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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

En el año 1972 la prestigiosa agrupación artística venezolana Los Guaraguaos, lanzaron una de las canciones que con el tiempo se convirtiera en uno de los más emblemáticos símbolos para retratar la realidad de las diferencias entre las clases sociales. 

La lírica, denominada, Las Casas de Cartón, cuya composición hace referencia a la situación de desigualdad existente en las diferentes clases sociales, y la pobreza reflejada en la cotidianidad del espacio donde habitamos. 

Quién diría que 51 años después, “hoy es lo mismo que ayer”, y que dicha canción que en su momento tocó profundo los corazones activistas y sensibles ante las desigualdades sociales, reflejaba y refleja la situación clasista común en nuestros países latinoamericanos, mismos que después de los saqueos colonialistas de los cuales fueron objeto, han tenido que continuar luchando contra otros males que mantienen en vigencia un sistema que excluye y aisla,  bajo premisas de injusticia, constituyendo los “olvidados del sistema”. 

A veces vivimos en nuestra propia burbuja y mundo paralelo, donde nuestras necesidades son lo prioritario y lo único que existe para nosotros, mientras desconocemos, ignoramos o decidimos hacernos los locos, en ese “otro mundo”, que no se ve a simple vista y en el cual hay que adentrarse para valorar en su justa dimensión como, día tras día, la esperanza le pasa por la punta de la nariz, de manera fugaz, como el tiempo y el viento, que, aunque quieran, no pueden detener ni atrapar. 

 Actualmente la mayoría de los países del mundo es regida por el sistema de producción capitalista. Este surgió en Europa occidental durante el siglo XVI. 

Aunque este sistema, inicialmente trajo mucho desarrollo y beneficios económicos para los países pioneros, siempre ha estado basado en el lucro y la obtención de ganancias y gracias económicas.

El hecho de que el foco principal de dicho sistema se haya concertado en la generación de recursos económicos, se convirtió en un grave problema no solo para las personas que quedaron excluidas del mismo, sino también de todos aquellos países cuyas condiciones socioeconómicas y contexto históricos que habían vivido recientemente, no les permitieron unirse de manera inmediata y dar el gran salto hacia la industrialización para poder producir y competir en los grandes mercados internacionales que se empezaron a instaurar. 

En este contexto de desarrollo, los sectores industriales comenzaron a operar, sin tomar en cuenta otros factores que a largo plazo garantizara la sostenibilidad de los recursos que explotaban, así como la dignidad y calidad de vida de la gente que dejaba su vida en estas industrias. 

No fue sino hasta finales de los años sesenta e inicios de los setenta, cuando los organismos internacionales empezaron a preocuparse por la cuestión ambiental y se introduce el término “sostenibilidad”, con el cual se planteaba la necesidad transformar el sistema de producción, de manera que el desarrollo no comprometiera la preservación y conservación de los recursos y vaya a la par del desarrollo social. 

A pesar de múltiples propuestas y acuerdos concertados en las reuniones climáticas de los organismos internacionales, son muchos los países que han tenido dificultad para para dictar políticas eficientes, que garanticen la obligatoriedad para que las industrias inicien el proceso hacia la transición de sus sistemas de gestión actual, a otros más sustentables y que incluyan criterios sostenibles en sus estrategias empresariales. 

Sin dudas que para esos sectores la sostenibilidad implica un reto, no por la magnitud de los cambios que se deben hacer en las formas de operar, sino por que esto requiere una mejor redistribución de ganancias, aplicando normas medioambientales en sus procesos, otorgando más y mejores beneficios a sus empleados para que tengan mejorar calidad de vida y apoyar el desarrollo social del entorno donde despliegan sus operaciones. 

De esta manera, se requiere de un real compromiso con el desarrollo social, para que estos sectores tomen iniciativas que contemplen el desarrollo humano, mejora de calidad de vida de sus empleados, apoyo a la salud, educación, recreación y conservación del entorno. 

Lamentablemente por ser cuestión de decisión y voluntad, no obligatoriedad, muchas veces el desarrollo económico de algunos sectores productivos, no se circunscribe con la calidad y condiciones de vida de los trabajadores y las comunidades donde tienen lugar y se desarrollan esas labores de escala industrial, siendo evidentes la limitada o casi nula aportación de estas instancias, al desarrollo de iniciativas sociales, que favorezcan una vida en plenitud y digna de estos también seres humanos. 

Hay realidades que golpean y duelen, para ello vasta desplazarse algunas zonas industrializadas de nuestro país, como es la zona Bajos de Haina. 

En este Distrito Municipal de la Provincia San Cristóbal, considerada la principal zona industrial de nuestro país, instalada sin planificación urbana alguna, se produce más del 50% de la electricidad del país y también está la única refinería del país.

 La cantidad de empresas instaladas, sobre pasa el centenar, cuyos colaboradores o empleados, en su mayoría habitan en dicho Distrito Municipal, sean residentes o inmigrantes cuyo único arraigo lo representa la oportunidad laboral que les permiten estas industrias. 

En años previos al 2010, esta zona del país fue considerada por fuentes internacionales, como una de las 10 localidades más contaminadas del mundo, esto producto de la instalación de empresas que inicialmente no aplicaron normas medioambientales en sus modelos de negocio, y que hoy día las consecuencias se pueden distinguir en el deterioro de la salud de su población.

Pero el aspecto medioambiental no fue el único factor ignorando en la poca planificada expansión de un complejo industrial, cuyas chimeneas se extienden en las periferias del Mar Caribe. 

En los alrededores de estas grandes empresas se evidencia una triste realidad, caracterizada por altos niveles de abandono, hacinamiento, pobreza,  contaminación a todos los niveles, nula planificación urbana donde las principales calles parecen callejones, dificultad para acceder a servicios de salud y educación y una gran cadena en forma de espiral que resuena en nuestros oídos, al unísono de nuestros corazones impactados, mientras nos topamos con la escena de un habitante de esa zona, sumergido en una cañada que no cuenta con el más mínimo sistema de tratamiento, tratando de rescatar de las putrefactas y corruptas aguas, plásticos que pretenden revalorizar, vendiendo al mejor postor, y haciéndolo su forma de sobrevivencia. 

¿Qué ironías, ¿no? 

A veces el crecimiento avergüenza y apena, mientras el sonido de la lluvia continuará siendo diferente y aportará alegría o tristeza, dependiendo del techo en el que se escuche.