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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Los seres humanos, “sin importar nuestras creencias”, desde los principios de los orígenes de la vida, nos hemos caracterizado por la búsqueda frecuente de contacto y relación con todo el medio que nos rodea y desde el cual obtenemos distintas fuentes y recursos que nos permiten y garantizan la sobrevivencia en el plano terrenal. 

Esta búsqueda cuyos objetivos principales, consisten en auto servirnos, para satisfacer necesidades presentes y futuras y esa facilidad de obtener los recursos sin mediar consecuencias, en cierto sentido, nos construyó la idea de un aprovechamiento que limita, reduce o exime la corresponsabilidad, en el entendido de que somos un todo y que todos los seres estamos interconectados. 

Es por ello, que, en ocasiones, asumimos conductas nocivas donde prevalecen los comportamientos individualistas y se desconsideran a grado elevado, la dignidad e importancia de estos elementos como lo son los animales, las plantas y los propios seres humanos. 

Y es que, si bien es cierto que,: “Como tratamos las plantas y los animales, dice mucho de nosotros”, esto porque entre todos, hay un nexo innegable, una conexión intrínseca desde los orígenes de nuestra existencia que refiere claramente, el vínculo y el necesario respecto que debe existir para con todos los elementos, pueden coexistir de manera armónica y de esta forma, garantizar un verdadero equilibrio. 

Maltratar un animal, desconsiderar una planta y no sentir empatía por ante las necesidades, situaciones y condiciones de los demás, son acciones que nos retorna a nuestros orígenes, para recordarnos que, “quienes olvidan su historia, están condenados a repetirla”. 

Mientras no se produzca el reconocimiento, aprendizaje, respeto y aceptación por la relación y condiciones vitales, seremos Homo sapiens, relegando la descendencia, raíces, orígenes y viviendo en un metaverso paralelo en el que se pretende mostrar superioridad y sentimiento de que se pertenece a escala social mayor, entender que se goza de privilegios en base a desigualdades. Inobservancias y preferencias, sin antes haber superado las condiciones iniciales que nos mantienen anclados y en la constante de querer ser sin antes aprender a ser.