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Historia de vida… | Riamny María Méndez Féliz

Santo Domingo.- Imagina que a los seis años tus padres te llevan a un país extranjero y ahí vives como persona indocumentada hasta los 18. Solo te quedan vagos recuerdos de la tierra donde naciste. Consideras al país donde has alcanzado la adultez, tu hogar. Hablas su lengua, te va bien en la escuela, tienes amigos y amigas.

Aunque el fantasma de la indocumentación te acompaña, tu familia sobrevive más o menos bien para ser inmigrante y de clase trabajadora. Te aceptan en una excelente universidad. Pero entonces, el fantasma se materializa en forma de exclusión.  Sin documentos, no es posible hacer la licenciatura. No eres una ciudadana del país que considerabas tuyo, te impiden estudiar.

Regresas a la tierra donde naciste y no dominas del todo la lengua en la que escuchaste tus primeras palabras. Tratas de volver al país que creías tuyo, y te niega incluso una visa de extranjera: no hay pasaporte para tus sueños.

Este desarraigo es el de Mónica Espaillat Lizardo, una dominicana de 29 años cuya familia extendida tiene raíces en Moca y Santiago. Por suerte, la historia continúa en un tercer país, Canadá, donde pudo estudiar gracias a los ahorros de su padre que trabajó como jardinero en Estados Unidos, y a las ayudas económicas que ha logrado en la Universidad de Toronto. 

Hace diez años que vive en su tercera patria. Es historiadora y en busca de las raíces, centra sus estudios en la construcción de ciudadanía en la República Dominicana. 

¿Cómo llegaste a estudiar a Toronto?

En 1996 me fui con mi familia para los Estados Unidos.  Crecí en Arizona, un lugar donde no había muchos dominicanos. Lo únicos dominicanos que conocía eran de mi familia. Me pasé la vida estudiando allá, desde los 6 años. Cuando terminé le bachillerato, por la situación irregular de mi familia, o sea, crecí indocumentada; iba a ir a la universidad, y todo fue una complicación. En 2008 volví a la República Dominicana por primera vez desde que me había ido a los seis años. Esperaba solicitar la visa de estudiante. Me negaron la visa. Y ahí empezó todo un proceso de pensar “¿qué iba a hacer ahora? “

Entendía que se me iba a hacer muy difícil estudiar en español. Ahora ya he mejorado mucho, en ese entonces me faltaba mucha práctica.  Amaba la escuela, mi sueño más grande era ir a una universidad en los Estados Unidos. Me aceptaron en una universidad muy prestigiosa de allá, no pude ir por todo este tema. Y en ese año que duré en el país, apliqué a varias otras universidades en lugares donde podía estudiar en inglés, y me aceptaron en la universidad de Toronto y en varias otras. Y mi papá, en su forma muy paternal, me dijo, “Toronto es la ciudad más segura para ti y bueno, te vas a estudiar ahí”, y así llegué a Toronto, nunca había ido antes. 

Te criaste en los Estados Unidos y todavía no tienes la ciudadanía estadounidense…

 Correcto, me crie allá desde los 6 hasta los 18 años, pero no tengo la ciudadanía, ni residencia. Viajo ahora, pero con visa de turista… 

¿De qué país te sientes?

Nunca sé responder a esa pregunta, me siento realmente de todos. Me siento como el puente entre todos estos lugares.  Me siento dominicana, me siento americana, me siento gringa, y como me formé en años tan importantes en Toronto, siento a Toronto como mi casa. Es un sentimiento siempre de alegría y de una dulzura agria. Cuando estoy en un lugar, extraño a otro lugar. Como que siempre hay esa tensión, pero la pienso y la vivo como una tensión productiva y positiva, aunque a veces, claro, es difícil. Mi vida está en tantos lugares que es imposible que todas las partes de mí estén juntas en un momento, pero trato de vivirlo y de sentirlo como algo donde nacen muchas posibilidades. 

¿Cuáles posibilidades?

He tenido el privilegio de ver muchas culturas diferentes, de ver cómo me ven muchas culturas diferentes, y eso me ha regalado la oportunidad de pensarme de una manera compleja. Crecí con una idea de quien era y llego aquí y me entero de que soy otra cosa, y eso causa como un choque emocional e ideológico.  Con ese choque, te ves obligada a repensar lo que significa existir en un mundo tan complejo, que se quiebra, que se une a veces de manera planificada y a veces, muy fuera de lo que se planifica. 

Crecí sabiendo que era indocumentada, pero siempre en mi casa se decía “no, pero se va a resolver pronto, antes de que te afecte”, y cada año… no se podía resolver.

Me siento muy agradecida con mi mamá y mi papá porque nunca me hicieron sentir que me tenía que limitar por ser indocumentada. Lo decía abiertamente. No estaba tan urgente la situación como ahora, en término del peligro que te puede traer decir “si, yo no tengo documento”.

