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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

La masacre policial del día 28 de octubre en el Complejo del Alemán y de la Peña en Río de Janeiro constituye un crimen de agentes del Estado, con una gran letalidad, 121 víctimas. Es terrible que el 57% de la población haya aprobado la carnicería en la cual se cortaron cuerpos, se desmembraron y mutilaron cuerpos.

Claudio Castro, gobernador de Río, que orquestó la masacre, fue ovacionado en los barrios ricos de la zona sur de Río. La estadística de su aceptación creció considerablemente.

Notables analistas como Paulo Sérgio Pinheiro que fue exministro de los Derechos Humanos y relator especial de la ONU para los crímenes en Siria nos ofrece el sentido real: “La masacre de Río debe entenderse dentro un contexto político más amplio, articulado por Castro y otros gobernadores de extrema derecha. Tras la condena y prisión de su líder máximo y de sus aliados, esos actores políticos buscan utilizar el discurso de la guerra contra el tráfico de drogas para desestabilizar al Estado federal y mejorar sus perspectivas en las próximas elecciones. Además, tratan de alinearse con la narrativa continental de combate al narcotráfico, liderada actualmente por el presidente Trump”.

Seguramente esta manipulación político-electoral de la peor especie, revela la completa erosión de la ética y el vacío de cualquier sentimiento de empatía hacia las víctimas, muchas de ellas inocentes que no tenían nada que ver con el tráfico de drogas. Es la necropolítica hecha modelo, ya que pobres, negros, quilombolas y favelados no cuentan para nada, cómo piensan y dicen. Son ceros económicos y descartables.

Pero esta barbarie de contenido criminal y político remite a una cuestión metafísica e incluso también teológica que lanza un desafío terrible: ¿cómo puede ser tan cruel y malvado el ser humano? ¿Hasta dónde puede llegar su inhumanidad? Ante los genocidios actuales en Gaza, en Ucrania, en Sudan, como teólogo, otros y yo nos interrogamos horrorizados:

“¿Dónde estaba Dios en aquellas circunstancias terribles? ¿Por qué permitió el triunfo de la barbarie? ¿Por qué guardó silencio? ¿Por qué permitió que en un siglo y medio desde el comienzo de la colonización/invasión europea, según las investigaciones más recientes, hubiera 61 millones de víctimas de personas de los pueblos originarios del continente Abya Yala? Y el asesinato de 10 millones de congoleses que el insensato rey Leopoldo II de Bélgica, que hizo de aquellas tierras su hacienda personal, ordenó a finales del siglo XIX y comienzos de XX, 10 millones de personas, niños mutilados sin manos y sin piernas. ¿Quién se acuerda de esa crueldad? Y sufrimos porque esos millones de negros y negras ¿no eran también hijas e hijos suyos, nacidos en el amor de Dios? ¿Por qué no los ayudó ya que podía, por qué no lo hizo?

La teología no tiene ninguna respuesta, guarda un silencio sufrido pero no consigue, como Job, dejar de interrogar a Dios, proclamado en los cantos litúrgicos y en las CEBs como el Señor de la historia, bueno y misericordioso. Cuando la fe enmudece sólo nos quedan los gritos de esperanza que vienen en forma de quejas, como los propios salmos están llenos, e incluso Cristo en la cruz gritó: “Eli, Eli lemá sabactáni”: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Resignado, entregó su espíritu a Dios, hecho misterio oculto.

Pero no es solo un problema teológico, es también una indagación filosófica. ¿Quién es, finalmente, el ser humano y cómo puede ser tan inhumano y sin piedad frente a sus semejantes? Durante siglos y siglos, desde que tenemos noticia de tiempos inmemoriales, Caín siempre ha estado presente en el devenir de la historia. La maldad se ha vuelto banal y ha sido incorporada en las sociedades humanas. Como señalaba la filósofa Hannah Arendt: “el mal puede ser banal pero nunca inocente”. Es fruto de una intención perversa que odia, quiere estrangular y asesinar al otro, sea en la convivencia familiar, social, y en las guerras que siempre han existido en la historia. Todas las religiones, caminos espirituales y éticos buscan limitar la extensión de la maldad humana. Pero siempre persiste.

Se dice que es propio de la condition humaine el hecho de que seamos seres de inteligencia y simultáneamente de demencia, poseídos por la pulsión de muerte junto con la pulsión de vida, seres de luz acompañada de sombra, el satán de la Tierra y también su ángel de la guarda. Es verdad, somos todo eso. Pero estas verificaciones describen fenomenológicamente un dato innegable, aunque no lo explican. ¿Por qué tiene que ser así? ¿No podía ser diferente?

Aquí sentimos los límites de la razón que no puede todo. Alguna comprensión de la maldad no viene por la razón teórica, expuesta más arriba, sino por la razón práctica. Esto significa: el mal está ahí no para ser entendido sino para ser combatido. Combatiéndolo nos viene alguna comprensión, pues el ser humano aprende a imponer límites a su maldad reforzando todo lo que puede la dimensión de luz y de bondad. Pepe Mujica, expresidente de Uruguay nos legó un inspirador mensaje: “fui derrotado, pisado, torturado y casi muerto. Pero siempre me levanté y nunca desistí de mi sueño, de luchar por un mundo mejor para todos”. Tal vez ese es el camino correcto frente al desafío de la crueldad humana. No fue otro el camino de Jesús de Nazaret que fue judicialmente asesinado por causa de su utopía de un reino de justicia, de hermandad, de paz y de acogida de Dios. 

Siguiendo el camino de estos maestros espirituales, que los hay en todas las culturas, seguimos creyendo que la vida vale más que el lucro y la política electoral, y que debe ser siempre respetada como el mayor valor del mundo.

*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor. Ha escrito La búsqueda de la justa medida (2 vol.), Vozes 2023; Pasión de Cristo-pasión del mundo,Vozes 1977, premiado como el libro religioso del año en USA.

Traducción de MªJosé Gavito Milano