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Reportajes | Por Riamny Méndez Féliz

El 11% de los feminicidios en República Dominicana se cometieron contra mujeres haitianas

Dadan Lonice era una emigrante haitiana de 45 años que sobrevivía de la venta ambulante y del trabajo doméstico en casas ajenas en Vicente Noble, un municipio del suroeste dominicano. Su cuerpo fue encontrado el 30 de marzo en una cueva cerca del balneario natural de La Zurza, en los alrededores del río Yaque del Sur, que riega los platanales en los que trabajan hombres migrantes haitianos. 

Dandan había vivido en un infierno durante años. De acuerdo con testimonios de amigos y vecinos, ella sufría golpizas de su compañero que terminaron con su muerte. Urco Yeme, presunto femenicida, fue detenido con prisión preventiva por el crimen, de acuerdo con las investigaciones preliminares de la Fiscalía de Barahona.  

“En una ella salía… como dos veces salía en la noche, él le daba, porque como que ella quería coger la calle para salir a buscar ayuda y él no la dejaba, la entraba otra vez en la casa”, recuerda su vecina Mónica.

El agresor incluso se había justificado frente a algunos amigos y vecinos, de acuerdo con testimonios recogidos en el barrio La Canaria: golpeaba a su compañera –decía- porque ella era agresiva. Mónica relata que su amiga Dadan empezó a sentirse nerviosa hace unos años, después de parir una niña muerta, aunque aclara que el agresor siempre la había maltratado.

Vicente Noble es un pueblo pequeño, que puede recorrerse a pie en dos o tres horas. Los rumores vuelan. Pero Dadan no logró que la ayuda policial llegara a su puerta. Se combinaron una serie de factores: era inmigrante, su documentación no estaba en toda regla y en Vicente Noble no hay, a diferencia de lo que ocurre en otros municipios, ni fiscalías especializadas en temas de género ni oficinas del Ministerio de la Mujer.

El 11,6% de los feminicidios ocurridos durante 2019 fueron cometidos contra mujeres haitianas, una tendencia que también se repitió el año anterior, cuando la cifra alcanzó el 10% de los casos, de acuerdo con la base de datos elaborada por Espacinsular en alianza editorial con Connectas y el apoyo del International Center for Journalists (ICFJ). 

La tendencia también es replicada por las cifras oficiales. El 12% de las muertes violentas de mujeres en 2019, tanto feminicidios como homicidios, fueron de mujeres haitianas, según la Procuraduría General. Esos números toman más dimensión si se tiene en cuenta de que las mujeres haitianas representan menos del 3% de la población femenina del país, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Inmigrantes (ENI-2017).  

Las dificultades de las migrantes

Sirana Dolis, referente del Movimiento de Mujeres Dominico Haitianas (MUDHA), ha acompañado a mujeres migrantes para denunciar diferentes tipos de violencia de género, desde la que sufren con la pareja hasta la que es producto de violaciones sexuales de desconocidos. 

“La mujer vive en un ciclo de violencia, en la comunidad conocen la situación, pero muchas veces, por miedo, la mujer no sale a denunciar. Porque ese es su marido el que le mantiene los muchachos, y si sale a denunciar, entonces, también está el temor de que si no tengo ese hombre, no tengo trabajo, con qué voy a seguir adelante con mi familia”, explica Dolis. 

“También está el tema de la discriminación y la documentación, porque para que una mujer migrante pueda poner una denuncia debe tener una documentación. Eso hace todo más complicado para la mujer migrante, que tiene problema de idioma, tiene el problema de la lejanía de los lugares. A esas mujeres se les hace difícil acceder a la Justicia”, agrega Dolis, cuya organización trabaja principalmente en los antiguos bateyes del este y comunidades de Santo Domingo.

En el Suroeste, la zona donde vivía Dadan, hay instituciones especializadas en derechos humanos y derechos de migrantes, pero no existe una tradición fuerte de defensoría de migrantes con perspectiva de género, como ocurre en Santo Domingo y en el Este. Ni siquiera el trabajo de MUDHA- organización de referencia para las mujeres haitianas y dominico haitianas- ha estado presente de forma significativa en esta región.

