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Narrativas de hospitalidad y desarraigo… | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

Entramos en el año 2025 con más preguntas que de costumbre y también con crecientes inquietudes sobre el devenir de un mundo en que se desprotege cada vez más a todas las categorías de personas migrantes sin excepción, incluyendo a niñez y juventud migrantes, mujeres y familias migrantes y víctimas de trata de seres humanos.

Esta desprotección se debe fundamentalmente a un régimen migratorio hostil que se despliega a escala local, binacional (por ejemplo, en el caso haitiano-dominicano) y global y que se caracteriza por la securitización, militarización y cierre de fronteras, la ilegalización y criminalización de las personas migrantes, deportaciones masivas sin el respeto al debido proceso y restricciones injustificadas al derecho al asilo. Se trata de un contexto global de hostilidad migratoria.

Como consecuencia de este régimen, asistimos diariamente a espectáculos terribles y de muy mal gusto en los que, de manera abierta, algunos “Estados hacen la guerra en contra de los migrantes, recreando por todo lado el miedo, el odio y la expulsión del extranjero” (Agier, 2011, p.103)[1]. Cada vez más se habla de “genocidio contra los migrantes”[2] que estaría ocurriendo en distintos lugares del globo, tales como México y resto de Centroamérica, frontera colombo-panameña del Darién, Europa, Estados Unidos de América, entre otros.  Más allá del debate jurídico que puede provocar el uso de la categoría fuerte de genocidio para calificar la brutalidad y hostilidad en contra de las personas migrantes, no se puede negar que la guerra que se viene librando contra este grupo humano es el epítome de la maldad humana.

Las deportaciones son un ejemplo contundente de ello. Casi todos los países latinoamericanos y caribeños, de México, Centroamérica, República Dominicana y Haití a Colombia, Venezuela, Perú y Brasil, vienen recibiendo, desde enero de 2025, a cientos de personas deportadas desde los Estados Unidos de América en esta segunda administración del presidente Donald Trump: nuestra región vive de lleno la era de la deportación; peor aún, si le sumamos otras olas masivas de repatriaciones como las que el gobierno dominicano viene operando en contra de las personas migrantes haitianas en la frontera común. Frente a este panorama hostil, ¿qué hacer desde nuestros lugares en Haití, República Dominicana, Colombia y resto de América latina y el Caribe? Más aún, ¿cómo repensar el mundo desde las migraciones?, ¿cómo pensar en un mundo nuevo?

1.       Pensarnos como mundo, como casa común

Lo primero, sobre el que Amnistía Internacional (2013) ya nos había advertido, es el peligro de no hacer nada: “La pasividad mundial en el terreno de los derechos humanos está convirtiendo el mundo en un lugar cada vez más peligroso para las personas refugiadas y migrantes”[3].

Años más tarde, el papa Francisco (2020)[4] hablará de la “globalización de la indiferencia”, haciendo también referencia explícita a la “inacción” ante las tragedias, incluyendo la muerte de personas migrantes y refugiadas. 

“Pasividad mundial” y “globalización de la indiferencia” son dos expresiones que nos ponen ante lo que no se debe hacer —cruzarse de brazos— frente a la desprotección generalizada de las personas migrantes y refugiadas. Situación que tiende a convertir el mundo, para estas personas extranjeras, en “un lugar cada vez más peligroso”, aunque, tal como nos lo recuerda el papa Francisco (2020), “en la casa común, todo el mundo es la casa común”, incluyendo a los pobres, en particular, a los migrantes y refugiados.

2.       Pensar con el mundo

Ante la paradoja de pensarnos como mundo, como casa común pero en un eventual contexto de pasividad e indiferencia global, una segunda invitación que recibimos de la mano del pensador caribeño Édouard Glissant (2005, p.31)[5] es la siguiente: “Actúa en tu lugar y piensa con el mundo.”

