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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

En los últimos 30 años, siempre que me preguntaron si el sistema partidario dominicano estaba al borde del colapso respondí con un no por tres razones. Cuando una democracia electoral registra un alto nivel de simpatía partidaria, un alto nivel de participación electoral, y cuenta con partidos en capacidad de competir por el poder (aun sean corruptos y clientelistas), no se registra una crisis que conduzca al colapso del sistema partidario.

 Todavía hoy la sociedad dominicana sigue mostrando un alto nivel de identificación partidaria y de participación electoral (lo segundo se sabrá mejor en el 2016); pero el sistema partidario transita por un momento muy difícil, y de su capacidad de restructuración dependerá la supervivencia de los partidos principales.

De 1966 a 1986, el sistema político dominicano se caracterizó por el bi-partidismo con el Partido Reformista y el PRD. A partir de 1986 surgió el tri-partidismo con el PLD. El colapso del PRSC muerto Balaguer trajo de nuevo el bi-partidismo a partir de 2008 entre el PLD y el PRD. Pero la división del perredeísmo post-2012 dejó el país con un solo partido de cierta estructuración y capacidad de ganar elecciones: el PLD.

Ahora, la confrontación entre leonelistas y danilistas socava la unidad de ese partido. Por ejemplo, a marzo de 2015, el PLD no ha logrado consensuar posiciones con respecto a leyes importantes como el Código Penal y la Ley de Partidos Políticos, y mucho menos sobre la reelección.

En esta lucha voraz de poder en el PLD, surgen las acusaciones que revelan el despelote y las complicidades en la política dominicana. DICAN, Quirino y Félix Bautista son muestras fehacientes.

Estos casos apuntan a la dificultad del único partido que quedaba en el sistema político dominicano de establecer un sistema de transparencia y consecuencias, esencial para que la República Dominicana dé un salto democrático y no se ahonde el camino hacia la disolución del sistema partidario vigente.

En este momento, la estabilidad del sistema político dominicano proviene fundamentalmente del alto nivel de aprobación de Danilo Medina. Es el pegamento político. Una vez se remueva esa variable, el sistema político no tiene resortes suficientemente fuertes para seguir sorteando con relativa facilidad los desafíos políticos. La corrupción corroe la confianza ciudadana, la delincuencia aterra a la población, y el costo de la vida abate el presupuesto familiar. La relativa estabilidad macro-económica ha sido el antídoto.

Hoy el sistema partidario dominicano está en alto riesgo y la causa fundamental es evidente: las ambiciones personales desbordan las capacidades institucionales en los partidos. Esto provocó las divisiones en el PRSC y en el PRD, y ahora amenazan el único partido del sistema que había logrado cierta articulación de criterios en los asuntos centrales.

La disyuntiva actual del PLD es si cambia nuevamente la Constitución para permitir la repostulación de Danilo Medina e impedir la de Leonel Fernández, quien la cambió en 2010 en busca de una repostulación en 2016; o si Fernández impone su cuarta postulación. Cualquiera sea el resultado, dejará descontento a un importante segmento del peledeísmo, y las diferencias no podrán ser fácilmente matizadas por el Comité Político como era usual en el pasado.

La evidencia más clara de la magnitud de las tensiones entre el leonelismo y el danilismo es la actual disfuncionalidad del Comité Político para sortear los grandes asuntos políticos del momento. Ante la incapacidad de acordar, no pueden reunirse; y hay una sensación en el ambiente de que el PLD, al igual que los otros partidos, va a la deriva. He aquí su desafío.