revoluciones del Nuevo MundoApertura a la estéticaRaíces dominicanas de la Doctrina MonroeLas dos patrias de Santo DomingoFundamentos de teoría y de crítica de arteNoción de período en la historia dominicanaHistoria del hambreEl Soldadito de la estética y El Lapicida de los ojos morados.

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