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Cultura y sociedad | Fuente Externa

Camilo Torres murió en un tiroteo el 15 de febrero de hace cincuenta años en la región de Santander, en Colombia. Ahora su nombre es poco conocido o completamente desconocido en nuestro país, pero fue, en aquellos años, como el Che Guevara, un referente durante mucho tiempo para un amplio sector de la opinión pública y no sólo en América Latina.

Él fue inspiración para los que, a partir de la fe en el Evangelio que nunca abandonaron, decidieron que, en ciertas situaciones extremas, no había ninguna posibilidad de dar testimonio verdadero de la fe si no era participando directamente en un movimiento organizado y armado  para lograr un cambio radical de las estructuras sociales.

Su historia personal estuvo totalmente marcada por las opciones que fue tomando en la vida y que lo llevaron a convertirse en académico e investigador riguroso y al mismo tiempo fue un líder popular. Después de haber estudiado en Lovaina fue pionero de la sociología de las clases más pobres de Colombia, al mismo tiempo, fue cura y capellán de los estudiantes de Bogotá. Estos compromisos lo llevaron a la promoción de programas de acción comunitaria, para trabajar en el campo de la educación y, por último, para tratar de dar vida a un fallido Frente Unido de todas las clases explotadas y de toda la oposición al régimen oligárquico existente. Su intento no tuvo éxito, entonces decidió entrar como militante, cuatro meses antes de su muerte, en el ELN (Ejército de Liberación Nacional), un grupo guerrillero, organizado dos años antes. Murió en la primera acción militar en la que se vio envuelto después de pedir estar en primera fila, a pesar de su falta de experiencia en el campo.

Sus escritos expresan su trayectoria apasionada, están llenos de experiencia e investigación y describen las razones de su decisión final, tomada en un espíritu de gran sacrificio personal con  características dramáticas. Estaba convencido de que no había otras maneras de lograr la paz basada en la justicia en Colombia y también en toda la América Latina. Defendió con pasión y una fuerte motivación la necesidad de una mezcla de marxismo y  cristianismo para la liberación de los pueblos. Reflexionó mucho sobre la relación entre la violencia y la  no violencia y su fe en el Evangelio era el alma de cada reflexión y decisión, del enfrentamiento con  la autoridad eclesiástica (que le llevó a dejar el ministerio) hasta  la decisión de los últimos meses.

Su figura nos invita a una cuidadosa evaluación de la complejidad de los acontecimientos históricos de la época y no puede ser separada de lo que sucedió después en el mundo cristiano con decisiones que quedan en la historia del cristianismo y que tienen un papel importante en la Iglesia de hoy. En 1967, en su encíclica Populorum progressio, Pablo VI, después de haber juzgado negativamente  el levantamiento revolucionario,  agregó: “excepto en el caso de una tiranía evidente y prolongada que viole firmemente los derechos humanos fundamentales y dañe gravemente el bien común del país “(CAP.31). ¿Se puede decir que no existía entonces en Colombia “una tiranía evidente y prolongada”? Poco después en Medellín en agosto de 1968 los obispos de América Latina establecieron la opción preferencial por los pobres y, casi al mismo tiempo, nació y se desarrolló la Teología de la Liberación y en 1971 en Chile surge el Movimiento Cristianos por el Socialismo. En cada uno de estos caminos vemos al Espíritu que sopla sobre los cristianos y las Iglesias,   hasta entonces prisioneros de una cultura eclesiástica que era heredera directa de la historia de la colonización.


Nuestro enfoque actual de valorar todas las culturas y la práctica de la noviolencia debe tener dentro de sí una sensibilidad especial para conocer y comprender la realidad en la que la violencia y la no violencia se entrelazan en situaciones y momentos de la historia humana muy especiales (Dietrich Bonhoeffer participó activamente en el ataque contra Hitler de julio de 1944,  esta problemática puede ser entendida desde la situación de los cristianos en la Resistencia contra los nazi en 1944-45 en unas pocas páginas de “Messa dell’uomo disarmato” de Luisito Bianchi). Debemos recordar siempre que en esos años, y después durante décadas, en la mayoría de países, América Latina estaba dominada  por un verdadero terrorismo de Estado que, además de la opresión política y social, produjo un inmenso número de víctimas de una violencia indiscriminada de cualquier tipo.

En las negociaciones en curso para una pacificación general de Colombia, el  ELN, aún activo,  ha pedido al ejército que devuelva los restos de Camilo y a la Iglesia de Colombia un “gesto claro que restituya a Camilo como cura”. El jefe del Estado, Santos, ha hecho exhumar los supuestos restos y el presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Castro se ha comprometido a estudiar la posibilidad de volver a darle el estado sacerdotal. La rehabilitación de Camilo Torres podría contribuir eficazmente a la paz en  Colombia, porque se reconocería la legitimidad política (y para la Iglesia  la legitimidad ética) de su opción, en aquel momento y en aquel contexto, favorable al uso de las armas para cambiar la sociedad. Nos parece que son dos gestos apropiados, y de hecho necesarios.

Roma, 15 de Febrero, 2016                      NOI SIAMO CHIESA

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