Ante las polémicas y ataques que viene sufriendo, transcribo un artículo que escribí el día 3 de noviembre de 2022.
Él dijo la verdad que nadie quería decir acerca de los crímenes de guerra y de genocidio que aún están ocurriendo en la Franja de Gaza, que está siendo destruida por un primer ministro malo y cruel, Benjamín Netanyahu.
Conozco a un hombre. Hace más de 40 años. ¿De dónde viene? Viene de la senzala existencial. Es un nordestino, desdeñado por la élite del atraso que tiene en su ADN un desprecio cobarde a los pobres. Es un hijo de la pobreza. Un superviviente del hambre. Un pau de arara, que salido del agreste pernambucano fue a radicarse con su madre y sus hermanos en la periferia de São Paulo.
Toda la numerosa familia vivía en un anexo a un bar. Pero había una madre que cumplía todas las funciones, de padre, de madre, de educadora, de consejera y de ejemplo, doña LINDU. Supo educar a toda la prole. A este hombre le inculcó en la cabeza y en el corazón: Nunca desistas. Nunca robes. Nunca mientas.
Este imperativo ético marcó toda su vida. Cuando niño, trabajando en un pequeño mercado, se moría de ganas de robar un chicle americano. No existía el nacional. Pero cuando extendía la mano, se acordaba de doña Lindu: No robó el chicle, como no robó nada nunca.
Conozco a un hombre, a este hombre. Durante bastante tiempo estuvo totalmente despolitizado. Lo que le interesaba era el fútbol y su equipo preferido, el Corinthians. Consiguió hacer un curso de metalúrgico. Aprendió por experiencia, sin saber nada de Marx, lo que era la plusvalía. Al principio con la poca experiencia inicial, producía tal y tal producto. Fue mejorando, con más destreza y rapidez producía más y más del mismo producto. Pero su salario seguía siendo el mismo.
¿Para quién iba la ganancia del crecimiento de su producción? No para él sino para el patrón. En esto reside la plusvalía y el mecanismo de acumulación del empresario.
Despertó a la injusticia de los trabajadores. Se volvió líder sindical. Se enfrentó a la dictadura militar. Estuvo preso. Soltado, liberó el águila que escondía dentro de sí. Surgió su carisma de líder. Sabía negociar honestamente con los patrones según la lógica del gana-gana.
Y pensó: los poderosos han gobernado este país todo el tiempo de nuestra historia. Han gobernado solo para ellos. No nos han incluido nunca. Éramos carbón a ser quemado en la producción de sus fábricas. ¿Por qué nosotros, los trabajadores, que somos mayoría, no podemos gobernar también nuestro país y gobernar mejor, para todos, comenzando por los más explotados y marginalizados?
Entonces, junto con otros, fundó el Partido de los Trabajadores (PT). Se presentó para gobernador y para presidente del país. Perdió siempre. Pero nunca renunció al impulso interior, inspirado por su madre: nunca desistas. Insistía en sus intervenciones: debemos permitir que todos puedan comer por lo menos tres veces al día, tener su casita con luz, puedan educarse y mandar a sus hijos e hijas a buenas escuelas. Recibir una pensión para hacer frente a los achaques de la vejez. Pero ante todo, tener alegría de vivir y de convivir.
Y quiso el Misterio de todas las cosas que él, desde el piso de abajo, desde la senzala existencial, desde la marginación llegase al poder central del país. Por primera vez en nuestra historia, un condenado de la Tierra organizó una política en la que todos ganaban, inclusive los adinerados, pero sobre todo aquellos que desde hacía decenas de años estaban en el mapa del hambre. Ya no se oían los gritos apremiantes de los niños tirando de la falda de su madre, pidiendo la comida que les faltaba. Millones de personas fueron incluidas en la sociedad, miles de pobres y de afrodescendientes, de indígenas, mediante cuotas, pudieron seguir cursos superiores. Los pueblos originarios, quilombolas, mujeres y personas de otra opción sexual encontraron en él comprensión y defensa. Más que matar el hambre, les devolvió la dignidad humana.
Uno se levanta, no sin cierta arrogancia y anuncia : “Dios me ha escogido para salvar el país; está escrito hasta en mi nombre, Mesías”. El otro solamente dice: “Agradezco a Dios por haberme permitido, con el apoyo de muchos, llegar hasta aquí y poder dar comida a millones de personas”. Los discursos tienen tonos diferentes: uno hace énfasis en un pretextado llamamiento divino, independiente de su esfuerzo. El otro, luchó junto con otros y se esforzó para cumplir ese propósito. Y lo agradece a Dios, tras mucha lucha e incansables sacrificios.
El mundo lo siguió todo atentamente. Como presidente, los jefes de Estado competían por escuchar sus experiencias y consejos. Se convirtió en uno de los mayores líderes mundiales. Invitado a apoyar la guerra contra Irak, respondió sabiamente: mi guerra no es contra un pueblo, es contra el hambre y la miseria de millones de personas de mi país y de la humanidad.
