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Opinión | Riamny María Méndez Féliz

La doctora Celsa Albert Batista fue reconocida por la editora Anticanon. Sus aportes han ayudado a comprender mejor la afrodescendencia y la cultura dominicana

Escuchar a una mujer parecida a nuestras madres o abuelas decir que se dedica a investigar y escribir para que tengamos menos prejuicios y seamos más felices me alegró el corazón.

La doctora Celsa Albert Batista ha dedicado parte importante de su vida académica a investigar y divulgar no solo entre universitarios, sino a todo público, sus libros, artículos y conferencias sobre la afro descendencia y la africanía en la República Dominicana. 

En sus textos explica cómo funcionó la Colonización y por lo tanto, de dónde viene la discriminación contra las personas negras; y por qué en muchas de nuestras comunidades hay un profundo sentimiento de inferioridad y a veces nos menospreciamos entre nosotros. 

“El coeficiente intelectual no tiene color”, enfatiza durante el Quinto Encuentro de Escritoras realizado por el Proyecto Anticanon. El público, compuesto principalmente por escritoras y periodistas dominicanas afrodescendientes, aplaude.  Y Celsa, que tiene ya 80 años, nos recuerda que los afrocaribeños no tenemos que dejarnos “asquerosiar”, es decir que siempre debemos exigir igualdad de derechos y defender nuestros aportes.

La doctora Celsa es fundamentalmente una maestra. Y por querer enseñar mejor la historia y la cultura se dedicó también a investigar y a divulgar lo que encontraba en los archivos, sus reflexiones y las de otros autores y autoras. 

Ella es hija del batey, y de ese Caribe transfronterizo que en la República se hace presente en la comunidad cocola (inmigrantes de las islas anglófonas y sus descendientes). Su padre era de Charles Albert, originario de San Cristóbal y Nieves, y su madre, la dominicana Rosa Batista, cibaeña.

Su niñez y adolescencia transcurrieron entre La Romana y El Seibo, provincias azucareras. Como otros inmigrantes, su padre fue técnico del ingenio, y le enseñó el valor de la educación. Su madre la alfabetizó, un pesador de caña le enseñó aritmética, y así transcurrió su vida hasta que la familia se mudó temporalmente a El Seibo y pudo asistir a una escuela formal.

La vida fue dura. Cuando su padre murió, Celsa era todavía adolescente. De vuelta a La Romana, tuvo que vender telas, ser asistente y finalmente, gracias a la educación y al amor por los libros que le inculcaron en su casa, y un poco por casualidad, inició su trabajo como maestra. Era catequista, y un sacerdote la recomendó para que diera clases en una nueva escuela, en un barrio que para ese entonces era peligroso. Y ahí empezó una carrera que nunca paró: entre enseñar, aprender, investigar, escribir y divulgar.

Entre sus libros más relevantes se encuentran “Mujer y esclavitud”, en el que se explica el sistema de abusos y servidumbre sexual al que eran sometidas las esclavizadas; y “Los africanos y nuestra isla”.

La obra de la doctora Celsa Albert tiene, en algunos casos, el mérito de estar entre las pioneras de una nueva línea de investigación, como el caso de la vida de las mujeres esclavizadas en la isla; y en otros el mérito de retomar ideas complejas sobre la identidad y formación cultural de los dominicanos y las dominicanas para enseñarlas a generaciones de maestras, maestros y estudiantes.

Y ahora también es inspiración para las nuevas y no tan nuevas generaciones de escritoras tanto de ficción como de no ficción. Fue maestra adolescente pero no una escritora precoz. Su escritura con fines de publicación llega en la madurez, como una extensión de su trabajo docente y académico. Aprovecha esta parte de su biografía para recordarnos que cada persona tiene su propia vida, y es la que debe vivir, seguir su propio camino sin pensar en lo que otros han hecho antes o después de determinada edad. Y el camino es mejor sin complejos, sin prejuicios y con entusiasmo por la felicidad, al comprender que se ha avanzado a pesar de las barreras que impuso el poder colonial y todos los poderes neocoloniales que le sucedieron. 

Una mujer negra, nacida en el batey, doctora en estudios latinoamericanos por la Universidad Autónoma de México fue reconocida por un grupo de escritoras, editoras y gestoras culturales también afrodescendientes el 1 de julio. Y agradecía y reía. Resistió y habla de la importancia de ser felices, vivir felices y reconocer la propia valía. ¿Qué mejor batalla que la que se gana con alegría?