Mónica, vecina y amiga de Dadan, piensa que quizás si ella hubiese ido a denunciar la agresión al municipio cabecera de la provincia, Barahona, quizás ahora estaría viva.

Barahona está a media hora de Vicente Noble en transporte público, una distancia que no parece complicada de recorrer, pero para muchas mujeres empobrecidas sí lo es: no tienen dinero para pagar el pasaje o se les hace imposible salir de la ciudad sin que el agresor se entere y las detenga. Dadan tenía, además, los problemas emocionales nunca sanados de haber perdido a una hija en el parto. No recibió la asistencia psicológica que la salvara de ese abismo.

La falta de protección y asistencia legal son obstáculos que difícilmente puedan sortear las mujeres empobrecidas haitianas que cruzan la frontera, a veces para instalarse en las zonas menos prósperas de la República Dominicana.

 La antropóloga Tahira Vargas analizó la trata de extranjeras en el país. En su investigación resalta que casi todas las migrantes haitianas que entrevistó habían sufrido violencia de género en Haití, un país con pocas posibilidades de atender a las víctimas a nivel legal o de darles protección en sistemas de casa de acogida. La cultura de la denuncia y el seguimiento de la violencia con las autoridades no está arraigada entre ellas.

La académica documentó que las migrantes haitianas son vulnerables a redes de trata que las venden a hombres haitianos, dominicanos de ascendencia haitiana y, en menor medida, a dominicanos sin vínculos con el vecino país, a través de matrimonios serviles, una modalidad en la que la mujer queda unida a una pareja que no escogió y que le pagó por ella a una especie de buscón o proxeneta. En algunos casos, los buscones engañan a las mujeres, que creen que trabajarán como empleadas domésticas o en otras actividades económicas.

Alejadas de sus familias y de sus redes comunitarias habituales, las mujeres quedan encerradas –en muchas ocasiones- en un laberinto de violencia constante.

“Sacó el dinero de mi cartera temprano y después vino a amenazarme con un cuchillo, y los muchachos míos se aparecieron delante de él y no me pudo hacer nada. Yo decía, un hombre con el que uno ha vivido no es justo que tiene que dejarlo y después buscar un problema con la fiscalía; pero el problema es que él me puede herir, me puede dar un machetazo, un cuchillazo, porque él a cada rato que sube, viene amenazándome de una vez, entonces esa cosa es la que me tiene con problemas en mi mente”, cuenta una haitiana que vivió en un matrimonio servil, cuyo testimonio fue recogido por Vargas. 

Vargas documentó que, entre las haitianas que caían en esta forma de trata, había quienes trataban de escapar de la pobreza, pero también de la violencia machista que sufrían en su país de origen.

Huir para escapar de la violencia, a veces de forma inútil, es una decisión que las haitianas comparten con las dominicanas desde hace décadas. Para Rosa, una dominicana que se fue hace 20 años a Puerto Rico, no hubo justicia para su potencial maltratador. El castigo fue para ella: el exilio. “El motivo que yo tuve para venir hacia Puerto Rico fue la violencia doméstica. En ese tiempo todavía no se escuchaba mucho eso de denunciar. Además, mi agresor era un policía”, contó la mujer al recordar su partida de República Dominicana.   

En aquel momento, dejó a dos niños de cinco y ocho años. Ahora, tienen 25 y 27. Hace 20 años que no los abraza. Todavía, no ha podido regularizar su estatus migratorio. Además de la violencia física y emocional, Rosa no contaba con un trabajo en San Francisco de Macorís, así que estaba sujeta al control y la violencia económica de su expareja. “Yo no trabajaba. Dependía por completo de él”, comenta Rosa, quien dejó sus hijos atrás para que no quedaran huérfanos. 

