Los impactos del cambio climático ya no son una preocupación remota para las comunidades que viven a lo largo de la costa de Cuba, sino una realidad inmediata que en algunos casos obliga a las personas a abandonar sus hogares.
"Si vienen los vientos fuertes del sur, tenemos que salir de aquí", dice Jesús Borrego. Señala la isla de manglares adonde lo llevaba su abuelo durante las tormentas. Antes, dice, nadie confiaba en los pronósticos del tiempo. En lugar de ello, ver a las aves agitadas era la señal de que era hora de hacer maletas y marcharse.
Al igual que la mayor parte de Cuba, la comunidad de El Cajío, donde vive Jesús, se encuentra en la ruta por la que pasan con frecuencia las tormentas tropicales. Son un acontecimiento anual. Entre 2001 y 2017, el país sufrió por lo menos 12 huracanes, 10 de ellos clasificados como intensos (de categoría 4 o 5). Los fuertes vientos y las mareas de tempestad que se generaron devastaron comunidades costeras, erosionaron el litoral y dañaron infraestructuras críticas. Además de la destrucción inmediata, los efectos a largo plazo fueron igualmente devastadores: la intrusión de agua salina en las fuentes de agua dulce, el desplazamiento de familias e importantes disrupciones a la agricultura y los medios de vida.
El aumento de las temperaturas del aire y del océano debido al cambio climático acentúa el problema, mientras que el aumento del nivel del mar agravará el riesgo de las inundaciones costeras, particularmente en zonas bajas.
Estos peligros no solo amenazan los hogares y las economías de una nación insular que depende de sus recursos naturales y sus zonas costeras, sino que erosionan la base de la resiliencia de las comunidades.