Todo lo que está sano puede enfermar. Sectores de su gobierno fueron afectados por enfermedad de la ganancia de dinero que implica corrupción. Fueron denunciados y castigados. Pero nunca se ha probado que este hombre se haya beneficiado personalmente de la corrupción como consecuencia de su cargo de presidente.
Si hay algo que le molesta profundamente es que le llamen ladrón. ¿Dónde está su mansión? ¿Dónde están sus cuentas bancarias en Brasil, en el extranjero o en algún paraíso fiscal? ¿Puede alguien señalarlo sin mentir? Como candidato, su vida fue revisada hasta el más mínimo detalle. No se encontró nada. Ni un piso en el que nunca vivió, ni el sitio de un amigo que nunca le perteneció. Vive en un piso como cualquier ciudadano que ha ocupado el cargo que ha tenido, bueno pero modesto.
Conozco y doy fe de la transparencia, honestidad e integridad de este hombre. Me dijo varias veces: tú que hablas ante muchos públicos, di en mi nombre: nunca he dado cincuenta céntimos a nadie, nunca he recibido cincuenta céntimos de nadie. Nunca he tomado nada de nadie. Y si sigue diciendo que soy un ladrón, di que es un mentiroso. Y si se empeña en decirlo, desafíalo a que vaya a los tribunales, que muestre las pruebas para acusarme de ladrón. Si fuera verdad, di que aceptaré el rigor de la ley y que devolveré el doble de la cantidad que falsamente haya robado.Y quiero que me arresten.
Conozco a un hombre que soportó todo tipo de calumnias, difamaciones y humillaciones. Su esposa murió de tristeza. Cuando su nieto falleció prematuramente, le pusieron mil dificultades para despedirse de su ser querido. Y cuando su hermano mayor, al que tenía por padre, partió de este mundo, lo llevaron a un breve velatorio rodeado de soldados armados, como si llevaran a un peligroso canalla.
Entraron en su casa sin avisar. Saquearon todo, registraron los colchones y se llevaron hasta los juguetes de sus nietos que no han sido devueltos hasta el día de hoy. Finalmente, hubo un juez reconocido por el Tribunal Supremo (STF) como claramente parcial, y debido a ello el proceso iniciado contra este hombre fue invalidado. El juez lo condenó “por un delito indeterminado”, algo que no se encuentra en ningún código penal, ni siquiera en el Código de Hammurabi, unos milenios antes de nuestra era.
Durante 580 días estuvo encarcelado bajo estricta vigilancia. Podría haberse resistido o haberse refugiado en alguna embajada. No. Se quedó al lado de su pueblo. En la cárcel, revisó su vida, los aciertos y errores de su gobierno, estudió a fondo los principales aspectos de nuestro país y de la geopolítica mundial. Se espiritualizó y salió lleno de humanismo, esperanza y determinación.
Pero su encarcelamiento tuvo una consecuencia perversa: despejó el camino para presidente a una figura siniestra, un enemigo de la vida y de su pueblo, movido por la pulsión de matar y odiar. Por su negacionismo y su total falta de empatía permitió impasible la muerte de al menos 300.000 personas a causa del Coronavirus.
Luego vinieron las elecciones. Su oponente, que destacaba por su ignorancia, brutalidad y mente asesina, utilizó todos los medios posibles e imposibles para derrotarlo, desde la corrupción de un presupuesto secreto multimillonario hasta todo el aparato del Estado, dentro del cual operaba el “gabinete del odio”. Este difundió mentiras, fake news, calumnias y obscenidades contra él. Incluso activó el aparato policial del Estado a favor de su candidatura.
La sensatez ganó a la irracionalidad, la verdad a la mentira, el amor al odio. Fue proclamado presidente del país. Fue reconocido por las más altas autoridades del país, del mundo, desde Xi Jinping, Biden y Putin. Incluso antes de haber jurado su cargo, ya fue invitado a la COP27 en Egipto para discutir el nuevo régimen climático y a Davos, donde se reúnen los dueños de las mayores fortunas, para escuchar el tipo de economía que se proponía implementar, ya que la actual está en clara deriva y profunda crisis.
Conozco a este hombre, carismático, cordial, incapaz de sentir odio en su corazón y dispuesto a dialogar con todos. De su boca oímos y de su ejemplo aprendimos que siempre es importante defender la democracia, dar centralidad a los pobres, defender la Amazonia contra la voracidad del capital salvaje, buscar un mundo bueno para todos y hacer que lo sea. Como dijo un presidente: “El mundo echa en falta a este hombre”.
Merece el mayor elogio que la tradición bíblica judía otorga a un ciudadano del mundo: Él ES UN JUSTO ENTRE LAS NACIONES.
Conozco y soy testigo de un hombre que por su vida, por su ejemplo y por el cuidado de su pueblo se convirtió efectivamente en un hombre Justo entre las Naciones.
Su nombre no necesita ser citado. El país lo conoce. El mundo lo reconoce.
*Leonardo Boff, ecoteólogo, filósofo, exprofesor de ética y miembro de la Iniciativa Internacional de la Carta de la Tierra.
Traducción de MªJosé Gavito Milano