Efectivamente no se puede trabajar y actuar sobre las migraciones y, más aún, con y por las personas migrantes y refugiadas, encerrándonos política y epistémicamente en las fronteras nacionales de nuestros países y de la soberanía de nuestros Estados, ya que el fenómeno migratorio trasciende siempre dichas fronteras, incluso en el caso de los desplazamientos forzados internos. 

De allí una tensión entre el mundo y el lugar propio. Incluso los derechos humanos y la casa común, estos dos discursos que denuncian la insolidaridad e inhospitalidad global se vuelven discursos universales abstractos, cuando no están acompañados de acciones que hemos de realizar desde nuestros lugares situados.

Del mismo modo, cuando las acciones concretas que hacemos a favor de las personas migrantes y refugiadas de carne y hueso no toman en cuenta el contexto global, por ejemplo, la desprotección generalizada que enfrentan estas personas en la totalidad de sus trayectorias, condiciones y experiencias migratorias, estas acciones corren el riesgo de volverse aisladas e incluso ineficaces.

3.       Pensar en el mundo migrante

Desde la antropología de las movilidades que, según Agier (2011, p.95), habría que inventar en el creciente contexto de la globalización de las migraciones, “nuevas formas sociales, nuevos mundos aparecen y van a aparecer”. Si nos ponemos a pensar en las personas migrantes y refugiadas, se trata de uno de esos nuevos mundos que se abre a escala planetaria: el mundo migrante multicolor.

“Según la estimación más reciente, en 2020 había en el mundo aproximadamente 281 millones de migrantes internacionales, una cifra equivalente al 3,6% de la población mundial”, según la Organización Internacional para las Migraciones (2021, p.xii)[6].  Si bien la OIM (2021, p.xii) explicita que el número de personas migrantes en el mundo constituye “una pequeña minoría de la población total”, no se puede menospreciar que se trata de un número significativo que merece nuestra atención global y planetariamente. Más aún, cuando a esta población migrante internacional que sale “voluntariamente” de sus países de origen y residencia se le suman, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR, 2025, p.3), 43,7 millones de personas refugiadas que buscaron protección internacional “a finales de junio de 2024, debido a persecución, conflictos, violencia, violaciones de los derechos humanos y otros acontecimientos que alteraron el orden público”[7].

Evidentemente, este mundo migrante nos permite mirar la diversidad del mismo mundo en un gran caleidoscopio: la plasticidad variada de los rostros migrantes; la heterogeneidad de las múltiples causas y factores a escala local y global que provocan migraciones “voluntarias” y “forzadas”; las consecuencias terribles de las políticas migratorias hostiles contra niños, niñas, jóvenes, poblaciones indígenas y afros, trabajadores y pueblos enteros en movimiento como venezolanos, haitianos, cubanos; los múltiples retrocesos que hemos registrado como humanidad en importantes logros, tal como la conciencia —que creíamos haber adquirido— de que tenemos una común dignidad, que nuestro destino tiene que ver con el otro (migrante, extranjero, pobre diverso) y que la diversidad cultural, étnica, lingüística es una riqueza.

4.       Pensar el mundo en términos esperanzadores

Es innegable que las políticas migratorias que se adoptan a través del mundo dificulten la posibilidad de pensar el mundo en términos esperanzadores. Es lo que ya describía el filósofo alemán Ernst Bloch (1959)[8] como “el principio esperanza”: este mínimo que es indispensable que tengamos para que podamos pensar (en) un mundo mejor, esto es, pensar en la posibilidad de esta esperanza o simplemente en la esperanza como posibilidad.

Es que la hostilidad, cada vez más espectacularizada e institucionalizada, con la que se aborda las migraciones y se trata a las personas migrantes y refugiadas, amenaza con no sólo desencantarnos con valores o principios tales como la hospitalidad, la solidaridad, la dignidad, sino también con llevarnos a la desesperación, la desesperanza y la inacción. Se trata del círculo vicioso de la hostilidad: ella nos paraliza y nos impide ver las acciones solidarias y hospitalarias pro-migrantes que se están haciendo en muchos lugares del mundo.

