Pocas fechas como hoy 12 de enero permiten visibilizar este pedazo de isla que se ubica en el archipiélago de las Antillas: Haití
14 años después del terremoto que hundió en la tristeza y zozobra a decenas de miles de familias haitianas, de manera serena podemos levantar la cabeza, en esta fecha de conmemoración, para reflexionar sobre Haití, nuestro país, desde otro lugar de enunciación que no sea sólo el del dolor. Me atrevo a hacerlo desde el lugar de la resistencia, tratando de pensar en voz alta este pueblo que es en sí mismo toda una gramática de resistencia.
Este lugar de la resistencia es clave en la medida en que el nombre de Haití suele ser invocado en medio de dos extremos: o se le adora por haber sido en la historia el primer país negro libre del mundo o se le sataniza por ser hoy día “el país más pobre” del hemisferio occidental. Este nombre se encuentra casi siempre arrinconado entre la adoración y la satanización, entre la historia y la actualidad, entre el pasado y el presente. Por lo que ha sido difícil decir y pensar este nombre en clave de futuro. Es como si este nombre fuera un flatus vocis que no tiene contenido y remite a un referente vacío. Incluso algunos se atreven a decir que “Haití no existe”. Parece que la existencia de Haití incomoda a más de uno.
Sin embargo, el futuro de Haití tiene un rostro concreto que se ha mantenido en el pasado y pervive en el presente tanto en “el Haití dentro de Haití” como en “el Haití fuera de Haití”. Este rostro es la resistencia: una resistencia pacífica (con pocos brotes de violencia en algunos casos bien contados) frente a los malos gobiernos haitianos, a la mal llamada comunidad internacional y al racismo expresamente anti-haitiano que está presente a lo largo de nuestro continente, desde Argentina hasta Canadá, y en todos los espacios en los que nos encontramos las personas haitianas, en todos sin excepción: academia, empresas, barrios, etc. Haití es un “trago amargo” que el mundo occidental, construido con base en el orden colonial y racial, no “digiere” en el doble sentido literal y figurado: se le considera en el mapamundi blanco “una mosca que ha caído en un vaso de leche”, tal como lo escribe Jacques Roumain en su poema titulado In black and white.
Definitivamente, es un pueblo que sabe resistir: resistencia que las personas haitianas despliegan en su cotidianidad e incluso en sus procesos migratorios. Da pena ajena escuchar a algunos organismos (estatales, internacionales y no gubernamentales) decir que los migrantes haitianos son “rebeldes” y que es difícil trabajar con ellos; pero lo que no dicen es que es una migración tan bien organizada que incluso los menores no acompañados logran realizar la hazaña de llegar con vida en su periplo desde Haití, Brasil y Chile hasta las fronteras de México, cruzando todo el subcontinente caribeño-latinoamericano.
La migración haitiana post-terremoto es (sin querer romantizar) otra muestra de la resistencia haitiana: la resistencia en movimiento. Los 14 años del terremoto son también 14 años de movilidad haitiana post-terremoto en resistencia a lo largo y ancho de la geografía continental americana.
Los ejemplos de la resistencia haitiana son numerosos. Quizás el más significativo haya sido frente al terremoto del 12 de enero de 2010.
Ante el terremoto que devastó gran parte del país, en particular, la capital Puerto Príncipe, la resistencia fue el elemento clave que permitió a las víctimas levantarse rápidamente para organizarse en cada barrio. Cuando llegaron las personas de otros países para ayudar a Haití, ya gran parte de las tiendas y campamentos improvisados estaban construidos con un mínimo de estructura: había comités encargados de la seguridad, la alimentación, la salud, la limpieza, etc. La pregunta de los extranjeros era cómo en tan poco tiempo y en estas condiciones tan extremas los haitianos ya se habían levantado para preparar todo eso; no entendían. Este “no sé qué” que tienen los haitianos es la resistencia.
Otro ejemplo más reciente es cuando el año pasado, ante las reiteradas amenazas del actual presidente dominicano Luis Abinader quien incluso decidió unilateralmente cerrar la frontera común con Haití para tratar de impedir las labores de construcción de un canal del lado haitiano, los vecinos haitianos edificaron el canal para poder beneficiarse también del Río Masacre. De hecho, no se construyó sólo un canal, sino todo un movimiento ciudadano haitiano en torno a la construcción del canal que terminó convirtiéndose tanto en símbolo de resistencia y dignidad de todo un pueblo como en ejemplo para la isla: los dos países de la isla deben construir puentes y no muros.
Conmemorar los 14 años del terremoto lleva a reflexionar entonces sobre esta resistencia haitiana, sobre la “gramática de esta resistencia”, retomando esta expresión del escritor cubano Andrés Isaac Santana. Las preguntas que nos podemos hacer hoy son, entre otras: ¿Cuáles son las prácticas más significativas de esta resistencia, además de las que acabamos de mencionar? ¿Cuáles son los significados de estas prácticas, así como sus repertorios, estructuras, diferencias o variaciones internas y articulaciones dentro y fuera del país? ¿Cómo utilizar y orientar estas prácticas y sus “artes de hacer” para reconstruir este país?