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Opinión | Fuente Externa

Los próximos días 17 y 18 de julio se celebrará en Bruselas la Cumbre entre la Unión Europea (UE) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un evento que congrega a los gobiernos de más de 1000 millones de personas a ambos lados del Océano Atlántico y que llevaba sin celebrarse desde 2015.

Paralelamente decenas de organizaciones sociales, colectivos migrantes, sindicatos y partidos nos damos cita también en Bruselas para construir alianzas que nos permitan avanzar hacia un nuevo marco de relaciones entre la UE y América Latina; unas relaciones basadas en la solidaridad, la horizontalidad y el mutuo beneficio. En definitiva, relaciones para un nuevo orden internacional multilateral y multipolar.

Independientemente del resultado final de la Cumbre oficial y los acuerdos que ambas partes consigan suscribir, lo cierto es que allí coincidirán dos visiones cuasi antagónicas de entender el mundo y las relaciones internacionales: por un lado, la apuesta emancipadora y progresista de un creciente número de gobiernos populares en América Latina -que defienden, de manera consciente, un nuevo orden internacional-; y por otro el viejo y caduco seguidismo que, desde su fundación, practica la Unión Europea respecto a los Estados Unidos -que actúa como una bestia herida tratando de perpetuar una hegemonía mundial que ya no existe-.

Pudiera parecer que la cortesía diplomática, los apretones de mano, las fotos de familia y las declaraciones amistosas de esos días desdibujan esta diferencia abismal pero, realmente, la Cumbre UE-CELAC sienta en una misma mesa concepciones geopolíticas diferentes y, aparentemente, condenadas a distanciarse progresivamente. Este alejamiento no es un deseo o una elucubración, sino el resultado más plausible ante la agresiva política exterior norteamericana, que empuja cada vez más a sus aliados hacía una "nueva Guerra Fría" con un desacople económico y político de China, Rusia y todo aquel que ose cuestionar el orden internacional nacido tras el colapso del bloque del Este en los 90.

¿Dónde estamos y hacia dónde vamos?

En un momento de reconfiguración geopolítica, y con un EEUU consciente de que hegemonía está llegando a su ocaso, la UE topa con un límite estructural, inherente a su propia naturaleza: el vasallaje a Washington como elemento vertebrador de la política exterior y económica europea.

Solo comprendiendo el nacimiento de la UE y sus objetivos, podemos entender que opte por atrincherarse en el viejo orden -que le permitió enriquecerse- en vez de ser parte activa en la construcción de uno nuevo más justo y solidario. De ahí precisamente nuestra teorización sobre la irreformabilidad de la UE.

Esa posición de alineamiento con EEUU se ha visto exacerbada por los últimos acontecimientos internacionales: el rápido crecimiento de China, la pandemia de la COVID-19 o la guerra de Ucrania ponen de manifiesto el ocaso de la hegemonía del bloque atlantista y, en consecuencia, aceleran la espiral belicista de EEUU que también arrastra al viejo continente.

Enfrente, el camino de la emancipación, el elegido por la mayoría de los países de América Latina. Y es que, aunque es imposible hablar como un todo de una región tan amplia y diversa, sí existen tendencias generales que nos permiten afirmar que "la patria grande" ha tomado el camino de la soberanía y no de la sumisión. Basta con mirar el mapa para ver una amplísima mayoría de gobiernos progresistas claramente alineados con estas tesis.

Se ha dado un avance que recuerda a la década progresista que vivimos a inicios de siglo. Un proceso transformador que entró en una fase de estancamiento y posterior retroceso -en la mayoría de los casos por derrocamiento de los gobiernos legítimos mediante maniobras de golpe blando o lawfare como en Honduras, Paraguay o Brasil-. Pero pese a que la extrema derecha y, muy particularmente, las fuerzas evangelistas han cobrado importancia, lo cierto es que se ha revertido la dinámica.

Las victorias de López Obrador en México, Boric en Chile, Petro en Colombia o Xiomara Castro en Honduras, conviven con la vuelta al poder de Lula en Brasil o Luis Arce en Bolivia y con las incombustibles revoluciones de Cuba y Venezuela. Movimientos y fuerzas políticas ciertamente heterogéneas pero que buscan romper con la sumisión estadounidense. Que es tanto militar -todavía existen bases en Panamá, Puerto Rico o Colombia- como económica -presencia de multinacionales foráneas en alianza con el poder político local-.