Sin embargo, más que nunca se han venido movilizando —muchas veces desde abajo, en la sombra y fuera de los reflectores mediáticos— personas, instituciones, comunidades alrededor del mundo para solidarizarse con las personas migrantes y refugiadas. A estas últimas las iglesias, en particular, algunas iglesias católicas, les abren sus puertas; las clínicas jurídicas con sus voluntarios (abogados ya formados, estudiantes de derecho, defensores de derechos humanos) les ofrecen asesorías gratuitas; algunas universidades les brindan la posibilidad de conocer y defender sus derechos.

Además, las mismas personas migrantes y refugiadas que se organizan en pequeños grupos o en asociaciones o desde sus propias redes y estrategias de resistencia evidencian cómo “su manera de ser sujetos, actores y actrices de sus vidas redibuja, renueva y reconfigura constantemente nuestra manera de entender la política […] dan muestra de creatividad y están animados con un potente deseo de libertad que prefigura formas inéditas de gestos de ayuda mutua” (Idir et al., 2023, p.11)[9].

En este sentido, pensar el mundo en términos esperanzadores nos lleva a la tarea de conocer estas historias y acciones humanas invisibilizadas (a través de las narrativas que tampoco son mediatizadas), ya que suelen ocurrir en fronteras, albergues, campos de refugiados, clínicas jurídicas, hospitales, iglesias y otros lugares donde se actúa en contra de las acciones hostiles de Estados y gobiernos y en medio de la indiferencia social.

Pensar el mundo en estos términos también disidentes equivale a repensar las migraciones y repensar el mundo; todo ello conlleva definitivamente a conocer estas narrativas esperanzadoras, tal como lo planteó Edward Said (2006)[10], “ahondando en los silencios, en el mundo de la memoria, de los grupos nómadas que apenas consiguen sobrevivir, en los lugares de la exclusión y la invisibilidad, en este tipo de testimonios que no aparecen en los informes pero que cada vez más nos remiten a la cuestión de si un medio ambiente sobreexplotado, unas pequeñas economías sostenibles, unas pequeñas naciones y unos pueblos marginados tanto en el exterior como en el interior de las fauces del núcleo metropolitano pueden sobrevivir a la opresión, la homogeneización y los exilios que constituyen los rasgos prominentes de este tipo de globalización.”  


[1] Agier, M. (2011). Le couloir des exilés. Être étranger dans un monde commun. París: Éditions du Croquant.

[2] Universidad Iberoamericana-Ciudad de México, México debe estar en 'el banco de los acusados' por delitos contra migrantes. 16 de noviembre 2018. https://ibero.mx/prensa/mexico-debe-estar-en-el-banco-de-los-acusados-por-delitos-contra-migrantes

[3] Amnistía Internacional (2013). El mundo es un lugar cada vez más peligroso para personas migrantes y refugiadas. Recuperado de: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/el-mundo-es-un-lugar-cada-vez-mas-peligroso-para-personas-migrantes-y-refugiadas/

[4] Papa Francisco (2020). Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes del taller "Nuevas formas de fraternidad en la solidaridad, la inclusión, la integración y la innovación" organizado por la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. Recuperado de: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/02/05/acade.html

[5] Glissant, E. (2005). La Cohée du Lamentin– Poétique V. París: Gallimard.

[6] OIM (2021). Informe sobre las migraciones en el mundo 2022. Ginebra: OIM.

[7] ACNUR (2025). Informe semestral de tendencias 2024. Recuperado de: https://www.acnur.org/tendencias-semestrales

[8] Bloch, E. (1959). Das Prinzip Hoffnung. Frankfurt am Main : Suhrkamp.

[9] Idir, M.; Belkhodja, C. et Ekobena, E. (2023). « Actes citoyens d’hospitalité et rapport aux frontières » in Centre Justice et Foi (2023). (Dé)passer le régime international des frontières. L’hospitalité en actes (pp. 7-17). Québec: Vivre ensemble.

[10] Said, E. (2006). Humanismo y crítica democrática. México: Debate.