Tuve otro privilegio, irme tan chiquita. Hablo inglés y no tengo acento. Vivimos con una tía, en un vecindario donde había muy pocos estudiantes hispanos. Cuando llegué al programa de aprender inglés, éramos yo, mi hermano y otro niño, y nos dieron todas las atenciones. A las escuelas públicas a las que llegué luego, había mayormente estudiantes hispanos. No había el mismo nivel de atención y los niños duraban más para aprender el idioma, porque no le daban los recursos para hacerlo.  Había gente que si yo hablaba español delante de ellos, se sorprendían, me decían, “pero cómo así, ¿tú hablas español?” Decía: “Claro que sí, soy latina, hispana, soy dominicana”.  Había una idea muy cerrada de lo que era ser hispano en Arizona, obviamente que hace frontera con México. Hay una xenofobia, un racismo muy antihispano, dirigido mayormente, en esos momentos, a las personas mexicanas o que visualmente la gente las tachaba como mexicanas y como no parezco mexicana, no pensaban que era hispana, no me leían así.  

¿Nunca olvidaste el español?

No, se lo debo mucho a mi mamá y mi papá. Obviamente había muchas palabras que no conocía y que cuando llegué, a los 18 años, fue un poco difícil al principio, porque me inventaba unas palabras… y así en ese proceso de retomar el español a un nivel diferente, me costó un poco, pero con práctica, lo he logrado. 

¿Cómo es reencontrarse con unas personas que estuvieron alejadas de ti por tantos años?

Fue un momento muy feliz, pero muy extraño, a mis abuelos los conocía porque iban todos los años a visitarnos o cada par de años.  Familia dominicana al fin, yo hablaba, a veces, para los cumpleaños, a felicitar al primo, a la tía, por teléfono todo.

Cuando venía, tenía como toda una expectativa romántica de cómo iba a ser llegar a mi país, que por primera vez iba a llegar e iba a pertenecer, así, de una manera que no se podía negar, en todos los sentidos, y no fue así. Tenía costumbres diferentes, ideas diferentes, porque crecí en un contexto diferente y por más que me crie con mi mamá y mi papá, con los ideales de familia dominicanos, el contexto nunca iba a dejar de afectar cómo asimilaba las ideas de ellos. Fue como un proceso de negociar mi identidad, lo que había aprendido en todo ese tiempo en los Estados Unidos, con esta nueva parte mía que ahora era que iba a nacer. 

Te mandaron con 18 años, adolescente todavía…

Viví en Moca con mis abuelos maternos, llegué a moca y conocí bien a mis primos que son de mi edad, a mis tías a mis tíos. Había muchas cosas a las que no estaba acostumbrada. En los Estados Unidos, manejaba, salía sola o hacia actividades en la escuela, me iba en la mañana y en la tarde llegaba y como que tenía más permiso en el sentido de que era más fluido, se entiende, era más fácil moverme, y como parte de la cultura…

Más control con las salidas en las noches…

Claro, sí. Y mis primas, por ejemplo, tienen el pelo… no lo tienen rizo, van al salón, y yo, al fin, una cultura muy diferente… Cumplí años, fui al salón y todos en mi casa contentos porque fui al salón y me hice un proceso para quitarme los rizos. Lo pienso mucho todavía, fue como un dolor existencial. Me voy a Toronto y a la siguiente semana me rapo la cabeza, porque sentí como tanto pique conmigo misma, porque dije, “¿no, por qué yo hice esto? Esa no soy yo”, pero para una persona joven es difícil no entrar a la presión que te rodea. Cuando llegué a Toronto como que tal vez sentí más libertad otra vez. Fue como una sensación super, me sentí como en un comienzo nuevo, literal.

¿Estás consciente de que no eres percibida como una mujer negra?

Sí, totalmente. En Arizona crecí entendiéndome, porque la gente me entendía así, como una niña afroamericana, y puedo serlo, pero no dejo de ser latina, no dejo de ser hispana. 

Pero, en una guagua, en Santiago, me desmonto y me dice uno de los cobradores, “mira rubia”, y me quedé como… “¿es a mí que me está diciendo rubia?”, y ahí entendí que aquí no me ven como afroamericana, me ven como blanca y rubia, fue muy confuso para mí. 

Saqué la cédula y la licencia y en la cédula me pusieron “india”, nunca había visto eso en una identificación. Muy confundida, llamo a mi papá y le digo: “papi que en la cédula que dice india”. Mi papá es negro, y le digo “¿papi qué dice tu cédula?”, dice “indio también”, y menos entendí, porque mi papá y yo no somos del mismo color, para nada. Saco la licencia y me ponen blanca. Todo ese proceso me empezó a dar ese conocimiento de lo importante que es el contexto y del privilegio, como te mencionaba, que yo tengo: en el sentido de que entiendo ese contexto y puedo navegarlo por las mismas experiencias que he tenido, pero fue algo que yo no me esperaba al llegar aquí y así cambió mi identidad.

Por tus apellidos entiendo que eres, quizás, de una familia de clase media de Moca, ¿es así?

