Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Cuando era adolescente, como muchos jóvenes de mi época, tenía mis artistas favoritos. Recuerdo haberle pedido a mis padres un casete de René y Reny, entusiasmado por la música que entonces ocupaba mis días.

Pero la vida, caprichosa como es a veces, tenía otros planes. En lugar de aquel dúo, mis padres regresaron a casa con un casete de un tal Rubby Pérez. 
 
Recuerdo la decepción inicial. No era lo que esperaba, no era lo que había pedido. Pero también recuerdo el momento exacto en que puse ese casete en el reproductor y su voz comenzó a llenar la habitación. Fue como abrir una ventana sin saber que afuera te esperaba un amanecer. La calidez de su voz, la fuerza de sus interpretaciones, las letras profundas, su identidad única… todo me atrapó. Lo que comenzó como un error terminó siendo un regalo. 
 
Así nació mi aprecio por Rubby Pérez, un artista que no solo marcó una época, sino que dejó una huella imborrable en quienes lo escuchamos con el corazón abierto. 
 
Hoy, con profundo pesar, recibimos la noticia de su partida, el 8 de abril de 2025, en un trágico evento que nos arrancó a uno de los más grandes. Pero también hoy, más que nunca, celebramos su vida, su legado, y el ser humano extraordinario que fue. 
 
Las historias que se pueden contar sobre Rubby son muchas. Su vida fue un ejemplo de superación: transformó una gran adversidad en el trampolín que lo catapultó a convertirse en un orgullo nacional y un talento reconocido en todo el mundo. Pero más allá de su innegable talento, lo que más nos conmovía era su sensibilidad y humildad. 
 
¿Quién podría olvidar aquel momento tan humano y sincero en que expresó sentirse “devastado” por la desaparición de su burro Ignacio, su mejor amigo? Ofreció recompensa, movió cielo y tierra para encontrarlo. Porque alguien que puede sentir así por un animal, solo puede tener un corazón grande, noble, generoso. 
 
Hoy nos toca despedirte, Rubby. Pero tu voz seguirá acompañándonos. Nos dejas una obra musical invaluable, una historia de lucha y esperanza, y, sobre todo, una lección: que la verdadera grandeza no está en la fama ni en el dinero, sino en la calidad del alma. 
 
Ve con Dios, Rubby. Gracias por tanto. Y sí… valió la pena.