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Opinión | César Pérez

Desde su fundación, el PLD ha carecido de una cultura sustancialmente democrática. En esencia, en sus procesos de elecciones internas y nacionales, los puestos de dirección y de representación eran impuestos por el caudillo fundador, Bosch. Con su desaparición, ese tema lo resolvía su cúpula de dirigentes, con pactos entre ellos en un contexto de un significativo predominio de un jefe de facción.

 Ahora, sin la existencia de reglas ni referencia cultural sustancialmente democráticas y con un cambio en la correlación de fuerzas entre las facciones, ese partido debe resolver los temas de la candidaturas electorales, en que en otros tiempos resolvía sin mayores problemas. En esa circunstancia, se debate ahora si el partido continúa en el poder a través de la reelección de Medina o nuevamente con la candidatura de Leonel Fernández.

Conscientes de que una eventual candidatura de este último no solamente supondría el final del proyecto de poder del danilismo, sino que dado el grado de cuestionamiento, los escándalos de corrupción y el factor Quirino aún no claramente despejado, la presentación de Fernández como candidato presidencial constituye un alto riesgo para el partido todo. El dilema es cómo detenerlo sin que al hacerlo no se agriete irremediablemente el sostenido monolitismo partidario.

¿Con cuáles artes lo detendrán? ¿filtrando datos que den pie a escándalos de corrupción que podrían afectar a Fernández o dando una batalla institucional, que dada la trayectoria de ese partido no puede ser realmente democrática ni muchos menos limpia, debido a su degeneración, provocada por un ejercicio de poder esencialmente corrupto?

De improviso, el PLD se ha encontrado en un proceso de necesaria alternancia en el poder sin cultura democrática para hacerlo e incluso con intenciones de uno de sus sectores, el danilista, de mantener su poder cambiando las reglas constitucionales que le sirvieron de marco legal para alcanzarlo.

Algunos afirman que el partido, en tanto institución/corporación está por encima de Danilo y de Leonel, que no existen reales diferencias entre ellos y que al final tendrán que pactar. Esa afirmación puede ser formalmente lógica, pero la lógica a veces poco tiene que ver con la política. Esa afirmación se basa en la observación de la manera en que el antiguo PLD resolvía sus problemas. La lucha que tiene ante sí apunta hacia un desenlace, donde el vencedor deberá pactar la aceptación de una derrota del vencido que podría significar el final de la vida política de éste y junto a su hueste.

Generalmente, las personalidades juegan un papel determinante en las instituciones, a tal punto que a veces el funcionamiento de estas depende de los humores y veleidades del principal dirigente, sobre todo cuando en ellas no existe democracia interna. En el PLD de Bosch este imponía su voluntad, en el interregno de Leonel, “aplastaba el Estado”: él, Leonel.

Esta vez, el espíritu de cuerpo peledeísta no es suficientemente fuerte para imponer una repetición de ese interregno, ni para zanjar sin fisuras quién será el candidato presidencial y máxima figura del PLD. Esas cuestiones parece que se resolverán mediante una feroz lucha política, para la cual el danilismo tiene mayores márgenes de maniobras.