Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

A los amantes seguidores y aficionados de las ciencias aeroespaciales, aeronáuticas y toda actividad científica dedicada a conocer y explorar las zonas exógenas del planeta tierra, siempre les resulta emocionante y exuberante presenciar y enterarse de los lanzamientos de dispositivos extra planetarios, lo cual es cada vez más frecuente.

Sin lugar a dudas, que, para los entusiastas, discípulos de estos campos de las ciencias, es una experiencia sin igual poder observar imágenes reales y en vivo de nuestro planeta tierra y admirar como sobreviven seres humanos en estas áreas tan misteriosas e intrigantes que supera todo conocimiento humano.

Poder presenciar y admirar los matices brillantes y espectaculares de nuestro hogar, lograr despertar una cantidad de emociones encontradas que hacen valorar en su justa dimensión el tesoro que habitamos.

Para poder vivir estas experiencias tan divinas y gratificantes, han pasado cientos de años y han representado muchos avances tecnológicos que simbolizan adelantos, progreso y conocimiento en las ciencias aeronáuticas y espaciales, que solo podían ser imaginados por el ser humano a través de fílmicas de ciencia ficción.

En las últimas décadas, es notable el eminente crecimiento de esta industria.

Solo en el año 2021 se realizaron de manera exitosa 135 lanzamientos, siendo el número más alto en toda la historia, superando incluso a la época dorada de la primera carrera espacial, en la que Estados Unidos y la Unión Soviética competían por dominar el espacio.

Todo este fenómeno ha dado pie a la democratización del sector, abriendo las puertas para que empresas de origen privadas pueda ser proveedores de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, más conocida como NASA.

En la actualidad existen varias compañías inmersas en la búsqueda de ocupar un lugar destacado en la carrera espacial. Ya sea con una vocación innovadora y exploradora, o con la intención de recoger todo ese rebufo para, o bien para situarse como referentes en el futuro panorama del turismo espacial.

Empresas como SpaceX, Boeing, Blue Origin, o Virgin, se han sumado a la carrera espacial, empleando millonarias inversiones en el sector para el desarrollo de avanzadas tecnologías que han puesto a disposición de la NASA y también para llevar a cabo sus propios proyectos con su propia vocación de conquista del espacio sideral.  

Dentro de este ecosistema en desarrollo, cohabitan muchos factores que van mucho más allá del espectáculo y la emoción que suscitan el lanzamiento de cohetes, naves, satélites y otros artefactos de exploración, investigación o turismo al espacio.

Uno de estos factores, que sobre pasa el interés económico que puede despertar el desarrollo de dicha actividad, es el medioambiental.

Y es que, por sobre el bum generado, ¿Se ha evaluado el impacto medioambiental que produce este tipo de actividad?

Pues justamente, esto ha estudiado el equipo de la universidad de Nicosia, en Chipre, liderado por los investigadores Loannis W. Kokkinakis y Dimitris Drikakis. Ellos han estudiado el efecto del lanzamiento de un cohete en la concentración de dióxido de carbono (CO2) y de óxidos de nitrógeno (NO y NO2). Concretamente han utilizado para sus modelos los datos correspondientes a un cohete Falcon 9, de SpaceX. Esto ha sido por la disponibilidad de datos más que por una preferencia personal.

Conforme sus análisis, cuando un cohete atraviesa las capas altas de la atmósfera emite, debido a la quema de su combustible, unas 30 veces más CO2 por kilómetro cúbico del que ya había antes del paso del cohete.

Además de los gases que estos cohetes depositan directamente, también pueden provocar la creación de otros compuestos preocupantes. Por ejemplo, las altas temperaturas alcanzadas en la llamarada que impulsa al cohete pueden provocar, especialmente a baja altura, el calentamiento del gas colindante hasta temperaturas suficientes (de unos 1 000 ºC) como para generar óxido nítrico (NO) y dióxido de nitrógeno (NO2). Estos compuestos contribuyen a la aparición de fenómenos como la niebla tóxica (conocida como smog en inglés) que cubre las grandes ciudades y como la lluvia ácida. Además, afecta al ozono atmosférico. Los niveles a los que se producen estos óxidos de nitrógeno podrían ser suficientemente altos como para, de aumentar el ritmo de lanzamientos espaciales, suponer un riesgo directo a la salud humana.

Todos estos efectos apenas han sido estudiados, mientras nos preocupa que, cada año esta industria sigue creciendo, en tanto, esperamos que también se invierta en el desarrollo de materiales eco amigables, tecnologías que garanticen lanzamientos más eficientes energéticamente y que no genere costos medioambientales.