Nos detuvimos donde muere la carretera. El vehículo en el que nos transportábamos dejó de rugir y agradecimos que nos regalara el ruido de la nada, un silencio que combinaba a la perfección con la maravilla que nuestros ojos alcanzaban a ver.
Atrás habíamos dejado la ciudad de Baní, y un camino empinado nos fue elevando hasta el Parque Nacional Luis Quinn, regalándonos en el trayecto paisajes de ensueños. Luego de casi una hora, que se extendió porque constantemente nos vencía la tentación de sacar las cámaras y eternizar lo que nuestros ojos degustaban, vimos a lo lejos el centro de protección y vigilancia, estructura que ocupa un asiento privilegiado en medio de un maravilloso espectáculo natural.
En la ciudad dejamos guardado el fuerte calor que azotaba al resto de los mortales. La cima de la montaña que nos acogía nos esperó coronada por densas nubes que enfriaban los cuerpos, mientras la constante brisa recordaba nuestro olvido: un abrigo que quedó colgado en el armario.
Conscientes de que ese no era nuestro destino, olvidamos el frío por un momento, hicimos las fotos de rigor, tomamos un rico desayuno e iniciamos la primera tarea de nuestro viaje: plantar 50 pinos junto a un grupo de niñas y niños de las comunidades aledañas que estaban encantados de ser nuestros anfitriones.
COMIENZA LA ESPERADA AVENTURA
Entonces sucedió. Vimos los mulos que nos habían aparejado para poder llegar a nuestro destino, un lugar sin nombre que Madeline Núñez, capataz que tiene a su cargo esta área protegida, sólo bautizaba con un “ya ustedes verán”. La visión de los mulos al principio no nos alivió para nada, ya que los citadinos llegamos a la conclusión de que el “ya ustedes verán” quedaba lejos y el acceso no iba a ser tan fácil.
Espectáculo natural que conmueve
Madeline nació y se crió corriendo y escalando las montañas que nos rodeaban. Por eso, la presencia nuestra en sus colinas la llenaba de satisfacción, para ella era como abrir las puertas de su propia casa para acoger a un visitante esperado.
Confiamos en ella y nos dejamos llevar, sin sospechar que disfrutaríamos de un hermoso día, arropados por la frondosidad de un bosque húmedo, arrullados por el canto de alegres aves y por la sinfonía constante de una caída de agua colocada allí, donde nadie sospecha que existe.
El sendero que elegimos es ideal para los aventureros y amantes del ecoturismo; sobre todo para los que confían en las habilidades que tienen los mulos para sortear toda clase de obstáculos, precipicios, pedregales y corrientes de agua. Ese no era nuestro caso, y sufrimos las consecuencias de tener miedo, cuerpos tensos, gritos de pánico, que provocaban la risa divertida de Madeline y dos de los niños que se animaron a acompañarnos en nuestra travesía, Sergio y Aylin, ambos de 11 años, y acostumbrados a este tipo de peripecias.
Al fin. Llegamos a nuestro famoso destino, la humilde casita de doña Chita y don Feliciano Moreta, enclavada en medio de la más exuberante naturaleza.
Al llegar allí, doña Chita se alegró tanto que hasta nos reprendió por no haberle avisado (no sabemos cómo le hubiéramos avisado pues anduvimos por casi dos horas sobre los mulos, sorteando un paisaje escabroso, abrupto, pero inmensamente bello).
Ella quería guardarnos lo que no tenía, brindarnos hasta de lo que carecía, sin saber que nos coló el mejor café que jamás habíamos probado: cosechado, tostado y pilado con sus propias manos.
Desde esa casita apenas veíamos el cielo, pues la vegetación nos arropaba de forma mágica, y es que el Parque Nacional Luis Quinn es tan hermoso que estremece. Las áreas bien cuidadas, y fuera del alcance de los desaprensivos que queman de forma criminal, son una réplica cercana del Edén que imaginamos. Fue bautizado en honor al sacerdote que entregó su vida a preservar y conservar los recursos naturales en San José de Ocoa.
Tiene una extensión de 197.28 kilómetros cuadrados y cuenta con uno de los sistemas montañosos más importantes del país, donde nacen las principales fuentes acuíferas que suplen de agua a la provincia Peravia y su municipio cabecera, Baní.
Dentro de esta área protegida se encuentran las presas de Jigüey y Aguacate (en el curso del río Nizao), así como la Loma La Tachuela, la segunda en altura con más de 1,700 metros sobre el nivel del mar, al extremo oriental de la cordillera Central, donde se atesora un sinnúmero de recursos naturales para su protección y aprovechamiento.
Los ríos Baní, Maniel, el arroyo Jigüey, así como una serie de saltos, y la Reserva Científica Erick Leonard Ekman (Loma Barbacoa) conjuntamente con los bosques seco y húmedo, y la flora y fauna, constituyen los principales atractivos del Parque Nacional Luis Quinn.
CONCIENCIACIÓN CON LAS FAMILIAS
El Parque Nacional posee una composición que va desde bosque seco, pasando por bosque de transición a bosque húmedo y muy húmedo, con muestra representativa de bosque nublado en su altura máxima que alcanza los 1,500 metros sobre el nivel del mar.
Allí, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales realiza una labor de concienciación con las familias que viven dentro del área protegida, pues la zona es vulnerable a incendios forestales. El camino recorrido nos mostraba zonas que fueron devastadas por el fuego en años anteriores, y que, gracias al trabajo de los guardaparques y las bondades de la naturaleza, se vienen recuperando de forma sistemática.
Las condiciones de acceso al Área Protegida, dado lo abrupto del terreno, implica dificultad y situación extrema, por tanto, las actividades de uso público están restringida a vehículos de doble tracción y caminata en mulo para quienes buscan opciones desafiantes.
Considerando todo lo anterior, el área protegida se presta para actividades como camping, picnic, toma de fotos, baño en ríos cristalinos, observación de paisaje, panorámica, aves y hermosas caídas de agua.
Cómo llegar:
Desde Baní: se llega a esta ciudad, se toma la calle Máximo Gómez, que es la que lleva hacia los pueblos del Sur, doblando a la derecha en la intersección con la calle Santomé. Se sigue siempre derecho, pasando por las siguientes comunidades: Zona del Fundo, Villagüera, Manaclar, Loma de los Guayuyos, lugar este último donde se localiza el centro de protección y vigilancia del parque.