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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

Al despertar de una mañana cualquiera cuando” Morfeo” se deshizo de mi sueño y me trajo a la realidad cotidiana moderna; extendí mis manos, y ya de forma automática, tomé mi teléfono celular y empecé a sumergirme en esta esclavitud de la información.

Reviso las noticias y al compás de los mensajes motivacionales y espirituales de los ya obligados grupos y de los amigos religiosos que buscan imponerte su fe, procuro el primer sorbo de café del día.

Mi mirada oblicua, acompañado por un cuasi caminar de sonámbulo, inclina de forma irreverente  la mirada a un mensaje en particular, pues  veo que no proviene de los contactos cotidianos, al abrirlo veo una  infausta noticia, que me arrincona los sentimientos y me doblega la existencia, pues esa información provenía de una un amigo de infancia y de una familia a la que llamo mi familia y de un joven al que vi crecer  que de forma trágica, violenta e inesperada, sin anuncio previo, es convocado a dar cuenta ante el llamado del  Padre todo poderoso.

Despliego los recuerdos y cual película de corto metraje, proyecto en la pantalla de mi vida los momentos que compartí y conviví con esa familia, con esa madre educadora de vocación y convicción que se resiste al retiro, con ese amigo con el cual pulimos los sueños, labramos caminos y abrazamos oportunidades y al compás de unas metódicas, terapéuticas y necesarias cervezas, nos dimos un masaje cerebral tras reencontrarnos veinte años después, en su regreso al país y  donde uno de los temas obligado fueron sus hermanos,  de forma llama con aliento de dolor y tristeza más que de vergüenza ante el amigo, me revela su destino y su camino elegido,  me retrotraigo aquellos años cuando apenas eran unos niños, pero también me permite entender el desenlace 

Me preparo para acompañar y brindar mi solidaridad a la familia y  para la solemnidad de los actos fúnebres en el sacro lugar escogido para exponer el cuerpo y posteriormente trasladarme a la morada de descanso eterno;  asisto para darle un abrazo de dolor y de amor a la madre, una bocanada de aliento al amigo y que sobre mis hombros si lo desean  puedan derramar sus gotas de cristales, ese era mi pensamiento, porque creí que vivía en este mundo, y ante aquel escenario dantesco entendí que estaba fuera de contexto , aniquilado en el tiempo, pues lo que allí vi y viví  era como  si estaba visitando otro mundo.

Ante la ausencia de la madre que no pudo resistir el dolor de ver a su vástago yacer en un féretro, partió el sepelio, y allí comenzó el “mitin”, perdón el entierro, entre caravana de motores, carros y autobuses , personas fueras de los vehículos firmando y haciendo selfi, al compás de las cervezas encabezada por la conyugue del fallecido, donde el ron andaba de boca en boca y hasta el vino tenía la fuerza, transcurría aquel calvario para mí, doloroso cual si fuera el momento de la camita de Jesús hacia la crucifixión en  el Gólgota. Así  nos acompañó todo el trayecto el ritmo de la música, cual más soez, más estridente, cual más ofensiva, más aclamada y tarareada y sobre mi mente solo pasaba el semblante de aquella madre educadora de generaciones y del dolor profundo de aquella familia ahogada en este holocausto de amoral  y me dije cuan sabio fue la vida que no le dio la valentía ni la fuerza  a la madre de ver aquel escenario nauseabundo y pestilente.

Ya el entierro fue otro nivel de irreverencia, allí se desveló el descanso eterno de los muertos, entre música, cigarros electrónicos, el aroma inconfundible de la mariguana, hooka, bebidas alcohólica, palabras impronunciables, disparos al aire y la total indiferencia y complicidad de las autoridades del cementerio se procedió a efectuar el “solemne” sepelio;  y yo solo pensaba en que momento de la vida  ese niño al que vi crecer se desvió del camino que en este mundo llamamos correcto, cuando su familia fue arrebata de la paz, la tranquilidad y el sosiego, pensé y visualice  a mis hijos, a los hijos de los amigos de mi generación, creí y comprendí que tenemos que redoblar los esfuerzos, revertir el destino, aniquilar  la “mala suerte” y aferrarnos más a los nuestros para que el otro mundo no nos arrebate a nuestros hijos.

No podía asimilar como una madre dedicada en cuerpo y alma a educar, a acompañar a sus hijos,  podía vivir este calvario, no soy quien,  ni es mi intención juzgarla, tenemos que criticarnos todos y todas por la generación que estamos formando, pues aquel escenario era  ecléctico en   edades y abundante en  ignorancia, con  un denominador común, falta de educación  y de oportunidades, marginados por la sociedad y excluido  por las políticas publicas del Estado, impulsado por un sistema educativo deficiente  un estado , clientelar y populista, aquel que ve a nuestras niñas embarazarse, a nuestros niños abandonar las aulas  y quedar totalmente desamparados ante la falta de acción  y protección de los distintos  gobiernos.

En tanto hagamos como padres, madres, tíos, tías, hermanos, hermanas, familiares en sentido general nuestra parte, porque nos están robando el sosiego, la paz mental y la tranquilidad a nuestras familias, nos quitan la felicidad de nuestros hijos en este mundo y se subrogan el derecho de quitarle a las madres, los padres y toda la familia el sacro e íntimo momento de enterrar a sus hijos e hijas con decoro y dignidad, para que vayan en paz a su visita permanente al otro mundo.