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Opinión | Juan Bolívar Díaz

En la misma mitad de este septiembre ha llegado al país Edwin Enmanuel Gil, llamado a trascender por haberle tocado el número 10 millones de esta nación media isla colocada en el mismo trayecto del sol, con inmensas riquezas naturales malversadas por siglos y ubicada en uno de los últimos diez escalones de desarrollo humano en el concierto de 35 naciones del continente.

 Este afamado infante llega con la marca de la pobreza nacional, de madre adolescente y soltera, con tíos de 10 y 13 años, una abuela de 36 y padre de 22 años que como dos tercios de los dominicanos no pudo completar la educación secundaria ni alcanzar una carrera técnica compelido por la necesidad de sumarse al chiripeo familiar de la supervivencia.

Su ámbito familiar será el barrio capitalino 24 de Abril, uno de los más nítidos espejos de la concentrada pobreza urbana dominicana, con una expectativa nacional de vida de 71 años, que para la mitad de siglo podría alcanzar los 80, siempre que pase la prueba de las altas tasas de mortalidad infantil, y de muerte por enfermedades previsibles o por accidentes de motor, destino de movilidad de una alta proporción de sus coterráneos barriales.

Nuestro 10 millones ha sido significativamente bautizado con el nombre bíblico de Enmanuel, como el histórico rabit de Galilea, Dios con nosotros, y merece la más cálida bienvenida y los mejores augurios de dicha y desarrollo humano. Aunque hereda la pobreza de padres y abuelos, contra la cual tendrá que luchar para no traspasarla a sus descendientes. Llega ya con una deuda individual de unos 3,500 dólares, que traducidos a pesos son casi 155 mil.

Lo primero que debemos implorar para Enmanuel es que pueda alcanzar siquiera uno de los escasos asientos para una carrera técnica y no se quede como uno más de los cientos de miles que ni estudian ni trabajan, carne de cañón para la delincuencia, y que tampoco se le ocurra engancharse a la Policía para empezar con 5 mil pesos mensuales que lo dejen en manos de los grandes delincuentes públicos o privados.

A diferencia de sus padres, si la suerte lo acompaña, Enmanuel podría aprender en la escuela sobre sexualidad, suficiente para conocer los instrumentos de la modernidad que le garanticen no reproducirse en la adolescencia y tener mayores posibilidades de completar el ciclo educativo.

Le auguramos toda la dicha del mundo, que se sume a la legión de muchachos y muchachas que por todas partes luchan por dejar atrás la pobreza, sumando fuerzas para resistir las tentaciones de la delincuencia como pretendidas soluciones individuales, sin ceder a la desesperanza ni al conformismo.

Como aquí tendrá que enfrentar la vida, con las puertas de la migración cada vez más cerradas, Enmanuel está llamado a ser un promotor de cambios y esperanzas para vencer la resignación y el fatalismo del “to e to y na e na” y restablecer el principio de que la recta es la línea más corta entre dos puntos, que flojo y apretado no es lo mismo y que la Virgencita de la Altagracia no es el mismo diablo.

!Bienvenido Edwin Enmanuel! Esperamos que tengas un largo ciclo de vida productiva y puedas alcanzar pronto una sociedad más armónica, que Dios libre de volver a duplicarse en el próximo medio siglo, y donde sus líderes y gobernantes tengan como norte el bienestar social y no impere la ley del más fuerte y más hábil para el despojo y la concentración, sea de la riqueza o del poder.