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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

La historia sobre el reconocimiento y respeto a los derechos de las mujeres ha sido el cuento de nunca acabar. 

Si bien, muchos hechos de orden nacionales e internacionales han tocado de manera profunda las fibras más profundas de la sensibilidad humana, como lo fue el asesinato de las hermanas Mirabal, motivaron la elaboración de diversas leyes y tratados que buscan generar prevención y cobertura para redimir la situación que desde siempre ha limitado y restringida la vida, crecimiento, desarrollo y sueños de las mujeres. 

Tristemente, a pesar de toda la legislación existente, realmente, poco ha sido lo que en estos términos se ha podido lograr, pues por igual que la delincuencia, los violentadores de género, cada día desarrollan nuevas formas y prácticas para evadir las leyes, mediante distintas formas. 

Y es que, todavía la sociedad duerme en los laureles, pues no se ha dado cuenta que, con referencia a este tema, colocó todos los huevos en una misma canasta. 

Tradicionalmente, en nuestra cultura se victimiza el comportamiento del hombre, como forma de validar y justificar sus actos, siendo en todo caso la mujer la responsable del fracaso de una relación, de ¨incitar¨ sus reacciones violentas y cargar con la culpa y la responsabilidad moral y económica, cuando es su decisión no continuar una relación toxica que le daña. 

Por ello que, con el favor de una sociedad altamente hipócrita y tradicionalista, no solo se les arrebatan la vida física a las víctimas, también se atenta contra su moral, honestidad y decencia, convirtiéndolas en objetos de burla y señalamiento social, con acciones que claramente están dirigidas a destruir su dignidad, desempeño social y oportunidades. 

Si bien es conocido el limitado alcance de las leyes para evitar tragedias fatales, que, en la mayoría de los casos, los hechos previos han sido denunciados por las víctimas, sin embargo, la prevención y atención hacen más daño, al no ser oportunas. 

Ni que decir en los casos de violencia psicológica. Pocos registros, pero muchas vidas limitadas, sueños frustrados y oportunidades arrebatadas. 

Le dimos tanta fuerza, le subimos tanto el ego, que nada le es nada.