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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

La segunda vuelta es un remiendo al sistema presidencial. Se recurre a ella cuando el electorado no otorga mayoría absoluta a ninguna candidatura presidencial en primera vuelta, si así lo dispone el sistema electoral.

No es obligatoria, pero cuando el sistema partidario se fragmenta, existe la posibilidad de triunfo con bajo porcentaje. Por ejemplo, si hay cuatro candidatos presidenciales y los votos se distribuyen 35%, 28%, 22% y 15%, quien obtuvo 35% gana la presidencia de no existir la segunda vuelta con un umbral mayor.

A diferencia del sistema parlamentario, donde las coaliciones en gobiernos de minoría deben mantenerse para gobernar; en el sistema presidencial la doble vuelta establece la mayoría calificada sólo al momento electoral. Después, el ganador se lo lleva todo, aunque dispense algunos beneficios a los aliados. La razón es que en el sistema presidencial, el presidente tiene legitimidad electoral independiente del Congreso, y cuenta además con un gran Poder Ejecutivo. En el sistema parlamentario, por el contrario, el poder descansa en el parlamento.

Desde que en República Dominicana se estableció la segunda vuelta en la reforma constitucional de 1994, sólo se necesitó en las elecciones de 1996. En ese momento, el PLD ascendía electoralmente, mientras el PRD y el PRSC conservaban poder electoral. Ninguno logró la mayoría absoluta de 50+1. El PRD obtuvo la mayoría relativa en primera vuelta, pero perdió en la segunda por la alianza PLD-PRSC.

En el 2000, con unos décimos de distancia del 50+1, el PRD ganó en primera vuelta cuando Balaguer desistió de participar en una segunda en apoyo al PLD. Es decir, después de 1996, nunca se ha producido una segunda vuelta en el país; y después del 2000, el PLD ha ganado todas las elecciones presidenciales en primera vuelta.

Actualmente, con un PLD súper-empoderado en términos económicos e institucionales, la oposición (débil en organización, finanzas y liderazgo) apuesta a la segunda vuelta para llegar al poder.

El PRM asume que heredará un segmento importante de los votos perredeístas, y por tanto, quedará en segundo lugar; y los demás tendrán que plegarse en la segunda vuelta. Otros aspirantes presidenciales de la oposición asumen que superarán el PRM, y por tanto, recibirán en segunda vuelta el apoyo de los perremeístas sin contaminarse con una alianza en primera vuelta que huela a “más de lo mismo”.

Estos razonamientos tendrían validez si la fuerza política a la que se enfrenta la oposición (el PLD) no contara con tantos recursos económicos e institucionales para desarrollar una campaña triunfadora.

Por razones que he detallado en otros artículos, el PLD tiene una alta probabilidad de ganar en primera vuelta. Y si no ganara en primera vuelta, el partido con mayor probabilidad de obtener el segundo lugar es el PRM; no por sus méritos (que ni siquiera ha tenido tiempo de adquirir), sino porque sería el lugar natural al que fluiría un segmento del perredeísmo (no hay que olvidar que el PRD captó en 2012 el 47% de los votos).

Es decir, de darse una segunda vuelta, el partido con mayor probabilidad de competir con el PLD sería el PRM. ¿Qué haría entonces el resto de la oposición que dice no querer ser “más de lo mismo” (Alianza País, APD, Opción Democrática)? ¿Llamar a la abstención en la segunda vuelta? ¿Y qué esperan estos grupos para aliarse? ¿Ver quién sale adelante en las próximas encuestas, en una especie de darwinismo electoral entre débiles?

La votación, como toda actividad humana es incierta. Pero las estrategias electorales no pueden basarse en falsas expectativas.