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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

Los grandes analistas de la historia nos confirmaron que vivimos desde hace un siglo una fase nueva del espíritu de nuestra cultura.

Es la fase de la secularización. Con esto se quiere significar que el eje estructurador de la sociedad moderna ya no reside en el mundo religioso, sino en la autonomía de las realidades terrestres, en el mundo secular. De ahí que se hable de secularización.

Esto no significa negar a Dios, solo que Él ya no representa más el factor de cohesión social. En su lugar entra la razón, los derechos humanos, el proceso de desarrollo científico que se traduce en una operación técnica productora de bienes materiales, y el contrato social.

No cabe aquí discutir los avatares y trasformaciones de ese proceso. Cabe recordar las que ha traído para el campo religioso, especialmente para el cristianismo de versión católica romana. 

Había un desajuste enorme entre los valores de la modernidad secularizada (democracia, derechos humanos, libertad  de conciencia, diálogo entre las iglesias y religiones etc) y el catolicismo tradicional. Este desfase fue superado por el Concilio Vaticano II (1962-1965) en el cual la Iglesia  jerárquica  trató de acompasar su paso, conocido con el nombre de aggiornamento, poner al día el caminar de la Iglesia con el caminar del mundo moderno. 

El transfondo de todos los textos conciliares era el mundo moderno desarrollado. En América Latina, en las distintas conferencias episcopales, se procuró asumir las visiones del Vaticano II en el contexto del mundo subdesarrollado, cosa prácticamente ausente de los textos conciliares. De ahí nació una lectura liberadora, pues se entendía el subdesarrollo como desarrollo de la pobreza y de la miseria, por lo tanto, de la opresión que exige liberación.

Aquí se encuentran las raíces de la Teología de la Liberación que tiene como base la práctica de las Iglesias empeñadas en la superación de la pobreza y de la miseria, a partir de los valores de la práctica de Jesús y de los profetas.

El proceso de secularización puso de manifiesto algunas formas de vivir el mensaje cristiano en el continente latinoamericano y brasilero.

La primera es el  cristianismo y oficial y tradicional, traído en el contexto de la colonización que significó un transplante del cristianismo europeo, vigente hasta hoy en día: con su doctrina, sus dogmas, sus sacramentos, ritos, santos y santas y fiestas. La referencia principal es la misa y la adhesión sin restricciones a las enseñanzas oficiales del magisterio. De más del 70% de católicos, sólo el 5% asiste a misa.

Hay otra forma que llamaríamos cristianismo cultural, que desde la colonización ha impregnado la sociedad. El pueblo respira cristianismo en sus valores humanísticos de respeto a los derechos humanos, de cuidado de los pobres, en forma de asistencialismo y paternalismo, de aceptación de la democracia y de convivencia pacífica con otras iglesias o caminos espirituales. No niegan el valor de la Iglesia, pero no es una referencia existencial, bien porque no ha renovado sustancialmente su estructura clerical-jerárquica, su lenguaje doctrinal o sus símbolos heredados del pasado.

Existe otro tipo de cristianismo, el cristianismo de compromiso. Se trata de personas que, vinculadas a la Iglesia jerárquica, asumen su fe en sus expresiones sociales y políticas. Su referencia principal no es la Iglesia institucional, sino la categoría del Jesús histórico, del Reino de Dios. El Reino no es un espacio físico ni se parece a los reyes de este mundo. Es una metáfora para una revolución absoluta que implica nuevas relaciones individuales -conversión-, sociales – relaciones de fraternidad-, ecológicas -guardar y cuidar el Jardín del Edén, es decir, la Tierra viva- y, por último, una nueva relación religiosa -una apertura total a Dios, visto como Abba-papá querido, lleno de amor y misericordia. Estos cristianos crearon sus movimientos como la JUC, la JEC, el Movimiento Fe y Política, la Economía de Francisco y Clara y otros. El Reino se realiza en todos los lugares donde se viven los valores presentes en la tradición de Jesús. El Espíritu Santo llega antes que el misionero.

Hay otra forma de vivir el cristianismo, sin referirse conscientemente a él, un cristianismo secularizado. Son personas que pueden calificarse de agnósticas o ateas, o que simplemente no se definen. Pero siguen un camino ético centrado en el amor, de fidelidad a la verdad, de respeto a todas las personas sin discriminación, de preocupación por los empobrecidos, de cuidado de lo Creado y otros valores humanistas.

Pues bien, estos valores son el contenido de la predicación del Jesús histórico. Como leemos en los cuatro evangelios, siempre estuvo de parte de la vida y de los que tienen menos vida, curándolos, compadeciéndose de ellos, defendiendo a las mujeres, en contra de la tradición extremadamente patriarcal de la época, y llamando a una apertura sin restricciones a todos, hasta el punto de afirmar que “al que venga a mí no le diré que se vaya” (Jn 6,37).

En el evangelio de San Mateo (25,41-46), que podemos llamar el evangelio de los ateos humanistas, se dice que “quien haya atendido a un hambriento o a un sediento, a un peregrino o a un enfermo, o a alguien que está en la cárcel, a mí me lo habéis hecho” (v. 45).

Por eso, para vivir el cristianismo hay que vivir el amor, tener compasión y sentir el dolor del otro. Quien no vive estos valores, por muy piadoso que sea, está lejos de Cristo y sus oraciones no llegan a Dios.

San Juan subraya en sus epístolas: “Dios es amor y quien vive en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). En otro lugar, afirma: “el que hace el bien es de Dios” (3Jn 1,11).

Aquí se realiza lo que decía el gran teólogo alemán Dietrich Bonhöffer, que participó en la resistencia al nazismo y en un atentado frustrado contra Hitler: “vivir como si Dios no existiera” (etsi Deus non daretur), pero vivir un modo de vida en amor y fidelidad a la vida, a semejanza del Justo y Santo de Nazaret.

Tal vez hoy la gran mayoría de nuestro país y del mundo entero vive ese tipo de vida que, en dialecto cristiano, llamaríamos un cristianismo anónimo y secularizado. Lo importante no es el nombre sino el tipo de vida que se vive, en el amor, la compasión y la apertura a todos.

Estimo que este fue el deseo originario de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, pues él vino ante todo para enseñarnos a vivir.  

*Leonardo Boff ha escrito El Cristianismo mínimo, Vozes 2011; Saudade de Dios: la fuerza de los pequeños, Vozes 2012; La amorosidad de Dios-Abba y Jesús de Nazaret, Vozes 2023.

Traducción de María José Gavito Milano