A este amplio listado cabría añadir otras tantas experiencias progresistas que no han llegado al poder por las maniobras de EEUU y las respectivas oligarquías nacionales; así como aquellas que, pese a triunfar, no pudieron aguantar la brutal ofensiva posterior. Y es que EEUU ya ha demostrado que empleará todas las herramientas a su disposición, desde el lawfare hasta la violencia, para desestabilizar cualquier voz crítica en la región. Llegando incluso a emplear a las fuerzas fascistas y de extrema derecha locales a modo de ariete.

Esta estrategia la hemos visto en el asalto al congreso que sufrió Brasil tras la victoria de Lula; el golpe de Estado de Bolivia con el gobierno de facto de Jeanine Áñez; la detención de Pedro Castillo y el nombramiento del gobierno antidemocrático de Dina Boluarte; el lawfare e intento de asesinato que sufrió Cristina Fernández en Argentina; o las ya conocidas medidas coercitivas e ilegales a Venezuela, Nicaragua o Cuba.

Pero volviendo a esa diferencia entre la UE y América Latina, miremos tan solo la guerra de Ucrania. Mientras Europa incrementa su alianza con EEUU en todos los niveles, incluyendo la ampliación de la OTAN con el ingreso de Finlandia y Suecia; en América Latina ningún país ha enviado armas a Ucrania y la mayoría, aunque condenan la invasión, siempre señalan la política expansionista norteamericana como una de las causas fundamentales del conflicto.

Sin salirnos de Ucrania, no responder a los intereses estadounidenses permite que, en vez de ser percibido como parte del conflicto, puedas reivindicarte como mediador. Así, aunque la urgencia es la paz, la UE no podría impulsarla ni aunque quisiera porque no es reconocida como un interlocutor válido por parte de Rusia. Por su parte, en América Latina la defensa del multilateralismo les permite ser un actor propositivo, habiéndose hecho propuestas de paz desde México, Brasil y Colombia. Algo incluso contradictorio pues, aunque es Europa quien sufre en primera persona las consecuencias de la guerra y sus derivadas económicas, es desde América Latina o China -mucho más lejanas geográficamente al conflicto- desde donde vemos una mayor defensa de la paz.

El antiimperialismo como apuesta

En este contexto, nuestra apuesta pasa por reforzar el movimiento antiimperialista global; una manera de empujar al abismo el viejo orden y garantizar que el nuevo -que aún no ha tomado forma definitiva- sea más respetuoso, justo y solidario. Nuestra apuesta por establecer grandes alianzas internacionales, siguiendo lo mejor de la tradición marxista del internacionalismo proletario, no es apuesta accidental sino razonada.

La globalización ha "acabado" con las fronteras nacionales y fenómenos como la Covid-19 ratifican la interconexión e interdependencia de este mundo. En este contexto es fundamental construir un marco de relaciones donde la explotación y el uso de los recursos responda a una planificación de la producción, y donde las relaciones económicas y políticas entre los Estados se base en la cooperación frente a la competición o coacción. Así, el principio de no injerencia y el internacionalismo deben ser faros cuando pensemos en el futuro de las relaciones internacionales.

Por ello, la próxima cumbre UE-CELAC sirve para señalar las contradicciones del vasallaje europeo a EEUU y poner en valor la creciente autonomía latinoamericana. Pese a que ambos bloques parecen estar en polos opuestos, quienes no se encuentran separados son los respectivos pueblos, que confluyen en la defensa de un nuevo orden multipolar. En lo concreto, esta defensa de un sistema internacional más justo y solidario se encarna en la Cumbre de los Pueblos. Una iniciativa que busca poner en común las experiencias de lucha y transformación a ambos lados del Atlántico.

La creación y el refuerzo de estos espacios -que no son otra cosa que amplias alianzas internacionales de organizaciones sociales, políticas o culturales de carácter antimperialista-, son sin duda el camino a seguir.

La transformación del orden internacional no es una opción sino una realidad, depende de nosotros y nosotras asumir un papel activo y construir amplias alianzas que hagan que el multilateralismo, la multipolaridad, el cambio climático y la desigualdad sean elementos vertebradores de las nuevas relaciones globales.

 

 MANU PINEDA @MANUPINEDA

          Eurodiputado  de Izquierda  Unida

Tomado del periódico publico.es  de España https://blogs.publico.es/otrasmiradas/74328/la-cumbre-de-los-pueblos-y-el-encuentro-ue-celac-emancipacion-o-sumision/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:3x2-t1;mm=mobile-big