Mi mamá es de Moca, clase media o media alta. Mi papá es de Santiago, creció en otro contexto. Mi mamá estudió en PUCMM (Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra), mi papá, agrónomo, no pudo terminar su carrera. Mi papá es negro y mi mamá es blanca. Mi mamá es la única que se casó con un hombre negro en su familia. Viví de manera familiar las tensiones raciales que existen aquí, porque las cosas que a veces decía mi mamá, de manera cariñosa, sobre mi pelo, o sobre como yo era, vienen de lo que ella aprendió que es bueno, que es lindo, lo que debe ser.

Crecí en una familia de clase trabajadora. Mi papá se pasaba el día entero trabajando en el sol y llegaba con las manos sangrando porque era jardinero, mi mamá limpiaba casas para que pudiéramos comer y yo crecí en escuelas públicas, mayormente éramos hispanos y afroamericanos, y no con los mejores profesores, no con los mejores programas porque es parte de cómo se trata al “otro”, digamos así.

Aquí, me sentía adolorida, porque dije “Estados Unidos es mi hogar y ahora no me quieren, no puedo entrar, no sé cuándo voy a volver, no sé cuándo voy a volver a ver mi familia”. Crecí pensando lo que te enseñan, que, si como inmigrante trabajas mucho y te portas muy bien, todo va a salir bien, y yo dije “pero hice todo correcto, me fue super bien, me gané becas, me porté bien y ni así se pudo”.

 Llego a Moca y digo, por primera vez en mi vida pertenezco legalmente, totalmente, nadie me puede decir que no puedo estar aquí, y en las paredes en Moca, veo escrito “fuera los haitianos” y eso me causó una reacción emocional. Fue lo mismo que viví allá, que dicen fuera los dominicanos o fuera los hispanos o fuera a los inmigrantes que se ven como no deseados.

Háblame de tu experiencia en Canadá…

Mi papá pagó la universidad los primeros dos años. Le digo: “no fuera quien soy sin ti”, porque todo lo que él trabajó esos años me lo dio.

Se supone que a los estudiantes internacionales no le dan beca, pero tuve mucha suerte porque después de dos años a mi papá se le dificultó mucho seguir pagando la universidad. Encontré personas que me ayudaron mucho y logré fondos de beca. Empecé a trabajar, varios trabajos, y con lo que mi papá me podía ayudar, pude terminar la primera carrera.

Mi carrera base es historia y justicia social. Mi doctorado es en historia y en estudios de sexualidad diversa. 

El año pasado me salió la residencia canadiense porque los primeros nueve años fueron con visa de estudiante.

¿Te vas a establecer allá?

Creo que sí, hace dos años que estoy mucho en Santo Domingo para el tema de la investigación y me ha encantado vivir aquí y me imagino como entre los dos lugares.  No me imagino viviendo en los Estados Unidos ya.

¿Por qué?

Bueno, por lo menos no en un lugar como Arizona, o Phoenix donde crecí. Es diversa pero cada persona o cada grupo como que se debe quedar separada, y Toronto, claro, como toda ciudad tiene sus problemas de racismo, xenofobia, violencia colonial contra las personas indígenas, pero se experimenta la diversidad de una manera diferente, por lo menos en la ciudad.  

Cuando estoy en Boston o en Nueva York, donde hay muchos dominicanos, siento como una textura de felicidad. Igual cuando estoy aquí lo siento, pero es diferente, porque entiendo que nunca voy a llegar a ser, no sé como decirlo bien, dominicana legítima, porque siempre me van a ver un “poco de fuera” y lo entiendo, es que lo soy. 

Pero, cuando estoy en un lugar así, que hay dominicanos que también son dominicanos “un poco fuera”, siento como que llegué a casa, no sé lo que es vivir entre más personas que tal vez tengan esa relación de cercanía y a la vez esa tensión, de estar un poco lejos de ser dominicanos, y me atrae mucho, me dan muchas ganas de vivirlo.

Para tu investigación escogiste un tema vinculado a la construcción de ciudadanía dominicana, ¿por qué?

Nace de un lugar muy personal. Hasta cierto punto, viví el tema de ser o no ser ciudadana, el ser o no ser de un lugar.  Cuando empecé la universidad, me atrajo mucho la historia haitiana. Conocí mucha historia sobre el resto del Caribe, y me di cuenta de que me faltaba mucho para conocer la historia del país donde nací, en parte porque en Canadá no están tan establecidos los estudios dominicanos como en los Estados Unidos.   Empecé a aprender sobre la Dictadura y se fue formando el tema, porque originalmente me interesaba estudiar el paralelo de la frontera americana con México y dominicana con Haití.

Pero se mantienen muchas de esas preguntas centrales de quién debe pertenecer y cómo se construye esa persona, cuáles son las lógicas del estado que imagina a un ciudadano. La frontera se imagina de muchas maneras, la frontera que lleva cada persona en su identidad, pero también lo cultural, el lenguaje, el espacio en la ciudad, adentro de la misma República Dominicana se puede decir que existen muchísimas fronteras.