Cuando termina el año, se suele hacer un balance de cómo fue el año, con sus luces y sus sombras. Esta vez renunciamos a esta tarea y nos preguntamos por algo realmente radical: ¿cómo será el fin de todas las cosas?
Sabemos cuando comenzó el universo, más o menos hace 13.700 millones de años. ¿Podemos saber cuando acabará, si acaso acaba? La respuesta depende de la opción de fondo que asumamos. En las ciencias del universo y de la Tierra las tendencias predominantes hoy son dos: la visión cuantitativa y lineal y la visión cualitativa y compleja.
La primera da centralidad a la materia visible (5%) y a la oscura (95%), a los átomos, a los genes, a los tiempos, a los espacios y al ritmo de desgaste de las energías. Entiende el universo como la suma global de los seres realmente existentes.
La segunda, la cualitativa, considera las relaciones entre los elementos, la forma como se estructuran los átomos, los genes y las energías. No basta decir: este aparato de televisión esta compuestos de tales y tales elementos. Lo que hace un televisor es la organización de los mismos, ligados a una fuente de energía y de captación de imágenes. En esta comprensión, el universo está formado por el conjunto de todas las relaciones.
Cada una de estas opciones se funda en algo real y no imaginario y proyecta su visión del futuro del universo.
La visión cuantitativa dice: estamos en un universo como un sistema cerrado, aunque en expansión continua y equilibrado por las cuatro fuerzas fundamentales: la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear débil y la fuerte. No sabemos si el universo se expandirá más y más hasta diluirse totalmente, o si llegará a un punto crítico y empezará a contraerse sobre sí mismo hasta su punto inicial, densísimo de energía y de partículas concentradas. Al big bang inicial (gran explosión) se opondría el big crunch terminal (el gran aplastamiento).
Nada obsta, sin embargo, para que nuestro universo actual sea la expansión de otro universo anterior que se contrajo. Sería como un péndulo, oscilando indefinidamente entre expansión y retracción.
Otros lanzan la hipótesis de que el universo no conoce ni expansión total ni retracción completa. Él latiría como un corazón inconmensurable. Pasaría por ciclos: cuando la materia alcanzase cierto grado de densificación, se expandiría; cuando, por el contrario, alcanzase cierto grado de refinamiento, se contraería en un movimiento perpetua de ida y vuelta sin fin.
De todas formas, dice esta comprensión fundada en la cantidad, el universo tiene un fin inevitable por la ley universal de la entropía. Según esta ley, las cosas se van desgastando irrefrenablemente: nuestras casas se deterioran, nuestras ropas se rompen, nosotros vamos gastando nuestro capital energético hasta haberlo gastado todo y entonces morimos. Las galaxias se deshacen en inmensas nebulosas, nuestro Sol en 5 mil millones de años habrá quemado todo el hidrógeno, después, en otros 4 mil millones de años, todo el helio. En ese ocaso siniestro habrá calcinado todos los planetas a su alrededor, la Tierra inclusive. Y su fin será una enana blanca.
¿Pero será esta la última palabra, aterradora y sin ninguna esperanza? ¿No habrá otra lectura posible de la evolución del universo que satisfaga nuestro deseo de vivir y de que todo permanezca en el ser?
Sí, existe esta lectura, fundada no en las cantidades, sino en las cualidades del universo, que han salido a la luz por los avances de las distintas ciencias contemporáneas. Ella propició tres mutaciones que modificaron nuestra visión de la realidad y de su futuro.
La primera fue la teoría de la relatividad de Einstein, conjugada con la mecánica cuántica de Heisenberg y Bohr. Ellas nos hacen entender que materia y energía son equivalentes. En el fondo, todo sería energía estructurada siempre en campos, siendo la propia materia una forma condensada de energía. El universo sería un juego incesante de energías, irrumpiendo de la Energía de Fondo (vacío cuántico o Abismo originador de todo lo que existe), y en permanente interacción entre ellas, dando origen a todos los seres.
La segunda, derivada de la primera, fue el descubrimiento del carácter probabilístico de todos los fenómenos. Cada ser representa la concretización de una probabilidad. Pero aunque así sea, sigue conteniendo dentro de sí otras probabilidades que pueden salir a la luz. Y cuando vienen a la luz, lo hacen dentro de la dinámica siguiente: orden-desorden-nuevo orden. Así, la vida habría surgido en un momento de alta complejidad de la materia, lejos del equilibrio (en situación de caos) y que se autoordenó, inaugurando un nuevo orden que adquirió sostenibilidad y capacidad de autorreproducirse.
La tercera, la ecología integral, aprehende y articula los más distintos niveles de la realidad viéndolos como emergencias del único e inmenso proceso cosmogénico, subyacente a todos los seres del universo. Posee un carácter sistémico, panrelacional y abierto hacia formas cada vez más complejas, ordenadas y aptas para producir sentidos cada vez más altos y conscientes. Esta seria la flecha del tiempo y el propósito del universo: no simplemente dar victoria al más fuerte (adaptable de Darwin) sino realizar virtualidades también de los más débiles (Swimme).
Estas tres vertientes nos ofrecen otra visión del futuro de la vida y del universo. Ilya Prigone mostró la existencia de estructuras disipativas, que desvanecen la entropía, en palabras más sencillas, que transforman la basura en nueva fuente de energía de un orden diferente. En esta comprensión, el universo está aún en génesis, pues no ha acabado de nacer. Él es abierto, auto-organizativo, creativo, se expande creando el espacio y el tiempo. La flecha del tiempo es irreversible y viene cargada de propósito. ¿Hacia dónde iremos? No lo sabemos. Se sugiere la existencia de un Gran Atractor que nos está atrayendo en dirección a Sí.
Si en el sistema que privilegia la cantidad y el sistema cerrado predominaba la entropía, aquí, en el sistema abierto que enfatiza la cualidad, funciona la sintropía, es decir, la capacidad de transformar el desorden en un nuevo orden, la basura en una nueva fuente de energía y de vida. Así, por ejemplo, de la basura del Sol (de los rayos que emite) nos viene casi todo lo que existe en la Tierra.
Esta visión es más coherente con la propia dinámica interna del universo. Él avanza creando futuro. La vida busca perpetuarse de todas las formas posibles. Nuestros anhelos más permanentes son de vivir más y mejor. La propia muerte sería una invención inteligente de la propia vida para liberarse de los límites espaciotemporales y poder continuar el juego de las relaciones de todo con todo, abriéndose a un Futuro absoluto.
Por eso la vida hace esa travesía del tiempo a la eternidad, para continuar allí su trayectoria de futuro y de expansión. En una visión teológica, a lo Teilhard de Chardin, es cuando,como dijo el, “implosionaremos y explotaremos” en la Realidad Suprema que ha creado todo. Todos los seres conocerán su fin, no como término sino como meta alcanzada. ¿Cuál es el fin de todos los seres? Alcanzar su fin, su plena realización y así caer en los brazos de Dios-Padre-y-Madre y vivir una vida que no conoce más entropía, solo el futuro siempre en abierto y sin fin.
Y entonces será el puro Ser en el riente esplendor de su gloria.
*Leonardo Boff ha escrito ¿De dónde vengo? El universo, la vida, el espíritu y Dios, Animus/Anima, Petrópolis 2022; con el cosmólogo Mark Hathaway, El Tao de la Liberación, una ecología de la transformación, Orbis Books, NY, Vozes, Petrópolis. Trotta, en español.
Traducción de MªJosé Gavito Milano