Dadan, en cambio, soportaba la violencia por su hijo. “Ella siempre estaba pendiente de su hijo. Todo lo que ella hacía era por su hijo, todo lo que peleaba (con su marido) era por el chiquito que ella tiene aquí”, cuenta Mónica, vecina de Dadan, a quien le sobreviven tres hijos. Solo residía con el adolescente.

Migrantes dominicanas

La violencia machista parece perseguir a las mujeres de los países que forman La Hispaniola hasta en sus migraciones, y en ocasiones destruye sus vidas cuando cruzan fronteras para escapar. El estudio El trabajo con mujeres migrantes desde el feminismo interseccional constató que, de 900 mujeres dominicanas participantes de la organización sin fines de lucro, el 81% sufrió violencia física y el 72% violencia sexual. A veces, la violencia termina en tragedia.

El 24 de junio, el cadáver de Ana Roque Merejo, una dominicana de 39 años y madre de seis hijos, que trabajaba como mucama en San Juan, Puerto Rico, fue hallado quemado, casi irreconocible. Según las investigaciones iniciales, la mató su pareja, el puertorriqueño, Luis José Reyes Pérez. A Mercedes Duarte Rosario, de 45 años, la mató en Puerto Rico su pareja, el también dominicano Lenny Martínez Mercedes, quien después del crimen, se suicidó.  

La migración como vía de escape no siempre funciona. Silvia, seudónimo para proteger su identidad, viajó con una visa desde República Dominicana hacia Puerto Rico este año, luego de que su exesposo la amenazara de muerte en varias ocasiones. Antes de partir, realizó una denuncia en la Procuraduría Fiscal de su país, pero no prosperó porque su agresor nunca se presentó a la cita.  

“Yo le puse la denuncia y después de eso él estaba escribiendo muchos mensajes. Fue cuando decidí irme para Puerto Rico para alejarme de él. Mientras más lejos estuviera de él, más protegida estaría”, narró Silvia al recordar cuán difícil fue el proceso de presentar la querella.

Ya en la isla vecina, Silvia se comunicó con el Centro de la Mujer Dominicana y dos abogadas para conocer las protecciones a las que podría acogerse para residir en la isla, con su madre, de manera legal. Sin embargo, las abogadas le dijeron que las opciones para regular su estatus migratorio por violencia de género eran escasas. 

Ella decidió regresar a su país, aunque teme por su vida. Su miedo está más que fundado. En la República Dominicana se han documentado casos de mujeres que emigran para escapar de la violencia y al regresar a su país son asesinadas. 

Anibel González, una abogada de clase media que residía en San Pedro de Macorís, provincia al este de la República Dominicana, viajó a Washington para escapar de su agresor. Con su formación en diplomacia, ella realizó una pasantía en la embajada dominicana. Fue bien evaluada pero no logró un empleo fijo. No quería estar lejos de sus tres hijas, así que regresó a su país. Para sobrevivir, Anibel a veces dormía fuera de San Pedro de Macorís, mientras su asesino la perseguía. Un día, la encontró y la mató. 

Su plan, según cuenta su familia, era obtener un empleo en el extranjero, regresar por sus tres hijas y escapar de su exesposo, el empresario Yasmil Oscar Fernández Estévez (Ray), que ya había estado detenido por apuñalarla y luego fue liberado tras un acuerdo que posteriormente la propia Procuraduría General consideró irregular. 

Aunque con circunstancias de vida distintas, Anibel y Dadan se vieron en el dilema de escapar o permanecer para salvarse y salvar a sus hijas. En ambos casos, su feminicidio dejó huérfanos a los hijos que tanto lucharon por proteger. 

Este reportaje fue realizado por Alejandra Lara Infante, Adriana Díaz Tirado, Juan Pablo Pérez y Riamny Méndez Féliz para Espacio de Comunicación Insular en el marco de la Iniciativa para el Periodismo de Investigación de las Américas, del International Center for Journalists (ICFJ), en alianza con CONNECTAS.

Diseño: María Olivo.

Producción radiofónica y voces: Riamny Méndez y Solange de la Cruz